1: El principio del final

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EL PRINCIPIO DEL FINAL.


Todos estos años viví temiendo enamorarme, es como si hubiese creado esta pared de hielo que nadie lograba derretir. Bueno, algunos intentaban pero yo no se los dejaba. Cada vez que alguien se me acercaba mucho terminaba con ellos. Y no me pueden culpar, soy una chica, y cada chica tiene sus métodos de protección contra los corazones rotos. Tal vez el mío haya sido cruel e inmaduro pero eso era lo único que había experimentado, cruel, inmaduro, doloroso. Palabras perfectas para describir al chico que me obligó a desconfiar en los finales felices. Pero luego vino otro chico que con sonrisa a sonrisa iba derritiendo esa pared de hielo que tanto me había costado construir. Pero lastimosamente no la destruyó para darme mi felices para siempre, sino que para golpearme aún más fuerte.

Pero eso no significa que no quiera enamorarme, o tener un final feliz y ser feliz en general. No, todo lo contrario, quiero todas esas cosas, pero no quiero tener que sufrir para conseguirlas. A nosotras las mujeres nos toma sólo un corazón roto para aprender nuestra lección. Y es que no siempre se debe confiar en las palabras, sino que también en las acciones. Y debo decir que pude haber prevenido todo esto, pude haber tapado mis oídos por unos segundos y abrir los ojos. Porque él me mandó todas las señales que necesitaba para saber que no terminaría bien, él movió sus piezas de ajedrez ágilmente pero con el pequeño error de darme a saber que vendría después, porque era simplemente obvio.

Él me destruyó, pero a su vez me arregló. Él me hizo llorar, pero también reír. Él me hizo amarlo, pero también odiarlo.

Y pensar que todo empezó con la rutina de siempre; Mi mamá gritando como loca.

—¡Caitlin, ya son las siete! —dijo mamá desde el piso de abajo.

Mierda, me quedé dormida de nuevo.

Salí de la cama con un salto, me encontraba con el peor humor de todos. A la noche no pude dormir bien por la culpa de unos jodidos mosquitos que rondaban la habitación con sus constantes "BSSS" (zumbidos), y para que todo sea aún más horrible, hoy es lunes. Y no hay nada que odie más que los lunes, pero así mismo no sólo odio los lunes, sino que también los martes, miércoles, jueves... Bueno, todos los días menos viernes y sábados.

Me metí al baño a regañadientes y me di una ducha caliente. Tenía la tonta esperanza de que si me bañaba con agua ardiente me relajaría, y mi mal humor desaparecería como el vapor del agua, pero lamentablemente no fue así.

Al terminar el baño, me puse un hermoso vestido negro que tenía pequeñas motitas blancas y unos tacones altos de color blanco. Mi cabello lo llevé como siempre, suelto, sin nada en especial. Una de mis cosas favoritas al prepararme para ir al colegio es maquillarme, por lo tanto, me puse bastante rímel, y como de costumbre exageré con el labial rojo.

En aproximadamente doce minutos, ya había bajado a desayunar con mi madre, Melanie. Para mi sorpresa se encontraba lavando los platos, llevaba el cabello castaño en un rodete perfectamente arreglado, y pude notar como miraba de reojo a sus uñas para cerciorarse de que no se habían arruinado.

—Buenos días cariño —dijo mi mamá mientras despistadamente derramaba un poco de detergente al suelo.

—Tus amigas llamaron, dijeron que llegarán en 20 minutos —agregó sonriente.

—Mamá, hoy volveré un poco tarde del colegio —comenté con desinterés.

Mi familia es bastante peculiar. Todos somos tan independientes que apenas necesitamos avisar cuando planeamos salir. Mamá está todo el día con la mente en su trabajo, y papá confía ciegamente en mí, por lo tanto, ni siquiera me tomo la molestia de avisarle cuando voy a salir.

Jugando a quererte {EDITANDO}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora