Capítulo V

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Al día siguiente, ninguno de los dos príncipes pudo despertar de un pesado sueño que les sobrevino tras haber estado toda la madrugada juntos. Sus padres no entendían las razones de su prolongado descanso y comenzaron a preocuparse por cada uno.

—Wilfredo, hijo. Debes despertar que ya es tarde —dijo su padre moviendo las almohadas de su hijo quien aún no despertaba— ¿Qué es lo que te sucede? —preguntaba su padre muy preocupado en la cabecera de la cama, moviéndolo poco a poco pero notándolo dormido aún.

Entretanto, el rey Horacio estaba en la habitación de Leonardo, despertándolo también pero sin conseguir resultado alguno y con ronquidos como respuesta.

—¡Leonardo! Grrr... ¡Despierta, hijo! —gritaba el máximo soberano al darse cuenta que su hijo no despertaba— Esto es extraño, él no duerme hasta tarde.

Ambos príncipes estaban profundamente dormidos y cansados, sin despertarse de su pesados sueños. Alrededor del mediodía, los príncipes quiénes yacían en sus camas comenzaron a despertar viendo a sus padres en ellas.

—Buenos días, padre —decía Leonardo bostezando y despertando de su prolongado sueño— ¿Qué haces acá? —preguntaba.

—¿Cómo que qué hago acá? —refunfuñaba el monarca— Ando preocupado por ti, hijo. Desde hace rato estoy acá y noté que no habías despertado, estaba preocupado por que estuvieras enfermo o algo similar.

—No, no padre. Me siento bien —dijo él sonriente recordando el haber conocido a Wilfredo— Ando bastante bien, es sólo que quise despertar un poco más tarde hoy.

—Sí que despertaste tarde, ya es mediodía —sonrío Horacio sin sospecha alguna de lo que su hijo había hecho la noche anterior— Aún así, me alegro que no estés enfermo.

Por otra parte, el rey Sebastián estaba observando cómo su hijo ya estaba despierto tras subir las escaleras que llevaban al pasillo en el que se encontraban las habitaciones.

—Vaya, al fin despiertas.

—Buenos días, querido padre —decía el lobo frotando sus ojos.

—Tardes ya, hijo. Es más de mediodía.

—Oh, vaya... dormí mucho.

—Sí, pensé que te había sucedido algo malo —comentó su padre desde la entrada a su cuarto.

—Descuida, padre. No me ocurrió absolutamente nada. Estoy bien, es sólo que creo no medí el tiempo esta vez —dijo el lobo apenado.

Ambos sabían que no podían decirle a sus padres que se habían visto la noche anterior, por lo cuál lo mantuvieron en secreto. Así lo hicieron hasta un esperado reencuentro de los dos nuevamente una semana después por la noche, en el mismo lugar donde se habían visto por vez primera y quiénes estaban felices por haberse conocido.

—¿Leonardo, Leonardo estás aquí? —preguntaba Wilfredo buscándolo por los alrededores de la muralla.

—Sí, sí. Aquí estoy —sonreía el león habiendo salido detrás de un árbol.

Después, Wilfredo tendió un manto de tela de cuadros azules y blancos bajo el pasto iluminado y colocó también una cesta con comida. 

—¿Le comentaste algo a tu padre respecto a nuestro encuentro, Leonardo? —preguntaba Wilfredo al servir un poco de leche rosada en un plato.

ùNo, no le dije nada... ¿No le dijiste nada al tuyo?... Espera, ¿qué es eso? —preguntó el león curioso y relamiendo sus bigotes.

—Yo tampoco le dije nada al mío y esto es leche rosada. He oído que a los leones les encanta eso por algunos moradores de mi reino. Aunque, no la consiguen en Leonyx debido a lo complejo que es producirla ya que no poseen muchos bosques con frutos rojos -Decía Wilfredo tapando la botella.

—Es verdad... Es difícil conseguirla debido a eso pero ¿tú cómo la obtuviste? —preguntaba rascándose la melena y acomodando su corona.

—Hay una pequeña fábrica acá en este lado, así que pedí un poco y la traje para ti —sonreía el lobo acercando el plato hacia el león.

Leonardo se sonrojó mucho por tan bonito gesto y lamió la nariz del joven licántropo. 

—A diferencia de mi padre y demás familiares, nadie ha tenido un gesto tan lindo por mí, sabes —dijo él bebiendo la leche- Es lo más hermoso que un amigo ha hecho por mí.

—Tranquilo, jeje. Es la primera vez igual que hago esto con alguien, para ser honesto yo no tengo amigos. —le comentó el lobo al felino.

—A decir verdad, yo tampoco tengo. Toda mi vida la hice en el reino y no salía ni siquiera a jugar. No puedo decir que tuve una infancia divertida como otros chicos del castillo por las limitaciones a las que mi padre me tenía—dijo para luego dejar salir un prolongado suspiro.

—Mi padre tampoco me dejaba salir, seguramente lo hacía para protegerme y tampoco tuve una infancia con libertades, siempre encerrado entre cuatro paredes —sollozó el lobo recordando su niñez.

Hubo un silencio prolongado entre ambos, ninguno sabía ya de qué hablar o qué decir. De repente, Leonardo alzó su mirada y posó su pata derecha en el hombro de Wilfredo.

—Pero, creo que ahora encontré a un amigo. Uno que no es mi enemigo como pensaba antes —decía Leonardo acariciando las orejas del lobo para luego jugar con sus cabellos.

—Puedo decir lo mismo, querido amigo. Nunca pensé que tú, a quien consideraba mi enemigo, pudieras mostrarme el valor de la amistad —dijo Wilfredo sonriendo y acariciando de igual manera la melena del león para luego sacar algunas cosas de comer y dárselas en su boca.

—Mmm... Esto está rico, ¿qué es?

—Es pastel de miel con avellanas, espero que te guste. —respondió el lobo colocando el pastel sobre una manta blanca— Es mi favorito.

—El mío es el pastel de coco con vainilla. —dijo el león contento comiendo y bebiendo. 

—No te creo, ¿de verdad?

—Claro que sí. Aunque este pastel de miel con avellanas nos sabe nada mal y eso que es la primera vez que lo puebo—dijo para luego seguir comiendo aquel delicioso manjar entre mordidas placenteras, disfrutando la exquisitez de probar algo nuevo.

Y así, tanto el león como el lobo siguieron departiendo esa noche juntos bajo la luz de la luna, como buenos amigos que ya iban siendo compartiendo sus vidas, gustos, intereses y demás características en tan cercana relación.

Conociendo a mi enemigo [Furry/Bara]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora