Cincuenta y uno

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A paso lento se encontraba atravesando el campus de la gran universidad. Hace alrededor de media hora habían terminado sus clases, por lo que tenía el resto del día libre y podría ir a su apartamento en busca de ropa, con bastante tiempo de sobra. Su mente se hallaba divagando en múltiples pensamientos, a la vez que pateaba una pequeña roca que se había antepuesto en su camino. Las imágenes en su cabeza no le ayudaba a tranquilizar para nada su estado anímico y mucho menos el físico.

Se sentía totalmente fatal.

Llevaba semanas sin lograr dormir del todo bien, además de intentar sobrellevar toda la carga académica. Las largas siestas de ocho horas, habían pasado a ser cortos entretiempos en los cuales despertaba por las pesadillas. Estaba seguro de que había bajado lo suficiente de peso, como para que la ropa comenzará a quedarle aún más grande de lo que ya se le veía.

No tenía apetito. No tenía ganas de hacer nada.

Solo quería tener a su pequeño hijo en sus brazos y no soltarlo jamás. Su pequeño granito de felicidad, que le había sido entregado hace seis años. Ese tierno ser que era parte de él y la que alguna vez fue su mejor amiga...

Realmente no iba a lograr soportar que la familia de su ex novia le quitaran lo único por lo que se había mantenido luchando por tantos años. Había dejado de consumir las grandes cantidades de alcohol que antes bebía con facilidad. Había dejado de meterse en problemas al golpear a desconocidos. Incluso, se había sometido a todos los exámenes médicos, para comprobar que no era un maldito drogadicto. Había dejado de no hacer nada por su vida, ingresando a la universidad para poder darle una vida estable a su hijo.

Y todo eso... ¿para qué?

Nuevamente volvían a molestar su tranquilidad. Nuevamente, intentaban arrebatarle una parte de su ser. Ese pequeño niño que lo era todo para él. Fue solo hace unos meses que todo había comenzado, siendo los peores para él. Pero por otro lado, estaba Jimin. Su novio de ojitos sonrientes. Agradecía haber conocido a ese chico en el momento donde creyó todo perdido.
Sin que el pelinaranja supiera nada sobre sus problemas familiares, le había dado la felicidad que le faltaba. Y en parte, la fuerza que necesitaba. Ese chico se había colado tan profundamente bajo su piel, que no notó cuándo comenzó a sentir tantas cosas que creía sepultadas. Todo revivió con la presencia de Jimin a su lado, logrando que hasta su pequeño cayera rendido a los pies de quién ahora era su pareja. 

Sin embargo, algo le impedía hablarle sobre lo que ocurría. Quizás era el temor de que el pelinaranja se alejara de su lado, al saber lo mal que se veía la situación para él. Tenía miedo de perder otra vez a las personas que más amaba.

Entonces... ¿Qué podía hacer, cuando el miedo se encontraba consumiendo su voluntad?

Deseaba con todas sus fuerzas poder luchar por Jae. Realmente estaba luchando por no sucumbir ante las horribles acusaciones de la familia de Young. Sabía que todos los papeles que habían entregado en la corte, eran falsos. Incluso quiso golpear en ese momento a su ex-suegro, por difamar tales cosas sobre él, siendo que poseía cada examen médico para corroborar que aquello no era cierto. 

¿Qué podía hacer un padre de veinticuatro años, contra un hombre de cincuenta y tres que había pasado toda su vida estudiando leyes?

Nada.

Sus opciones de estaban viendo limitadas y el hecho de que ya se acercará el veredicto final, no hacía más que darle rienda suelta a su locura. Iba a perder los estribos en cualquier segundo y eso significaba perder a Jae al instante. Ese era el plan de esas malditas personas.
No solo les bastó con hundirlo en la miseria cuando murió Young, sino que ahora venían y le quitaban lo único que le quedaba de ella. Porque claramente no le permitieron recuperar nada del apartamento de su hija, ni sus propias cosas. Echándolo a la calle como un perro pulgoso, con un niño de un año de vida.

Who are you? | YM 🍊🥝 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora