Me acomodé la corbata, sabiendo que incluso a mis doce años tenía que lucir presentable. El bullicio y el cotilleo de los invitados pronto se escucharían a mí alrededor y por lo que había dicho mi padre una noche antes, tendría que atender cuanta peste pudiese escuchar de mí.
“Hablaran como siempre lo hacen.”
Sonreí débilmente al recordar sus palabras, aún cuando lo tenía a mi lado y daba órdenes con su frío y tenebroso carácter. Desde que tenía memoria había sido de ese modo, así que no era nada del otro mundo. No comprendía por qué la gente se sentía tan pequeña cuando estaban frente a él o por qué temblaban cuando le veían caminar. ¿Realmente era tan importante? Suspiré levemente al observar por el rabillo del ojo a aquel hombre con sus ojos del color de la sangre, esa que nunca me había dejado probar.
¿Qué sabor tendría? ¿Por qué a mi padre nunca lo había visto comer? Mis amigos tenían ya a sus esclavas. ¿Por qué no me dejaba tener a mi una?
Suspiré dándome por vencido, sabiendo que si volvía a sugerirlo, iba a castigarme como la última vez. Acaricié mis brazos solo con recordar su voz dura y estricta que me cogía con fiereza y asombro. “Esos humanos no son más que escoria, no los necesitas.” Eso me había dicho.
¿Por qué eran escoria? ¿Por qué no los necesitaba? Mi madre era una, así que era probable que su sangre fuese muy buena. ¿Por qué no podía verla? Quería probarla, conocerla. Lo que más ansiaba, en mi más profundo de mi ser, era quitarme ese color de ojos que tenía… ese color rojo como la sangre, ese líquido que no me dejaban tener.
¿Pero por qué rojo? Aquello se lo había preguntado a mi padre una vez, pero él nunca me había respondido a ciencia cierta. Siempre ignoraba mis preguntas y a veces, se encerraba en su habitación. ¿Por qué lo hacía? ¿Por qué no sonreía? ¿Por qué no me dejaba leer su novela? Esa que siempre le veía escribir en su estudio…
Escuché voces de mujeres y hombres entrar en la casa, cosa que me hizo despabilarme de mis berrinches que solo en mi mente podía tener. Mi padre me echó una fugaz mirada, creo que sabía lo que pensaba. Lo podía ver en sus ojos. Me reprimía, ¿estaba molesto?
—Bryant —Echó un susurro gélido al aire que me hizo paralizarme—, deja de pensar en eso.
Bajé la mirada, a él nunca se le escapaba nada.
—No te alejes de mí —acarició mi cabello un poco antes de dar un paso al frente—. Necesitaré varias cosas de ti.
—Entiendo…
Caminé al lado del hombre que me había criado desde que tenía memoria. Ese sujeto que casi nunca hablaba pero que cuando lo hacía, solo era para pedir cosas y dejarme claro una cosa: yo era su hijo y por consecuencia, yo era suyo.
Todo lo que era se lo debía a él, así que no debía tener pensamientos inmundos o arbitrarios. Su palabra era la ley pero por ser parte de él, mi padre me había soltado una vez que yo era una de las únicas personas en el mundo, en la que él realidad confiaba.
Solté una sonrisa orgullosa antes de que mi padre y yo entráramos en la sala de estar. Los ojos de los presentes se fueron primero a mi padre y luego a mí. Era la primera vez que me veían en vivo y en directo.
Los susurros no tardaron en llegar y las vampiras en dejarse venir para verme. Escuchaba algunos halagos que me hacían ver estrellas, otros eran comentarios como el de dónde me había sacado o si realmente era su hijo. No nos parecíamos al fin y al cabo. Lo único que compartíamos era el color de ojos rojizo.
—¿Cuándo lo tuviste? —Un señor de ojos verdes y cabellera castaña habló justo cuando quería desaparecer frente el piso—. ¡Lo tenías bien escondido, canijo!
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Era vampirica
VampirosSe decía que en año 2012 todo se acabaría y así sucedió. Nadie hubiera creído una historia tan loca, pero ahora, es más que un hecho que los vampiros existen. Aquellos que te sodomizan, te compran y hacen de tu cuerpo lo que quieren...