CAPÍTULO 23 - JUEVES

5.4K 828 156
                                    

Tengo hambre. Me detengo frente a una de las máquinas expendedoras de cosas poco saludables y gasto el dinero que tengo en mi bolsillo. Compro galletitas, un chocolate, un tubo de Pringles diminuto y jugo de naranja.

Bien, es hora de la última clase.

Biología es la materia con la que comenzó todo. Es la única clase que comparto con Julián y con Gabriel. Sonrío al recordar el día en que el profesor me cambió de compañero para los proyectos. Si no hubiese sido por eso, mi vida seguiría siendo tan aburrida y monótona como antes. Claro que ahora también se sumó Víctor, que nada tiene que ver con Biología, pero quizá no lo hubiese conocido si no fuera por la ayuda de Gaby con League of Legends y por la compañía de Julián cuando me atreví a enfrentar al misterioso chico de la mala gramática.

Muerdo una galleta y saboreo las chispas de chocolate con alegría; me encantan. Siento que algunas migajas se cuelan por debajo de mi blusa y que quedan atascadas en mi ropa interior. Pican y me hacen cosquillas, pero no tengo tiempo de ir al baño a sacudirme.

Muevo los hombros de lado a lado, me retuerzo como puedo para que caigan al piso y dejen de molestarme, pero no hay caso. ¡¿Qué puedo hacer?! Miro hacia los costados para asegurarme de que nadie me esté observando. Cuando creo tener suficiente privacidad, le doy la espalda al pasillo y clavo mis ojos en la pared. Deslizo una mano por debajo de la blusa y sostengo el frente del brassier. Tomo aire al separarlo un poco de mi cuerpo. Las migajas ruedan hasta mi ombligo caen al suelo.

Suspiro, aliviada, y vuelvo a acomodarme la ropa. Tengo que apresurarme o no alcanzaré al salón antes de que llegue el profesor.

Troto en zigzag entre los demás alumnos. En una mano llevo las galletitas, en la otra el jugo. La barra de chocolate y las Pringles se agitan en mis bolsillos.

Cuando ingreso por fin a la clase, quedo perpleja ante lo que veo. En uno de los pupitres del fondo, Julián y Gabriel trabajan lado a lado en silencio. De vez en cuando, comentan algo en voz baja y sonríen.

¡¿Es que acaso he entrado en una dimensión paralela cuando me sacudí las migajas?! ¿Qué demonios ocurre? Una cosa es dejar las rivalidades de lado, otra muy distinta es actuar como buenos amigos.

Me aproximo, sigilosa, y reviso por encima de sus hombros: intentan terminar la tarea del día, que ninguno de los dos ha realizado a tiempo. Suspiro. Están tan concentrados que ni me notan.

Dejo la comida sobre otro escritorio y abro el morral. Busco allí mi cuaderno y lo dejo caer pronto en medio de ambos.

—Tienen cinco minutos. Procuren cambiar las palabras así el profesor no lo nota —ordeno con cierta resignación.

Verlos por fin sin rencores me hace querer ayudarlos. A veces dicen que dos cabezas piensan mejor que una, pero cuando esas dos cabezas son las de Gabriel y Julián, creo que entre ambos no llegan ni a un cuarto de cerebro estudiantil promedio.

—Gracias —responde el rubio sin mirarme—. A ver si ahora sí podemos terminar con esto. Te debo un almuerzo o algo.

—Te acepto el almuerzo en el parque de diversiones —respondo en broma. Sé que ambos lo olvidaremos—. ¿Y tú cómo me pagarás el favor? —Poso una mano en el hombro de Julián.

—Con mi grata compañía —responde sin pensar—. No te librarás de mí en todo el día de tu cumpleaños. ¿Te parece? —añade mientras copia las últimas respuestas. Es muy veloz para escribir.

—No, preferiría todo lo contrario, de hecho. —Lo despeino—. Quisiera compartir el sábado con todos, no solo contigo. Deberías ir a agraciar al resto con tu excelsa presencia —agrego con cierto sarcasmo.

El chico de la mala gramática (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora