Flor de Almendro

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Su respiración se detuvo. La suya y la de los demás miembros de la mansión. La presencia era débil, casi extinta, pero era inconfundible.

Corrió lo más rápido que sus piernas le permitieron. No fue el único; frente a la habitación del castaño los nobles se decidían en entrar o no.

— ¿Kaname ha...?

La respuesta era obvia.

Se apresuró a abrir la puerta, mas una orden en grito lo detuvo.

— ¡Alto! —la oji azul rápidamente llegó a su lado. —No entres. Nadie puede entrar.

— ¿Por qué? ¡Aún faltaba tiempo!—gruñó exasperado. ¿Cómo podía pedirle que no entrara?

— El tiempo es relativo. — ella puso su mano sobre la del cazador, apartandola de la manilla. — Si entras, te matará.

—No lo hará.

—Lo hará. — la seguridad en la voz de la mujer le hizo dudar. — Su lado vampiro le exige sangre. Él jamás se ha alimentado bien. Ahora, en este momento su única prioridad es beber. Su mente está inmersa en recuerdos... Beberá hasta sentirse satisfecho; aún si para ello debe matarnos a todos.

—No lo hará... — murmuró. Pero la presencia depredadora en la habitación le decía lo contrario.

— Papá. — Ren sostuvo su brazo izquierdo, jalándolo suavemente hacia atrás. Eylean soltó su mano, y Mitsuki la tomó nuevamente.

Apretó los dientes. No quería dejar al castaño en tan difícil momento. Pero si llegaba a morir ¿Cómo se sentiría el Kaname cuando recuperará el juicio?

Eylean le dio una mirada cargada de seguridad antes de entrar en la recámara. Ella se encargaría de todo. ¿Cómo? No tenía idea. Sólo esperaba que Kaname no sufriera.

El silencio sepulcral se instaló entre todos.

Nadie se movió, a pesar del grito desgarrador que les heló la sangre.

*

*

*

Rojo.

Todo tomaba un matiz rojizo. Sus manos, su cabello, su camisa; todo era bañado en carmesí.

Y las voces... Gritaban tan fuerte que no les hallaba sentido alguno.

Un nudo doloroso se instaló en su pecho.

Entonces, el carmesí fue reemplazado por el castaño. Sus manos desaparecieron para dar paso a imágenes.

La veía correr hacia él con una gran sonrisa. Una agradable calidez se formó en su pecho, desplazando la ansiedad.

— ¡Kaname-sama!

Esa voz dulce, infantil retumbaba en sus sensibles oídos.

— ¿Kaname- sama?

Su propia voz le sonaba lejana. Traída de un mundo diferente.

— ¡Hoy es mi cumpleaños! ¡Hace un año que me salvaste! ¡Por eso, Felicidades Kaname-sama!

— Te equivocas Yuuki. — sonrió enternecido por la explicación. — Este día lo celebramos para ti. Pero... gracias.

Envolvió el pequeño cuerpecito entre sus brazos con una devoción que sólo había expresado a su madre y a su pequeña hija.

El pequeño cuerpo desapareció entre sus brazos; como arena entre sus dedos.

La ansiedad volvió.

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