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Capítulo 8.
"Una hermandad"

Tenía miedo. Verdaderamente sentía pánico de que mis padres fueran a descubrir que la noche anterior había sacado el auto sin su consentimiento. Sin embargo, desde lo más profundo de mi ser sabía que habría valido la pena el haberlo hecho.

Recuerdo haber escuchado alguna vez que el verdadero amigo ésta en nuestras caídas antes de que nosotros nos permitamos siquiera tocar el suelo. Y Eizen se había ganado en gran parte ese enorme privilegio y a pesar de que llevábamos poco tiempo conociéndonos me agradaba la idea de que nuestra amistad no tenía docenas de fotos rondando por ahí en internet aparentando una relación que después se convertiría en algo efímero y falso.

A mi me gustaba que nuestra amistad se basará en pequeños momentos llenos de comprensión y apoyo mutuo, me gustaba que nuestra amistad fuera real. Con chistes de muy mal gusto pero que a pesar de aquello, estaban llenos de cientos de risas.

Me gustaba creer que nuestra amistad poco a poco se iba convirtiendo en una hermandad.

Recién comenzaba mi semana de detención y yo ya me estaba muriendo del aburrimiento, pensar que la mayoría de los demás se quejaban por tener que ir a clases cada mañana y yo debía estar encerrado en mi habitación sin nada productivo que hacer. A diferencia del resto de los demás, a mi claramente me agradaba ir a clases, me gustaba sentir que podía tener cierta libertad.

En cambio, estando en mi habitación me sentía como un pájaro enjaulado. Ahora sabía realmente lo que se debía sentir que te privarán de poder abrir tus alas y volar tan lejos como desees.

Intenté cerrar los ojos por un insignificante momento esperando que en mis sueños pudiera verla. La noche anterior habría llevado a Savannah hasta su casa y me habría comportado como un verdadero caballero, la habría escoltado hasta su puerta y le habría susurrado lo mucho que me gustaba pasar tiempo con ella. Sin embargo ni siquiera pude armarme lo suficiente de valor para atreverme a hacerlo.

A diferencia de mis deseos lo único que me limité a hacer fue llevarla hasta su casa y abrirle la puerta del auto.

— No debiste molestarte. Mi casa quedaba a unas escasas cuadras del hogar de tu amigo.

Sí, pero yo quise ofrecerme a hacerlo. Pensé.

— Pasa una linda noche Savannah. —Le susurre al oído y después me incliné un poco, lo suficiente como para que mis labios quedarán precisamente a la altura de su mejilla y después cuando sentí que ella estaría esperando aquel momento, me aparté bruscamente.

No sabía si ella verdaderamente estaría anhelando que me atreviera a aquello. Pero claramente no quise averiguarlo.

— Igual tú, Nicholas. —Me regaló una pequeña sonrisa y prosiguió a entrar hasta su casa.

Me encantaba verla, me fascinaba contemplarla desde puntos en los que ella ni siquiera fuese consciente de que yo la miraba... porque justamente era ahí cuando podía ver lo más verdadero de lo que ella era. Observaba como su cabello varias veces se movía al compás del viento sin que ella lo provocará, me percataba de como en algunas ocasiones pasaba un mentón de él por detrás de su oreja y después sonreía torpemente hacia cualquier dirección.

Y entonces en esos momentos pensaba que como me hubiese gustado haber llegado antes a su vida.

Oh, Savannah... perdona mi impuntualidad.

Una lágrima entre la lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora