CAPÍTULO 9 - JUEVES

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Ya me siento mejor. La fiebre se ha desvanecido entre pesadillas y mares de sudor, pero mis músculos continúan débiles y pesados.

A pesar de haberme duchado tres veces en lo que va del día, soy incapaz de quedar conforme con la textura de mi cabello, que parece desprender varios kilos de grasa. Es como si me hubiese lamido la cabeza una vaca. Varias veces. Sin parar y sin misericordia. Es más, me atrevo a teorizar que esta vaca imaginaria primero me escupió y luego me pasó su lengua húmeda por la cabeza durante horas hasta asegurarse de que cada uno de mis pelitos estuviese asqueroso.

Es imposible ocultar qué tan horrenda me veo; no hay ni un solo producto en el baño que pueda ayudarme.

Resignada a la imposibilidad estética de mi peinado, almuerzo sobras de ayer y regreso a mi cuarto. Tengo que ponerme al día con mis obligaciones. Reviso los apuntes del martes que me trajo Elena y lamento no compartir más clases con ella los miércoles, no sé a quién le pediré lo que me falta.

Le tomo fotos con el teléfono a la información escolar porque no tengo ganas de perder el tiempo con una copia a mano. Ya las pasaré a la PC más adelante cuando las necesite.

Mi meta es terminar con todo lo que tengo que hacer antes de la cena, así podré leer luego mi nuevo libro.

En algunas horas, concluyo el ensayo de Geografía; lo tenía que entregar hoy, pero la profesora me disculpará si se lo alcanzo mañana. También trabajo en lo de Biología porque sé que no contaré con la ayuda de Julián —y sinceramente creo que tampoco confiaría en sus aportes—; no es tan complicado. Solo he dejado las gráficas e ilustraciones anatómicas para el fin de semana. Esas cosas me salen horrendas y voy a necesitar la ayuda de Alan. Esa siempre fue la labor de Gaby en nuestros equipos previos.

"Él dibuja bien. El chico de las cartas también...", se me ocurre. Alejo la idea con una sacudida de mi cabeza. "Es imposible, sus caligrafías no se parecen".

El tiempo pasa con obscena velocidad al ritmo de la música que tengo en el iPod. El sol se oculta paso a paso en el horizonte y la luz clara que asomaba antes por mi ventana se vuelve anaranjada con el transcurso de las horas.

Coloco el punto final a la última pregunta y suspiro. Son casi las ocho de la noche. Tomo mi teléfono, que descansa en un rincón del escritorio, y le envío un mensaje a mi madre.

"¿Puedo cenar en mi habitación?"

Su respuesta llega casi al instante.

"Ok. 10 minutos. Tu padre traerá pizza. PD. Te llegó un paquete, te lo llevo??????"

Mi mamá no es una experta del lenguaje, pero escribe con el corrector activado así que puedo entenderla sin inconvenientes ni quejas. No me molestan sus deslices gramaticales.

Ahora bien, lo que dijo me sorprende. No recuerdo haber comprado nada por internet, pero esta no sería la primera vez que un pedido de alguna web china se retrasa por casi tres meses entre el correo y la aduana. ¿Serán más post-its para mis libros? ¡Espero que sí! Me compré cinco sets al azar y no sé cuáles me darán. La última vez recibí cerditos, ositos y pastelitos. Y todo va con –itos porque son diseños súper adorables.

"Dale. Gracias."

Ahora que sé que la cena llegará pronto, no quiero comenzar con mi lectura todavía. Soy muy quisquillosa. Por un lado, odio que me interrumpan, detesto dejar un capítulo a medio leer. Podría leer mientras como, pero no desearía arriesgarme a llenar el libro de grasa con la pizza. Por el otro lado, detesto la comida fría. Si empezara la novela ahora, tendría que escoger entre ensuciar el libro o no cenar hasta que pueda bajar a poner el plato en el microondas. Por eso, es mejor aguardar.

El chico de la mala gramática (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora