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El plan que tenía Ben era algo extraño, pero Patrick sabía de antemano que no debía preocuparse. No en aquellos momentos. Todo había salido bien hasta ese momento, nada podía fallar.

Después de mostrar su tatuaje en el cuello, Ben se retiró. Patrick se quedó solo en su departamento, rodeado de algunas de las seguidoras de Pandora, que no se molestaban en ponerle atención. No sabía qué era peor: estar rodeado de aquellas extrañas criaturas, o sentirse como si no hubiese nadie ahí.

Así pasaron algunas horas, y aquella noche no pudo conciliar el sueño. El reloj ya casi daba la medianoche cuando Patrick se levantó de su cama, bajó a la gran sala de estar, y se sentó en el mismo sillón donde había escuchado la historia de Ben algunas horas antes.

Había convencido a Ben de que él ya formaba parte de las sombras. Había accedido, en primer lugar, a brindarle sus recursos, luego a contratar a una serie de mercenarios que había depositado en varios puntos del planeta, como el Triángulo de las Bermudas, o el Mar del Diablo; ¿con qué propósito? Detener a los supuestos Pasajeros del Atlantic 316 que no eran de aquella dimensión. Todo eso sólo era una diminuta parte de todo lo que estaba haciendo. Ya no iba a la oficina, ni respondía a los múltiples correos que le habían llegado desde el día 12 de febrero. Se había ausentado totalmente de su puesto como jefe. ¿Cuánto tiempo tardaría más la campaña de Ben para provocar el caos a nivel mundial? ¿Cuánto más necesitaba? Patrick estaba dejándolo todo por aquello que más quería, que era ir a la Isla, pero no tenía ni la más mínima idea de cuánto tomaría, ni que obstáculos habría de por medio.

Entonces se abrió un portal, y Luna emergió de él, cayendo sobre los restos de la mesa de centro, que Ben había tumbado, y sonrió llena de satisfacción al ver a sus seguidoras en los aposentos de Patrick. La mayoría de sus discípulas soltaron un chillido en general, como si estuvieran celebrando la llegada de su amo, y algunas incluso dieron brincos aquí y allá.

—Divertido —soltó Patrick.

—No seas aguafiestas —le espetó Luna.

Su voz ya no era la de una chica de diecinueve años. Tenía un eco ensordecedor y, detrás de este, una voz algo aguda. La voz de Pandora.

—¿Qué quieres que diga? —le respondió Patrick, sin inmutarse—, tengo a tus mascotas aquí todo el tiempo, sin siquiera dirigirme la mirada.

Como si fuera una orden, todas las discípulas presentes miraron a Patrick con cierto desdén en cuanto escucharon cómo se refería a ellas como mascotas. Luna sólo se limitó a. reír.

—Disfruta, humano, disfruta —le dijo—. Todo esto será temporal.

—Estoy consciente de ello, la pregunta es hasta cuando. ¿Cuándo veremos frutos de nuestro esfuerzo?

—Ben ya había hablado contigo de eso, ¿no?

—Quiero ver las tinieblas —confesó Patrick—. Quiero ver cómo hacen que este mundo descienda a cenizas.

Luna sonrió.

Sus dientes habían cambiado. Ahora estaban puntiagudos y amarillos, y en sus puntas había sangre. ¿Habría devorado a alguien? ¿O aquella sangre sería la suya, por haberse mordido la lengua o los labios? No importaba, a Pandora no le hacía daño en lo más mínimo.

—Tú no entenderías las tinieblas. ¿Por qué el afán de querer conocerlas?

—Sé que soy alguien normal —se defendió Patrick—, y que posiblemente muera al presenciarlas, pero lo necesito. Anhelo poder ver el poder con el que se desenvuelven ustedes.

Tinieblas [Pasajeros #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora