Tulipán.

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Se aclaró la garganta y tocó la puerta con decisión. No podía negar los nervios que sentía, pero una partecita de él estaba segura que todo saldría bien. Quería confiar ciegamente en esa parte.

Bueno, tal vez estaba siendo dramático.

Ren le recibió; se hizo a un lado para que pasara y le dedicó una sonrisa.

— Últimamente es extraño encontrarte.

— Trabajo. — se encogió de hombros.

—¡Papá! —Mitsuki le dio un efusivo abrazo. — ¿Fuiste a ver al abuelo?

— Sí. Le encantó el regalo, y les mandó esto.— sacó del bolsillo de la chaqueta dos cajitas doradas y se las entregó.

Ambos hermanos dejaron los paquetitos sobre el escritorio. Su padre estaba tenso, parecía darle vueltas a algo y ellos querían saber qué era.

— ¿Ocurre algo? —terminó por preguntar el menor.

— Hay algo que quiero que sepan. —Zero respiró hondo. — Seré directo: me gusta Kaname; estoy enamorado de él.

Mitsuki lo miró en silencio sorprendida por la repintina declaración. Se había percatado de la buena relación entre sus padres, pero no pensó que ya estaban en "ese" punto.

No podía decir que no se lo esperaba. Su madre se lo había dicho en su carta de despedida: el único que llenaría el vacío en Zero era Kaname. Por supuesto, en el momento que leyó esas líneas dudó del sexto sentido de su madre —que aunque nunca fallaba, le parecía imposible que estuviese en lo correcto—, ahora las cosas cobraban sentido. Si se ponía a pensar, hace bastante tiempo que cobraron sentido.

Sí, su padre era el único que podría llenar el corazón de su papá. Y no existía nadie mejor que Zero para que cuidara de Kaname.

No había mucho que pensar al respecto. Su madre, sin dudas, estaría muy feliz.

— Asegúrate de que entienda bien cuando te confieses. Si no eres directo no va a entender. —sonrió.

— ¿Están seguros? ¿Realmente no les molesta?

— ¡Por supuesto que no! —Mitsuki negó.

— Queremos que seas feliz, papá.

Zero abrazó a sus hijos con fuerza. Se sentía aliviado y agradecido; no era una situación fácil de digerir pero ellos lo aceptaron con naturalidad.

No hacía falta más explicaciones. Sus hijos nunca fueron de grandes explicaciones, intuían lo que ocurría. 
Y, estaba seguro, que sabían que ocurría mucho antes que él abriera la boca.

— Por favor no llores. — Bromeó Ren, dándole palmaditas en la espalda.

— ¡Vamos! ¡Ve a por él, tigre! —Mitsuki le empujó hacia la salida. — Kaname está en la biblioteca. Luego nos cuentas, con lujo de detalles, qué tal te va.

— ¡Olvida los detalles! — agregó Ren.

— ¡¿Qué?! ¡¿Ahora?!

— ¡No seas cobarde! —exclamaron ambos hermanos.

Zero les dirigió una mirada agradecida antes de cerrar la puerta tras él.

— Pensé que te opondrías. — Mitsuki tomó la mano de su hermano, como cuando eran niños y corrian por los jardines huyendo de su abuelo.

— Ellos tres tienen una relación especial. Para otros seguramente será difícil de comprender, pero nosotros...

— Sí...—ella besó su mejilla y sonrió. — ¡Bueno! Hay mucho trabajo que hacer. Estos vejetes quieren poner sus manos sobre Kaname. ¡Es nuestro deber impedirlo!

Flor de AlmendroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora