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No podía dejar pasar la forma en que el Lucho estaba tratando al que era su mejor amigo. Me parecía realmente extraño, pero me limité a quedarme callada y a escuchar las conversaciones de los demás.

Múltiples veces me ofrecieron cerveza o algo para fumar, todas esas veces me negué... y noté que el Chelo también.

A pesar de que no debería sentir nada, me molestaba la forma en que él y el Lucho se empeñaban en molestarlo. Pero no terminaba de entender como las cosas se habían salido tanto de control esa noche. El Seba y el Lucho se las habían arreglado para mantener la atención, y la burla, sobre Marcelo. Y él, como siempre, guardaba silencio. ¿Por qué mierda tenía que quedarse callado? Me enojaba el doble que él hiciera eso. 

—¿Y tú Chelo?—le preguntó el Seba, burlándose nuevamente—. ¿Por qué no le rindes homenaje a tu hermano fumándote uno de los que le gustaban?

Pero luego de esa pregunta, vino una respuesta que estuve temiendo que dijeran durante todo el rato. La fabulosa respuesta llegó de mano de mi mejor amigo.

—Porque el Chelito no es su hermano po, hueón... No es ni la mitad de él.—dijo y se lanzó a reír.

Lo miré enojada.

El Chelo no se merecía eso. No se merecía ser el blanco de sus burlas, menos sobre su difunto hermano. Me levanté y lo miré seria.

—Eres un imbécil, Luis.—él me miró sorprendido.

—¿Qué te dije, Chío? Superar—me miró con gracia—, pensé que ya lo habíamos superado ya po, bebé.

—Bebé ni nada —le contesté enojada—. Están burlándose del Marcelo y del Gonzalo. ¿Qué mierda te pasa?—le pregunté. Él miró a su alrededor. La atención estaba enfocada en nosotros—. ¿Desde cuándo esto se convirtió en un circo?, ¿Desde cuándo nos burlamos del Gonzalo o de su hermano?

Él suspiró.

—Tienes razón, Chío. Disculpa yo...—empezó a disculparse, pero se quedó callado al no saber qué decir.

Lo miré sin decir nada. Negué con la cabeza y me di media vuelta. Tomé una de las botellas de cerveza y me dispuse a caminar hacia mi casa.

—¡Ro!, ¡Rocío!—escuché al Luis llamarme—. Rocío espérame. Tu sabes que tu mamá me va a matar si llegas sola a la casa.

—Estás todo curao', Lucho, y volao'—arrugué la nariz—. Puedo llegar sola, tranqui.

—Pero esperate un ratito más po, y te voy a dejar con los cabros. Tu sabís que es peligroso.—dijo. Yo negué.

—No. Me voy. Y hazme un favor, llámame cuando se te pase lo estúpido.

Me di media vuelta y retomé mi camino. En verdad no iba a mi casa, iba a cualquier lugar alejado de ellos a tomarme esa botella de cerveza. Me chocaba en demasía la presencia del Marcelo, creo que aún no lo asumía. Sentí unos pasos y me giré molesta, a encarar al Lucho y decirle que dejara de seguirme, pero me encontré de frente con unos ojos café preciosos.

—Chelo—murmuré—. ¿Qué...?

—Yo puedo... Puedo acompañarte hasta tu casa si quieres.—se ofreció. Suspiré. ¿Acaso nada podía salirme bien este día?

—Gracias Chelo, pero prefiero pasar... Además—añadí—, no voy a mi casa.

—¿Y a dónde vas?—preguntó.

—Por ahí.—sonreí.

—Déjame acompañarte entonces, al menos hasta que llegues donde vas... Después si quieres me voy.—suspiré. No iba a dejarme tranquila.

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