Contra toda expectativa, no me quedo dormida en ninguna clase. Bebo siete tazas de café a lo largo de la jornada, las compro en una máquina expendedora del primer piso y me cuestan hasta la última moneda que llevo en la billetera. Al menos, logro superar el día escolar sin pasar vergüenza ni recibir sermones de los profesores.
Elena no entiende por qué tengo tanto sueño, y tampoco le quiero explicar los eventos que siguieron luego de nuestra separación en el centro comercial. En especial porque debería incluir el debate que mantuve con Julián y el hecho de que mi mente no me permitió dormir porque me pasé la mitad de la noche mirando una vieja serie animada que pasaban por televisión cuando yo era chica. La encontré por casualidad en YouTube y, cuando llegué al episodio en el que muere el galán, lloré mares de lágrimas hasta la madrugada.
Me cuesta un montón superar el asesinato injustificado de mis personajes preferidos. Ni siquiera ahora, ya casi diez años más tarde, puedo mirar esta maldita telenovela animada sin sufrir como idiota. Y con los libros es peor. Hay una trilogía fantástica que adoro y que tiene a mi crush literario por excelencia, pero lo matan al final del tercer libro y... solo pensarlo me hace querer llorar.
No importa. La cuestión es que tuve que decirle a Elena que estoy releyendo el último libro de Harry Potter porque quiero hacer un fanfic. ¿El problema? Querrá leerlo y me preguntará al respecto varias veces antes de olvidarse del asunto.
Odio mentirle a mi mejor amiga. Intento evitarlo, pero cada vez lo hago más a menudo, y con tonterías. Siento que hay ciertos asuntos en los que no coincidimos, temáticas en las que nuestras perspectivas chocan y situaciones ante las que reaccionamos de forma diferente. Eso no está mal, es solo que de nada sirve que conversemos sobre ello si no llegaremos a un acuerdo.
No es el mejor martes de mi vida, aunque podría ser peor. Logré hablar con Gabriel para coordinar una clase sobre cómo jugar League of Legends y no morir en el intento. Quise convencerlo de pasarle mi cuenta y mi contraseña para que él llegara a nivel cinco por mí, pero me dijo que eso era hacer trampa. Al menos, me ayudará.
Lo espero ahora en la esquina de la escuela, detrás de un árbol para que Julián no me vea cuando salga de sus clases. Ni siquiera sé a qué hora regresa a su hogar, pero es mejor prevenir que lamentar.
Tengo la espalda apoyada contra el tronco y los ojos cerrados a causa del cansancio. Disfruto de la brisa que no es ni muy fría ni muy tibia, es perfecta. He dejado mi morral en el suelo, entre mis pies, y tan solo sostengo el teléfono en mis manos en caso de que alguien intente comunicarse conmigo.
Sonrío a la nada al pensar que ha sido un día pacífico en comparación con los ajetreados problemas de las últimas semanas. Julián está cumpliendo con su promesa de no atosigarme, no me envió ni un solo mensaje, tampoco se acercó hasta mis clases y no le ha preguntado a Tristán por mí. El chico de la mala gramática lleva dos días sin escribirme, supongo que debe estar entretenido con la lectura. Es un alivio no tener que preocuparme por sus declaraciones de amor mal escritas y por los regalos que no podría devolverle.
"Todavía tengo la giftcard de Amazon", recuerdo. Ha quedado debajo del teclado en mi habitación. Debería usarla pronto, antes de que la olvide por completo y de que termine en la basura cuando mi mamá decida ordenar mi cuarto sin mi permiso.
Siempre lo hace. Dice que, si yo no mantengo el orden de la habitación, ella lo hará por mí. Varias veces se ha deshecho de cosas importantes. Suelo decirle que no se meta, que me deje convivir con mi desorden, pero ella es una de esas madres obsesivas de la limpieza. Mi hermano es igual, cada vez que se lava las manos, va a buscar una servilleta para secar el lavabo y dejarlo impecable. Son unos ridículos.
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El chico de la mala gramática (COMPLETA)
Teen Fiction★ Mila está obsesionada con los chicos perfectos que aparecen en sus libros. Julián está decidido a conquistarla, pero ella solo es capaz de ver sus defectos. ★ **** Una tarde, recibí una declaración de amor anónima que estaba colmada de errores, ¡e...