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Marcelo

El avión había aterrizado hace rato, pero me costaba trabajo levantarme. No podía creer lo que estaba haciendo. Estaba volviendo a mi natal Padre Hurtado, a la ceremonia del aniversario de la muerte de mi hermano.

Me había tomado un par de años poder recuperarme del todo. Sobretodo después de que la Rocío me dejara.

Nunca voy a terminar de entender el por qué lo hizo. Quizá yo la aburrí con mis dramas, quizá se cansó de luchar por mí. Eso para mi sigue siendo un misterio. Pero estaba agradecido, a pesar de todo. La Ro me había dado un pedacito de esa felicidad que yo creí haber perdido cuando el Pitufo falleció.

Bajo del avión a paso lento. 

Una parte de mí no está seguro de la decisión que tomé. Pese a que tenía unas inmensas ganas de volver, sabía que me enfrentaba a la posibilidad de re encontrarme con ella, por más ínfima que fuera. No había sabido nada de ella desde hace años, más que nada por decisión propia. Había encontrado una mujer perfecta para mí, que pudo darme todo lo que la Ro no pudo. Había conocido a la Karen hace siete años ya. Ella se había convertido en un piar fundamental en mi vida desde que llegó, me sacó de la miseria en la que vivía constantemente. Me ayudó a sobrellevar lo de mi hermano y es por ella más que nada por quien logré salir adelante y serlo que hoy soy.

Fue ella misma quien me sugirió venir. Había pasado muchos años ausentándome, y haciéndome el hueón al respecto. Pero ella siempre creyó que era necesario que viniera, porque a pesar de todo, era mi hermano, y no importaba lo que hiciera para evitar este día, siempre llegaba... Y con él llegaba una tristeza inmensa. 

—Creo que tienes que ir, mi chelito—me había dicho—. Te va a hacer bien. 

No quería hacerlo, pero ella tenía razón.

—N-no sé, Karen... Aún me duele...

—Y es obvio que te va a doler, Marcelo. Es tu hermano y lo perdiste a una muy temprana edad. Siempre va a estar contigo ese dolor, pero tienes que aprender a sobrellevarlo. Tienes que seguir adelante por él, como lo has hecho estos años.—me hizo ver.

—¿Qué haría yo sin ti?—murmuré. Ella me dio una sonrisa, de esas que me enamoraban cada vez más.

Llevábamos casi cinco años de relación seria, pero aún no estaba seguro de dar el siguiente paso. Era algo muy... delicado.

Salí del aeropuerto y me subí en la camioneta negra que me esperaba. Dejé las cosas en el asiento que estaba atrás del mío y miré por la ventana. Ya no había vuelta atrás.

El viaje había sido bastante agotador, y a eso sumémosle el hecho de que era una hora más hasta Padre Hurtado, y de ahí unos diez o quince minutos hasta el Parque del Recuerdo. No estaba seguro de alcanzar a dejar mis cosas en mi casa, así que decidí cortar por lo sano y dirigirme directamente al cementerio, donde seguramente estaría mi mamá y mucha gente más. Sonreí al pensar en mi mamá. Ella no sabía que iba a ir, era una sorpresa también para ella.

Al llegar me bajé nervioso. Necesitaba a la Karen aquí, conmigo. Estaba seguro de que ella sabría qué palabras decirme para darme aliento y fuerza. Ella me daría el empujoncito que necesitaba para entrar y saludar a todos, después de años sin venir. Miré la hora. Eran las 3:30, había llegado temprano. 

Entré por la parte trasera del cementerio y miré para todos lados, en busca de mi mamá.

—¿Chelito?—escuché una voz hablar detrás de mí. No hacía falta girarme para saber de quién se trataba, era mi mamá—. Mi amor, viniste.—me giré justo cuando se lanzaba a mis brazos. Noté enseguida que estaba llorando. Se aferró a mí con fuerza.

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