Amigos

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Recostó con cuidado el cuerpo dormido del castaño en la cama. Le quitó el abrigo, la bufanda y los zapatos; meditó un momento sobre si quitarle o no los pantalones. Al final se los quitó.

Dejó la ropa del castaño doblada en una silla. Buscó una toalla pequeña en uno de los armarios, fue al baño y la humedeció con un poco agua. Eso serviría para limpiar las heridas del oji borgoña. Con delicadeza limpió las manos y rostro del mayor, y una vez terminado lo arropó.

Al final, con Kaname inconsciente, no pudo volver a la mansión, así que no le quedo más opción que un hotel de paso. No estaba nada mal, era simple pero cómodo: con su propio baño, calefacción y dos camas. Les serviría para pasar la noche.

Le había enviado un mensaje a Mitsuki avisándole lo ocurrido, cuando volvieran habría mucho que explicar y también mucho que investigar; no se le había pasado por alto la ausencia de presencia en esos nivel E. Su experiencia le decía claramente: guerra. Sí, eso ocurriría si no hacía algo pronto –y no era por ser fatalista–. Quién fuese que estaba tras ese ataque, sabía perfectamente de la presencia de cazadores en el área.

Tenía que hablar con Kaito.

Dejó a Bloody Rose en la mesita de noche y la miró atento. La tomó nuevamente y se dirigió al baño; nunca estaba de más tomar precauciones.

Después de una ducha, vistiendo la bata del hotel, estuvo listo para acostarse. Le dio un último vistazo al castaño, que seguía profundamente dormido, antes de apagar la luz y dejarse caer en su cama.

No tardo en caer en brazos de Morfeo.

*

*

*

Bajó corriendo por la blanca colina directo a los brazos de su madre. Ella lo recibió con un fuerte abrazo y una gran sonrisa, revolvió su cabello con cariño y tiro suavemente sus mejillas en un cariñoso regaño.

– Cariño, te dije que no corrieras colina abajo. Puedes caer y lastimarte.

– Lo siento, mami.

Ella lo miró unos segundos, tomó su pequeña mano y lo guio dentro de la cabaña.

– La última vez...No quiero que te lastimes, amor.

Él asintió sonriendo. La voz de su madre era tranquilizante, su sola presencia lo hacía feliz. Él jamás la abandonaría, jamás la dejaría.

Dentro de su pequeño hogar le esperaba un calientito plato de comida y una abrigada mantita; el invierno era muy frío en esa zona. Al lado de su plato, descansaba un vaso lleno de un líquido rojo que se encargó de beber de un trago.

Comían tranquilamente cuando unos azotes en la puerta les hicieron pegar un salto. Su mami, se levantó a paso apresurado, buscó entre el baúl algo que no alcanzó a ver y volvió a su lado.

– Shh, no hay que hacer ruido. Todo está bien, amor.

Los golpes aumentaron, las personas afuera gritaban furiosas, y él tenía miedo de que entraran. Su madre apago el fogón, y le abrigo con un poncho de lana.

– Tenemos que irnos. –ordenó ella mientras miraba nerviosa la puerta. – Si pasa algo...–dijo mirándolo esta vez a los ojos, arrodillándose frente a él para juntar sus frentes. – ...Cualquier cosa...quiero que corras con todas tus fuerzas...Y, mi cielo, no olvides nunca que mami te ama. Eres lo más hermoso que pudo ocurrirme, tú eres mi príncipe. Nunca creas lo que los demás puedan decir de ti, si ellos....si ellos te dicen que eres malo, no debes creerles. Eres el niño más hermoso y bueno que pueda existir.

Flor de AlmendroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora