2. La regente y la viajera

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NOTA DE AUTOR :

Frozen y demás personajes pertenecen a Disney. Esta es una obra de ficción y no es una historia apta para niños.

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Un corazón helado
por Berelince
2 la regente y la viajera

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Cuando Elsa despertó, la luz matinal se filtraba por el ventanal triangular central de aquella enorme y fría habitación que le pertenecía y había desempeñado el papel de celda carcelaria desde sus ocho años. Recorrió con la vista azulada los alrededores y solo su refinado mobiliario le retornó aquel escrutinio. Estaba sola. La joven regente se enderezó ligeramente, acomodando su espalda contra los almohadones que rozaban la cabecera oscura de su recamara. Resopló con pesadez. Se sentía débil y mareada, pero la fiebre aparentemente había cedido. Se palpó los labios helados con las puntas de sus pálidos dedos.

—¿Fue sólo un sueño? —se preguntó desconcertada.

No era la primera vez que Elsa soñaba con su amiga Kyla. Con frecuencia había mantenido conversaciones enteras con ella cuando dormía, y terminaban ambas en ese sitio surreal en donde veía a su amiga tal y como la recordaba: como esa chiquilla de siete años que por alguna razón siempre lograba tranquilizarla con la mera presencia. La pequeña Kyla la tomaba alegremente de la mano cuando la veía llegar ahí y la conducía hasta que se sentaban las dos bajo el sauce del jardín real en ese espacio nebuloso y etéreo en donde se pasaban las horas sonriendo, mirando las estrellas. Elsa era feliz ahí a su lado donde podía ser ella misma sin ser juzgada o cuestionada y donde simplemente alguien la escuchaba. Por momentos hasta lograba sentirse como una niña también. Elsa le contaba entonces a la silenciosa chiquilla todo lo que no se atrevía a escribirle en realidad, en tanto su amiga la miraba, dedicándole la mejor de sus sonrisas, o poniéndose seria y frunciendo el entrecejo junto con ella. Cada vez que Kyla había aparecido en sus sueños bajo aquel árbol, Elsa había necesitado consejo o desahogarse, y siempre fue capaz de encontrar la serenidad que le hacía falta para seguir adelante cuando despertaba luego de esos encuentros.

Aunque esa era la primera vez que Kyla había aparecido lejos del sauce, la primera vez que Elsa le veía ese aspecto maduro y la primera vez que su amiga hablaba o... la besaba.

Elsa sintió como si su estómago se hubiera ido muy lejos, fuera de su cuerpo, y en su lugar la hubieran llenado con polillas que revoloteaban, rascándole el interior de la carne, intentando emprender la fuga de aquella inusual prisión. Se estremeció al percibir el fuerte palpitar de su corazón martilleándole el pecho por el pensamiento de la crecida y atractiva morena que la había visitado en su delirio.

—Debo haberme encontrado bastante mal —suspiró, pasándose una mano por la frente, comprobando que volvía a ser la fresca joven mágica de siempre.

Elsa meneó la cabeza desaprobando todo lo que había visto. ¿Cómo podía ser tan tonta? Esas cosas que pensaba no estaban bien. Había pasado años y años repitiéndoselo. Tratando de convencerse de no sentir. De no añorar nada. Suspiró decepcionándose de sí misma. No solo estaba fallando en controlar sus poderes, sino que estaba perdiendo la concentración y ya estaba haciendo que su amiga fuera parte de aquello también, involucrándola en aquellos pensamientos retorcidos. No podía ponerse a divagar de esa forma con ella. No otra vez.

Con Kyla. Ese nombre siempre había logrado dibujarle a Elsa una sonrisa en los labios. Porque automáticamente la remitía a la expresión cándida de aquella graciosa y honesta morena con la que compartió sus primeras carcajadas a todo pulmón y las únicas riñas con tirones de cabello que podía recordar. La hacía pensar en largos mechones azabaches que se acomodaban como querían. En escapadas a las cocinas y heroicas hazañas imaginarias entre la floresta del jardín. Escuchaba claramente su risa contagiosa de cuando rodaban sobre hojas secas o saltaban en las camas en una guerra de almohadas y nieve. Veía ese increíble fulgor amatista de ojos que le sonreían cuando la miraba y corría a su alcance para tomarla de la mano y llevársela fuera de los muros del castillo. La mueca sibilina que esbozaba al ver su magia. Su carácter osado y confiable que siempre buscaba su compañía y hacerla feliz, Aquel extraño entendimiento que compartían durante sus silencios, cuando todo lo que ocurría entre ellas se sentía tan correcto.

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