Prólogo

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Recuerdo perfectamente esa noche, los luceros pintaban el cielo y ella aún permanecía a mi lado. Me resultaba complicado llegar a imaginar que todos en algún momento de nuestras vidas nos volveríamos inolvidables para alguien pero estaba completamente seguro de que Savannah sería la excepción.

Dicen que un verdadero amor nunca muere. Y si muere no puede ser uno real. El amor que sentía por ella era tan cierto, tan feroz... tan duradero que inclusive se encarnaba en mi propia alma. Supongo que ese tipo de amores son los que jamás mueren, nunca llegan a cambiar ni mucho menos a esfumarse...

Al contrario, permanecen intactos, constantes y jamás se dejan ir. 

Las personas susurran y dentro de los murmullos reclaman que todos somos cicatrices de alguien más, quizá yo lo había sido en su vida. 

Al igual cómo los poetas fuman y escriben, estos también aman. Los poetas no temen a la muerte porque saben que debe haber algo después de ésta. Y cómo quisiera que ella lo comprendiera así.

El estado en el que me encontraba era difícil de describir... lágrimas por doquier, sollozos y desconsuelos por todos lados, frases de aliento, cientos de flores a mi alrededor... supongo que eso era lo único bonito debido a que habían de múltiples colores mientras las personas decidían vestir el mismo color negro, aquella tonalidad tan fúnebre y apagada.

Y entonces, dentro de lo que cabe yo era la razón por la que todos estaban presentes ahí. En mi propio funeral. Así, logré saber que quién no encaja en el mundo está cerca de encontrarse a sí mismo. ¿Sería mi caso, tal vez? 

Ahora que soy un simple cadáver, todo mí alrededor me hace extrañarla. Quise ser en su vida algo más que un instante o un afán; quise ser en ella misma una huella imborrable y un recuerdo que atesoraría por siempre, pero ahora me doy cuenta de que no soy más que un llanto en sus ojos y en su corazón el dolor.  

"Me dijo que le gustaba verme sonreír. Quizás por eso se llevó mi sonrisa cuando se alejó de mí".

Fueron sus últimas palabras antes de verme partir. Y de repente la había olvidado, ya no recordaba su aroma, sus besos, ni siquiera el sonido de su voz, me dolía pero tenía que continuar.

En ese momento, no me había dado cuenta de que nos estábamos despidiendo... para siempre. 

A pesar de aquello, me consideraba la persona más afortunada del mundo. Tantas personas en la tierra y yo, yo había tenido el privilegio de coincidir con ella.



Una lágrima entre la lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora