Capítulo 3. Frustración

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Cerca de las cuatro de la mañana, un ruido bastante molesto para mis oídos, hizo presencia en la habitación. Por lo que asustada de lo que pudiera estar sucediendo, bajé corriendo de la cama para avisar a Alec de aquel sonido monstruoso.

No obstante, después de sacudirlo varias veces, un gran ronquido semejante al rugir de un león, salió de su boca.

— ¡Será estúpido! —Me quejé en voz alta—. Me amenaza en caso de que yo roncara, cuando el único ser que emitía semejante estruendo, era él.

Alec pareció no escucharme, ya que se dio la vuelta y siguió durmiendo tranquilamente. En cambio, yo ya me había desvelado un poco y tenía demasiada hambre, puesto que aquella noche él no me había subido nada de comer a la habitación.

Al salir del dormitorio, descubrí él mismo pasillo del día anterior, solo que esta vez, éste se encontraba completamente a oscuras y tampoco era tan ingenua como para ir en busca de alguna vela, arriesgándome a que alguien me pudiera ver.

De esa forma, me guie colocando mi mano derecha en la pared, hasta llegar a la escalera, en la cual casi no tropiezo varias veces.

Debía aprender a ser más ágil.

Unos minutos más tarde, encontré la cocina, en la cual había unos dulces que atrajeron mi atención de inmediato, debido a su olor y apariencia.

Así pues, ya estaba sentada sobre una silla bastante alta para deleitar aquella comida con mis propias manos. Además, ya no me importaba ensuciármelas, puesto que el día anterior, había probado aquel pan con carne llamado hamburguesa y lo había disfrutado demasiado.

— ¿Qué haces aquí? —preguntó Alec, encendiendo la luz.

—Comer —respondí encogiéndome de hombros—. ¿Quieres uno?

Él siguió mi mirada y al ver aquellos dulces, abrió los ojos como platos y se agarró del pelo preocupado.

— ¡Esos dulces los hizo mi madrastra para el cumpleaños de su hijo! —me regañó—. Estoy seguro de que me matará cuando descubra que faltan varios.

No pude evitar sonrojarme un poco al darme cuenta de que había comido tres en un santiamén y luego me disculpé arrepentida.

Aquel acto, no había sido propio de una dama.

—Mi madrastra me odia y buscará cualquier excusa para regañarme —se quejó—. ¡Todo es tu culpa!

La indignación hizo presencia en mí y me levanté de la silla para despotricar todo lo que había callado aquel día.

—Deberías aprender a tener un poco más de empatía, porque si afirmas que vivimos en otro siglo bastante diferente del que yo vengo, podrás imaginarte todo lo que me está costando adaptarme a tu forma de vivir —le recriminé—. Y yo no soy la única culpable aquí, también lo eres tú, puesto que si me hubieras llevado aunque sea un pequeño trozo de pan, te lo hubiera agradecido bastante. Pero parece ser que aún no comprendes el significado de la palabra egoísmo.

Alec me observó enfadado y un rato después chasqueó la lengua.

— ¿Te crees que yo estoy acostumbrado a que me lleguen todos los días locas como tú que dicen vivir en una época que terminó hace muchos años? —contraatacó—. Temo decirte que todas esas personas que vivían en aquella época, ya están muertas y si tú fueras uno de ellos, estarías bajo tierra. Así que, ¿por qué no vas mejor a un psicólogo para que elimine esa loca idea de tu cabeza?

Mis oídos dejaron de escuchar el final de su frase al oír la palabra muertas.

¿Acaso mis padres estaban muertos?

A pesar de que batallara por impedir sentirme vulnerable ante él, mis ojos se cristalizaron y un sollozo escapó de mis labios.

—Oye, lo siento, creo que me pasé pero es que... —murmuró poniendo su mano sobre mi hombro. Sin embargo, yo me zafé de su agarre y corrí escaleras arriba, hasta llegar a la cama que me había asignado.

La puerta de la habitación se abrió, pero yo lo ignoré; Alec subió por los barrotes para pedirme perdón una vez más, no obstante, me hice la dormida, y mis lágrimas siguieron surcando mis mejillas durante horas, hasta que conseguí caer sobre los brazos de Morfeo.

—Despierta dormilona —escuché mientras tomaba un sorbo de té, junto a mi madre en el comedor.

— ¿Qué demonios? —me pregunté en voz alta levantándome de la cama.

Era Alec.

—Traigo buenas noticias —anunció—. Mi padre tiene que hacer un viaje urgente de negocios y se irá de casa durante ocho largos meses.

Yo lo miré extrañada, y a pesar de querer preguntarle el motivo de su alegría al escuchar que su progenitor se iba, seguía dolida por lo de ayer, así que guardé silencio.

—Sé que te molestó mucho lo de ayer —susurró—. Sin embargo, estaba muy frustrado y si te sirve de consuelo, la estúpida de mi madrastra ya me ha dado un largo sermón.

Una pequeña risa brotó de mis labios y sus comisuras se alzaron.

— ¿Y ahora te burlas de mí? —bromeó—. Yo también sé defenderme.

Dicho aquello, comenzó a hacerme cosquillas y mis carcajadas se oyeron por toda la habitación.

— ¡Para, por favor! —le rogué asfixiada.

—No lo sé... en mi opinión, esta es una buena forma de castigarte —dijo continuando con su ataque.

—No puedo respirar —reí—. ¡Si me sigues haciendo cosquillas, me caeré del colchón!

—Alec, ¿cuántas veces te he dicho que no grites en la casa? —dijo una mujer entrando por la puerta del dormitorio. No obstante, al vernos, se ruborizó completamente y la cerró otra vez.

Él y yo nos miramos confundidos, pero al fijarnos en nuestra situación, comprendimos por qué aquella señora se sonrojó de aquella forma.

—Yo eh... yo... —titubeó Alec.

—Creo que deberíamos bajar —dije—. Tu madrastra ya sabe de mi existencia.

—Sí, tienes razón —bisbiseó bajando de la cama y quitando las arrugas que quedaron en su camisa.

—Al menos ya no me tendré que ocultar —opiné.

—A no ser que ella misma te eche de mi casa —objetó.

Yo sólo me limité a tragar saliva y salir de aquel cuarto, acompañada de mi nuevo amigo.

Atrapada en el siglo XXI *[EDITANDO]*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora