18. La Heredera Perdida

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NOTA DE AUTOR:

Frozen y demás personajes pertenecen a Disney. Esta es una obra de ficción y no es una historia apta para niños.

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Un corazón helado
por Berelince
18 La heredera perdida
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—Debería llamarse Kyla para que triunfe en todo lo que se proponga realizar —exclamó mamá Jenell a medio camino de dar un sorbo a su taza de café, mientras su hijo Redmond parpadeaba con extrañeza a manera de expresar su desconcierto.

El comentario lo había soltado la sabia roja casi de la nada. Los Frei llevaban tres cuartos de hora sentados a la mesa que les gustaba tener dispuesta en los jardines de la propiedad para relajarse en el exterior durante el verano y, antes de la abrupta declaración, madre e hijo se mantuvieron hablando de las novedades de la corte de su majestad Frederic, por lo que la discusión del nombre de su posible primogénita tomó al parlamentario totalmente desprevenido.

Emma se encogió en su sitio al percatarse de las miradas escrutadoras que se enfocaron en ella y su redonda barriga. Giró los ojos como si juzgara intencional que eligieran prestarle atención justo en el poco halagüeño instante en que había decidido llenarse la boca de estofado y pan. La rubia les ofreció una sonrisa ocupada a su esposo y a su enigmática suegra, y con eso tendría que bastarles, ya que no pensaba disfrutar menos sus alimentos en el afán de responder con mayor elocuencia.

Mamá Jenell mantuvo el gesto pensativo unos segundos, pero se sonrió como si esa impertinencia tan característica y refrescante de su nuera lo hubiese decidido todo.

—¿Kyla? Ni siquiera sabemos si será niña o un varón —repuso Redmond enarcando las cejas con incredulidad.

—Es una niña, Red —contestó la matriarca, encogiéndose de hombros. Frunció los labios en un gesto enfurruñado—. ¿Cómo puedes poner en duda las habilidades de tu madre? Seguramente tu problema es que deseas tener un niño al que le puedas inculcar ese gusto tuyo por viajar... Aunque no creo que esta niña se aleje mucho de tu ejemplo —añadió prontamente con misterio—. Si... Será una trotamundos como tú —soltó finalmente con certeza, meneando la cabeza de lado a lado, como si aquello se tratara de una falta que desaprobara.

Redmond se estremeció en su silla y carraspeó ligeramente. Su madre siempre conseguía hacerlo sentir culpable por haber optado un puesto errante que le permitiese escapar de aquellos invasores ojos violetas. No soportaba mucho su escrutinio.

—Me gusta como suena, Kyla Frei —dijo Emma al esbozar una sonrisa mientras su esposo farfullaba, procesando aquella revelación, optando por distraerse rellenando el vaso de agua fresca que bebía.

—¿Lo ves? A mi nuera ya le gusta —canturreó victoriosamente la sabia inclinándose para murmurarle algo más en confidencia mientras la tomaba de las manos—. Se parecerá mucho a ti, Emma —le dijo con entusiasmo—. Eso es una fortuna. Aunque me temo que la melena negra de los Frei es un rasgo dominante, igual que los ojos azules... —añadió, como lamentando que los ojos verdes que la observaban con alegría no figuraran en el rostro de su futura nieta.

—Madre, la bebé no ha nacido aún. ¿Podrías esperar un poco antes de trazar toda su vida? —interrumpió Redmond con un bufido.

—Ah, ahora ya la tratamos de niña —sonrió Jenell alzando las cejas de manera perspicaz—. Me parece muy acertado de tu parte.

—No le veo lo malo al cabello oscuro —intervino Emma graciosamente—. Hasta creo que podría convertirse en un atributo interesante. Es lo que más me gustó de Redmond —dijo sin poder ocultar una ofuscada sonrisa—. Recuerdo lo guapo que me parecía cuando cabalgaba rumbo al palacio con sus ropas de emisario. Era cuando trabajabas de aprendiz con Herr Richter, ¿no es así? —se interrumpió la mujer al dirigirse hacia su elogiado esposo que le sonreía desde el otro extremo de la mesa.

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