44: Nochebuena.

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El invierno es una época a la que todos clasificamos como helada. Es aquella estación fría en la que tienes que llevar tantas camisas interiores y tantos jerséis que no puedes ni levantar los brazos, esa en la que la nariz y las manos se te pelaban, dejando pequeñas heridas que deben ser curadas con cremas. Se llevan gorros y bufandas, por la baja temperatura en las orejas y el temor a coger un catarro. Prácticamente, en invierno, solo deseas ponerte delante de una estufa (preferiblemente de leña) y hacerte una buena taza de café calentito que pueda elevar un poco la temperatura de tu cuerpo. Pues bien, yo tengo algo de diferente en todo aquello. A mí en invierno, se me derrite el corazón.

Recuerdo con mucha añoranza que mi madre no era de aquellas que te hacían galletas con glaseado o de las que se preocupaban por tejer una bufanda de lana para mí. Yo me ponía toda la ropa posible para que pudiera darme algo de calor. Pero sí que celebrábamos juntas las fiestas. Todos los años, aunque me dijera que Papá Noel y los Reyes Magos no existían, recogía un poco de dinero (el cual no se gastaba en máquinas y alcohol) para llevarme a una juguetería del pueblo donde todo era algo asequible. Y yo elegía lo que quisiera, sin pasarme del presupuesto. Después íbamos a por un chocolate caliente y nos lo bebíamos sentadas en aquella plaza que tantos niños corrían felices con chucherías en las manos, para felicitarnos la navidad la una a la otra. Más tarde, regresábamos a casa y todo volvía a la cruda realidad. Aquella en la que mamá desaparecía durante el día volvía completamente borracha para que la acostara y me musitara uno de sus <Te quiero, esto no va a pasar más. Te lo prometo>.

A mí, se me derretía el corazón en navidad solo por ese recuerdo. Y sobre todo ahora, mientras camino cogida de la mano con Jensen por la avenida. Ya hace una semana después de aquella visita por parte de Carolina. Jensen ya está moviendo todos los trámites de divorcio, pero claramente son fiestas, y la gente no trabajaba. Con suerte, para enero, seguro ya estará todo listo.

Día veinticuatro de diciembre, intento encontrar algún regalo para Jade y Steve, quienes vienen a cenar esta noche junto con Maggie y Rody. Los de ellos ya los tengo, pero por desgracia no he podido encontrar nada que me guste para mis dos mejores amigos. He estado muy ocupada estas tardes, con trabajo hasta por encima de las cejas. Los ratos libres los pasaba demasiado entretenida con Jensen en mi cama, en el coche, en la encimera, en el baño... El amor, que realmente ayuda a entrar en calor en invierno. Cuando comienzas con una pareja lo único que apetece es estar bajo unas sábanas todo el día.

—¿Tienes una idea de lo que vas a comprarles? —me pregunta Jensen, mientras que yo niego con la cabeza. Los bordes de mi bufanda se mueven junto con mi gesto. Esta semana las temperaturas han descendido de una manera brutal. Ya no puedo salir sin tres camisas, las botas, la chaqueta y mi bufanda. Por otra parte, mi chico (sí, mi chico) lleva un gorro de color gris junto con un chaquetón que le llega por las rodillas. Aunque realmente me interesa más lo que lleva debajo...

—Realmente no tengo ni idea. Seguro acabaré comprando dos colonias cutres y un par de bragas para Jade —musito. Odio hacer regalos porque nunca se me han dado bien. Además, realmente no estoy como para gastar dinero. Aunque el otro día hice horas extras y sé que lo que hoy me gaste lo voy a cubrir por completo. Incluso más.

—Mujer, al menos las bragas las usará —exclama con una sonrisa. Si no las tiene quitadas mientras está con Robert...

—Todavía no me has dicho lo que les has comprado tú. Ni si quiera me has dejado verlo —achico mis ojos—. Eres muy cruel —su carcajada llega a mis oídos.

—No te lo voy a decir —veo como se acerca a mi boca, parándose en la acera—, mucho menos el tuyo —deja un beso en mis labios para dejarme plantada como un pino. Rápidamente me vuelvo a agarrar de su brazo.

Peligrosa pasión (1ª Bilogía &quot;Novelas peligrosas&quot;)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora