La vegetación me rodeaba. Grandes pinos con rocío desplegaban su aroma en una fina brisa refrescante. Mi cuerpo, caído en el césped, mojando ya aquel vestido me encontraba. Mis ojos abiertos, sorprendidos por las palabras que había tenido con el pelinegro hacia ya unos cuantos minutos.
Tirada y abandonada.
Teniendo mis ojos vacios, merodeé aquel lugar verde. Oscuro. Me habían expuesto a mi suerte en el anochecer. ¿Cuánto tiempo habíamos viajado Bryant y yo para luego despojarme de tal auto y dejarme a la merced del simple destino? Tragué saliva, teniendo en cuenta el Sol y la Luna. ¿Sería alrededor de un viaje de veinticuatro horas? Me negué mentalmente... había sido mucho más.
¿Cómo y por qué había terminado en aquella situación? Eso mismo yo me preguntaba.
El subir al coche y escuchar las últimas reseñas que mi amo me había concedido, simplemente me había dejado en un mundo de desilusiones. No tenía siquiera el permiso de pensar sobre lo malo que "my lord" podría ser. Bryant ya me lo había dejado en claro en todas esas horas que tuvimos de silencio la compañía entre nosotros.
¿Qué era eso que ya habían decidido por mí?
.
—A los perros hay que enseñarles el camino a casa... —contestó, despreocupado y sin mirarme, como queriendo quitarme el signo de pregunta que seguramente tenia plasmado en mi cuerpo.
—Sí, mi lord.
Mis ojos yacieron perdidos en el pavimento del lugar. Agachada, como me habían enseñado desde pequeña, pero aun prevaleciendo de mi, aquella aura incomprendida y algo extrañada.
Sentí en un sublime acto, una cuerda alojarse en mi cuello. Mis ojos grises perecieron de aquel sueño realístico que tenia con mi subconsciente. Tragué saliva sin pensarlo y entonces un estirón me hizo caerme de la orbita que me inundaba. Casi atragantándome, fui aceptando a la idea de tener que moverme a lo desconocido.
¿Enseñarme el camino a casa? ¿Qué acarrearían aquellas significables palabras? Eso era justo lo que pensaba a la hora en que, mirando simplemente a mis zapatos, me iba dando paso por el camino hacia las rejas grandes y negras que daban seguridad a la puerta de entrada. Mordí mis labios en un intento desenfrenado para detener a mis preguntas, ya que, como me habían dicho aquel trío de vampiras en la mañana... yo aquí simplemente era un mueble, algo que no debería de tener quejas, ideas o sentimientos.
¿Qué difícil era la situación? Pretender ser como un perro, puesto a que la correa y el collar ya lo tenía colocado. ¿Qué era lo que faltaba? ¿Babear y jadear por un poco de comida? Parpadeé mientras intentaba seguirle el paso al chupasangre que tenía frente a mí y que permanecía en silencio frente el corto pero estrecho camino que faltaba para llegar hacia aquel nuevo automóvil que me esperaba ya ansioso para comerme viva. ¿Cuál era nuestro destino? ¿A dónde llegaríamos a parar?
Me regañé a mi misma de nuevo. No tenía porque saberlo. Desde hacia ya mas de un día que yo ya había perdido aquella libertad condicional que se me había dado como un simple regalo hasta que cumpliera los dieciocho años. Suspiré una vez en pensamientos de nuevo y aguardé a sentir el estirón que me arrastraba a lo que era un simple misterio para mí.
—Sube al auto —escuché decir de aquel sombrío chico que me abría la puerta como el mayordomo que era.
—No es correcto que una mascota suba primero que un amo —contesté siguiendo mis principios y propia ideológica—. Por favor, entre primero que su servidora.
Una ancha sonrisa de satisfacción se vio reflejada en el rostro del de los ojos violetas y, siguiendo mis peticiones, entró en el vehículo esperando a que la humana que tenia aun una cuerda amarrada tras el cuello, subiera tras de el y no intentara escapar.
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Era vampirica
वैंपायरSe decía que en año 2012 todo se acabaría y así sucedió. Nadie hubiera creído una historia tan loca, pero ahora, es más que un hecho que los vampiros existen. Aquellos que te sodomizan, te compran y hacen de tu cuerpo lo que quieren...