Capítulo 4: Fuertes declaraciones

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No era la primera vez que hacía algo como eso, pero Camila se preguntaba si siempre era igual de rigurosa, o solo con ella

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No era la primera vez que hacía algo como eso, pero Camila se preguntaba si siempre era igual de rigurosa, o solo con ella. Esa vez sí que se había esforzado en limpiar la habitación, una de sus compañeras les dijo que Olivia iba a inspeccionar todo y no quería encontrar nada sucio. A pesar de que como practicante le tocaba limpiar las habitaciones standard*, la exigencia de parte de la gobernanta* no perdonaba.

Y para ser sinceros, las habitaciones standard no tenían nada de simples. Eran igual espaciosas, bien decoradas y preciosas. No quería ni imaginar cómo serían las habitaciones de arriba y las suites, seguro era un lujo al que ella jamás podría aspirar. Tampoco la gobernanta había dejado que las limpiara, era muy pronto, según ella. Pero no importaba, igual su labor solo duraba cinco horas y quién sabe con el tiempo podría limpiar suites ejecutivas. Aunque no estaba tan segura de eso.

La gobernanta se paseaba por cada rincón de la habitación tratando de buscar el más mínimo rastro de suciedad o desorden para sacárselo en cara. Estaba en el baño y ella la veía de afuera revisando la ducha, la tina y el inodoro. Estaba tranquila pues se había tomado buen rato arreglando y limpiando el baño, Olivia no iba a encontrar nada.

—Hasta ahora todo bien —dijo mientras se quitaba los guantes, pero aun así su rostro era duro y no parecía conforme. En opinión de Camila, pareciera que la mujer estuviera en busca de una imperfección para poder reprenderla.

A pesar de que ya la supervisora había pasado revisando la habitación, Olivia decidió hacer una inspección más profunda. Abrió su maleta y sacó otro par de guantes, abrió los cajones vacíos y pasó el dedo en la base de estos. Hizo un gesto de desagrado y repitió el acto con todos sus dedos. Camila sabía que al fin esa mujer había encontrado algo con que molestarla.

—Esto —dijo acercándose a ella y enseñándole los guantes blancos, cuyas yemas estaban cubiertas por un ligero polvillo —no está limpio.

—No puede ser. Disculpe, señora, olvide limpiar ahí —dijo con gesto arrepentido.

—No hay disculpas, en una hora vendrá un huésped a esta habitación, ¿qué hubiera pasado si colocaba en ese cajón su prenda favorita?

—La sacaría con polvo después.

—¡Exacto! Y eso no es lo que queremos. La calidad total, querida, es algo que se debe trabajar desde el más mínimo detalle. Tú te has esforzado en lo obvio, pero la limpieza de un cajón, por más estúpida que sea, importa.

—Lo siento mucho, no volverá a pasar —agachó la mirada, por más que trataba de ser firme ante ella le era imposible. Esa mujer la intimidaba y mucho, no podía evitar sentirse menos en su presencia.

—Claro que no volverá a pasar, vas a tener más cuidado de ahora en adelante. Ahora limpia esos cajones, quiero verte en acción.

La chica se acercó hacia su carretilla que estaba en el pasillo, al lado de la puerta. Ahí tenía todo lo necesario para limpiar una habitación y para reponer lo que faltara. Sacó sus paños y limpió despacio y con cuidado esos cajones. La mirada de la gobernanta la ponía nerviosa, tenía que terminar de una vez antes que se acercara a inspeccionar otra vez.

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