Me congelo. Llovió toda la noche y la temperatura descendió, cayó en picada. En unas pocas horas el otoño se convirtió en invierno. Nadie estaba listo para el repentino cambio. En especial yo, que soy súper-mega-híper-friolenta. Seguimos en septiembre, pero pareciera enero. Solo falta la nieve, maldita sea.
Salgo de mi tercera clase, envuelta en una bufanda. Muero de frío. Elena dice que soy una exagerada, pero mis piernas tiemblan cada vez que la brisa se cuela por debajo de los pantalones. Hasta me habría puesto guantes si los hubiera encontrado antes de salir de casa. Supongo que mi madre los guardó en el ático junto con todo el resto de la ropa de invierno; en general, solo deja un tapado en cada ropero por si acaso. El resto se coloca en cajas desde abril y hasta noviembre.
—Deja de ser tan extremista —murmura mi mejor amiga. Ella apenas si lleva una camisa de mangas largas—. No es para tanto.
—Si encendieran la calefacción, me podría quitar esta bufanda y mi abrigo. Pero así es imposible. ¡Me volveré un iceberg!
—Es que te ves ridícula. Sé que siempre has odiado el invierno, pero hoy estás exagerando. Hace apenas dos grados menos que ayer.
—Te juro que eso no es cierto, hace... hace... hace temperatura de invierno —declaro sin saberlo con exactitud.
A pesar de mis quejas, cuando entramos a la cafetería decido recorrer a los alumnos con la mirada. Todos parecen sentirse a gusto con apenas un suéter o simples mangas largas. Nadie más lleva puesto un abrigo, mucho menos guantes. Suspiro, derrotada. Debo estar enloqueciendo. Me quito la bufanda y el sobretodo azul. Tiemblo. Un escalofrío recorre mi espalda y estornudo. Es puramente psicológico, pero ya me siento resfriada.
—¿Mejor? —pregunto de mala gana.
—Mucho mejor —asiente ella—. Además, esa playera de Nirvana te queda genial.
—Es de mi hermano. No sé cómo terminó con mi ropa. Seguro que Alan quiso tirarla a la basura porque no le entraba y mi madre, que detesta deshacerse de cosas en buen estado, la puso en mi ropero. No me molesta, aunque no soy una gran fan.
—Es una lástima. A mí me encantan —responde Elena. Luego, baja la voz—. Y creo que a uno de los chicos le ha gustado también cómo te queda, o tal vez solo disfrutaba del espectáculo mientras te desvestías. —Con escaso disimulo, señala a mi derecha.
Veo a Julián. Él se apresura a desviar su mirada, pero sé que nos estaba observando. Es la primera vez que lo noto, que lo identifico. Tengo pésima memoria para recordar nombres y rostros, además de que mis amistades son muy limitadas.
Julián está sentado a la mesa con otros chicos, no muy lejos de la salida. Todo el grupo viste con ropa deportiva porque seguro han tenido Educación Física o algún partido con el club de fútbol americano. Uno de los chicos relata algo mientras el resto ríe a carcajadas, parecen entretenidos con la anécdota. En eso, mi compañero de Biología gira su cabeza en nuestra dirección otra vez. Al notar que todavía lo observo, sonríe a modo de saludo y hace un leve gesto con su mano derecha. Luego, me guiña un ojo con complicidad.
¡¿Qué?!
Como no creo tener grandes habilidades de socialización, le saco la lengua en un gesto amistoso. Él me imita y luego se voltea para continuar la conversación.
"Eso ha sido raro".
—¡No me digas que Julián Ward es tu nuevo galán! —insiste Elena, con una ceja arqueada—. Es amigo de mi Tris, nos cruzamos en varios cumpleaños y demás. Cuéntame sobre él, ¿cómo es que se conocen?
Evito responderle, sé que no vale la pena. Eli es muy curiosa, le gusta saberlo todo sobre los demás. A veces me llama en medio de la noche para contarme algún rumor bobo sobre amoríos escolares entre gente a la que no conozco; suelo quedarme dormida mientras ella habla.
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El chico de la mala gramática (COMPLETA)
Teen Fiction★ Mila está obsesionada con los chicos perfectos que aparecen en sus libros. Julián está decidido a conquistarla, pero ella solo es capaz de ver sus defectos. ★ **** Una tarde, recibí una declaración de amor anónima que estaba colmada de errores, ¡e...