CAPÍTULO 5 - DOMINGO

15.2K 1.9K 1.3K
                                    

Bajo del transporte público y corro hasta el punto de encuentro. Julián está allí con el teléfono en la oreja y una sonrisa pintada sobre su rostro. Tiene la espalda apoyada contra un árbol y la mirada perdida en el cielo. Parece estar tan entretenido con su conversación que no me ve llegar. Y yo, sin querer interrumpirlo, me quedo de pie frente a él mientras termina con el llamado. Habla con otro chico, las risotadas se oyen desde donde me encuentro. Seguro es uno de sus amigos.

Me esfuerzo por ignorar lo que dicen, pero sus voces son tan estruendosas que parece que quisieran que toda la ciudad se entere de lo que hablan.

Julián rechaza una juntada nocturna con amigos porque dice que tiene una cita. El chico del otro lado le dice algo así como que siempre está ocupado con chicas nuevas a lo que mi compañero responde que "esta vez, va en serio la cosa". Su amigo estalla en carcajadas incrédulas otra vez y le dice que, si cambia de opinión, le avise, que lo esperarán y que puede llevar a esa chica a la juntada.

Sin más, Julián cuelga y baja la mirada para ver la hora. Ahí, nota mi presencia y suspira.

—Quince minutos tarde, Mila.

—Lo siento —me disculpo—, es que no tenía ni idea de qué era una "eskina" con "k". Así que corrí en círculos por todo el barrio hasta que te encontré aquí, en la "esquina" con "q". —Hago una pausa.

—Es lo mismo. —Se encoje de hombros.

—La verdad es que el bus tardó siglos en pasar. Pero llegué hace varios minutos, aunque ni lo hayas notado —añado.

Julián me analiza con la mirada como si hubiese algo extraño en mí.

—¿Para qué traes tantas cosas contigo? —Cambia de tema al notar mi mochila.

—Para hacer el proyecto de Biología, ¡duh! —respondo, un poco irritada—. Igual, si vas a salir con una chica más tarde, no sé cuánto tiempo tengamos.

Julián no deja de observarme. Ladea la cabeza, parece estar desconcertado. Es recién algunos segundos después que me responde.

—¡Tienes razón! Yo no traje nada porque te dije que vamos para mi casa, ¿no?

¿Por qué demonios me lo pregunta?, temo que haya olvidado todo sobre el proyecto, incluso me pregunto si ha olvidado su mensaje. Asumo que está en la esquina a la espera de su cita... ¡pero me dijo que llegué tarde! ¿Se habrá vuelto loco?

"Dudo que se refiera a que yo soy...", me obligo a dejar de lado la idea. Es culpa de Elena que sospeche que él se refiere a mí.

—Si quieres, puedo volver a mi casa y arreglamos para otro día —ofrezco de mala gana.

—Nah, sígueme —anuncia. Hace un gesto con su mano y me da la espalda antes de comenzar a caminar por la avenida con las manos en los bolsillos.

—¿Qué tan lejos queda tu casa?

—No sé, kilómetro y medio supongo, ¿te molesta? No es como si estuvieras usando tacón alto ni nada —responde—. No te preocupes que más o menos en media hora llegamos. —Revisa el horario en su reloj una vez más—. Vamos a estar justos con el tiempo, pero creo que no habrá problemas.

No tengo ni la más pálida idea de lo que habla, pero asiento. Supongo que su madre nos esperará para cenar, que necesita cuidar de algún hermano menor o algo así.

Avanzamos en silencio por la ciudad. Julián se la pasa enviando mensajes con su teléfono; escribe a la velocidad de la luz —seguro con miles de errores— y apenas si alza la vista de vez en cuando para ver por dónde camina o si el semáforo indica que podemos cruzar.

El chico de la mala gramática (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora