Capítulo VII

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Algunos días habían pasado después del encuentro entre Leonardo y Wilfredo. Sebastián, no conversaba mucho con el príncipe a raíz de la pequeña discusión que habían tenido así que pensó que sería el momento de hablar cuando estaban justo desayunando en el castillo.

—Y dime, ¿qué has hecho últimamente? —preguntó el rey con la curiosidad de saber lo que su hijo hacía tras el momento incómodo que habían tenido.

—Nada que no sea esforzarme a diario, padre —respondió el lobo comiendo con una especie de tranquilidad.

—Mmm... Bueno, ya veo —dijo el rey tomando una manzana para morderla— Pregunto porque siempre he notado que vas hacia el puente a entrenar.

—Hacia allá voy porque quiero proteger los límites del reino, me gusta entrenar mucho y mejorar cada día. Desde que era un cachorro sabías eso, padre —dijo el lobo tomando un pan y pedazo a pedazo lo comía, remojándolo en chocolate.

—Eso he podido notar, mmm... pero dime una cosa. Se honesto conmigo y dímelo —dijo el rey mientras tomaba con un racimo de uvas para comerlo— ¿No te has encontrado con un león o sí? —preguntó.

—No, con ninguno. ¿Acaso no me dijiste que no me acercara a ellos? —contestó el príncipe comiendo un banano.

—Sí, tienes razón —le dijo el rey y añadió— Perdóname por todo lo que dije.Creo que te traté muy mal aquella vez, hijo.

—Ya no importa, padre. No pasa nada, aunque tus palabras me hicieron sentir muy mal pude sobreponerme a eso y ya me ves —dijo aún desayunando hasta terminar.

—Tienes el mismo carácter de tu madre, jamás se dejó vencer por los problemas ni las discusiones que teníamos de vez en cuando —dijo el rey.

—Mamá estuviera orgullosa de lo que soy ahora: un lobo guerrero que protege el reino con tezón y gallardía —dijo el príncipe impetuoso comiendo otros trozos de pan remojados— A pesar de ser un príncipe, no me gusta vivir todo el tiempo encerrado en el castillo y te lo hice saber cuando tuve la mayoría de edad. No sabes lo feliz que me siento tras haberme decidido a hacerlo.

El rey se levantó de la mesa y miró fijamente a su hijo. Acaricio sus mejillas y con una expresión muy tierna, sonrió.

—Ya no eras un cachorro, Wilfredo. Yo siendo tu padre no puedo interferir en las decisiones que tomes sean buenas o malas. Aún así, eres mi hijo y siempre debo velar por tu seguridad.

—Padre, eso es evidente. Pude notarlo cuando estuviste en los límites dónde me encontraba yo, no es para menos el que sepa que me cuidas —Dijo Wilfredo levantándose de la mesa— Ahora, si me disculpas debo retirarme porque seguiré entrenando.

—¿En el mismo lugar, no es así? —preguntó su padre siguiéndolo un poco.

—No, esta vez no. Hoy estaré en el patio trasero del castillo, cerca de los rosales. Ahí entrenaré y estaré perfeccionando mis técnicas —dijo algo fastidiado el príncipe. 

—Está bien, hijo —dijo su padre para luego detener sus pasos— No te molestaré si entrenas. 

—No, no es molestia. Pero al parecer siempre estás sobreprotegiéndome y eso ya me fastidia un poco. Ahora, con tu permiso me voy a entrenar —dijo el príncipe luego de reposar su comida.

El rey enmudeció con las palabras de su hijo y dejó que se marchara a entrenar. Estaba perplejo por las respuestas que le había dado y cómo claramente no había respondido a sus preguntas un poco intimidantes. Él, tenía el presentimiento de que su hijo se comportaba de una manera muy cambiada a cómo era antes así que sus dudas aumentaron aún más.

Por otra parte, el rey Horacio había salido cómo siempre era habitual con su hijo hacia los alrededores del castillo, cerca de las praderas que quedaban por el río Leogryph.

—Leonardo, tú eres mi hijo y yo tengo mucha confianza en ti. Pero, últimamente hay cosas que me sorprenden —dijo caminando con el príncipe.

—¿Cómo cuáles, padre? —preguntó el león sacudiendo su melena y mirándolo atentamente- Yo sólo soy yo y no creo sorprender a nadie.

—No es por cuestionarte, hijo. Pero noto que te han entregado ese collar que llevas, por ejemplo. Nunca lo había visto ni tampoco me has contado los orígenes de su proveniencia.

—Ya te dije, padre. Lo encontré practicando con mi arco y mi flecha un día que vine por los alrededores de la pradera. Aún no entiendo por qué cuestionas tanto lo que hago —proseguía el príncipe tomando su arco y su flecha para disparar al fruto de un peral.

—Ya sé, ya sé que lo dijiste. Es sólo que, siento que te comportas de una manera diferente desde que tomaste la decisión de salir del castillo. Es extraño, nunca te había visto comportarte de esa manera —decía su padre mientras seguía viéndolo.

—¿Ah, sí? Yo noto que no he cambiado mucho, padre. Lo que sí he sentido es mayor libertad en la toma de mis decisiones sobre lo que yo quiero, mirando las perspectivas del mundo que me rodea —dijo el príncipe sonriendo.

Ambos sonrieron y con fina puntería, el joven príncipe lanzó un flechazo que se incrustó en un par de peras. Sonriente, fue y las tomó señalándoselas a su padre.

—Papá, lo que he sentido puede asemejarse a esto. Capturé dos peras con un flechazo así como la vida misma capturó mis decisiones y gustos ahora que soy libre.

—Eres muy inteligente, Leonardo. Pero mira, las peras están heridas y espero que al haber tomado esa decisión de ser más "libre" no sufras o seas lastimado por algo o alguien —dijo el rey.

—Todo tiene causas y consecuencias en esta vida, padre. Tú mismo lo has dicho e igual mi madre lo dijo alguna vez también. Ella siempre era muy sabia. 

—Sí, aún recuerdo a tu madre como siempre lo hago cada noche. Ella siempre tenía sabias palabras y muchas veces insistía en que te dejara jugar con otros chicos, aunque yo prefería ser precavido y tenerte aquí mejor. —comentaba el soberano— Su partida fue muy dura pero aún así la mantengo viva en mis recuerdos.

—Y yo en mi corazón, padre. Y desde el cielo yo sé que ella cuida de mí, ayudándome y protegiéndome —dijo el león tomando nuevamente el arco y su flecha para lanzarlos en el grueso tronco del árbol.

—Aún así, me sorprende tu cambio de mentalidad y la manera como sobrellevas todo, Leonardo —decía su padre curioso por la actitud de su hijo y las aptitudes que había notado en él desde hace mucho.

—No te sorprendas padre que ya no soy un leoncillo, jaja —rió el príncipe mientras seguía practicando su actividad favorita— Poco a poco descubriré lo que quiero, por eso siento seguridad al estar decidido la mayoría de las veces.

Luego de hablar con sus hijos, ambos padres se sentían pensativos por las frases puntuales de cada uno de ellos, pensando que habían tomado sus propias decisiones, las cuales abrieron algunas puertas para la curiosidad de cada rey.

Conociendo a mi enemigo [Furry/Bara]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora