Capítulo 10. Anhelo

2.2K 261 23
                                    

Mis brazos rodearon su cuello y él colocó sus manos en mi cintura, la pasión con la que nos besábamos iba aumentando poco a poco, hasta llegar a ansiar un poco de aire para respirar.

Alec pareció leer mis pensamientos, puesto que se separó mirándome a los ojos fijamente con un brillo peculiar.

Jamás se me había pasado por la cabeza dar mi primer beso con alguien tan frío como Alec. No obstante, a pesar de que fuera un golpe bajo a mi orgullo, debía admitir que me había encantado.

Así pues, me acerqué a su rostro y lo besé por segunda vez, tomándole por sorpresa.

Después de eso nos quedamos uno frente al otro sin decir nada. Lo único que nos acompañaba aparte del silencio, era la luz de la luna que se filtraba a través de la ventana además de una débil brisa que hacía ondear las cortinas con suavidad.

— ¿Qué soñabas? —me animé a preguntar cruzando mis piernas y agarrando su almohada.

—Nada importante, ha sido sólo una pesadilla —respondió con la vista perdida en el suelo.

Aquel gesto hizo que me preocupara por él.

—Alec, sé que no deseas contármelo y que a pesar de todo, sigo siendo una desconocida. Sin embargo, te aseguro que puedes confiar en mí siempre que algo te cause frustración.

Él frunció el ceño y negó otra vez con la cabeza.

—Es cierto lo que digo, ha sido sólo una pesadilla —contestó encogiendo sus hombros.

—Parecías asustado de verdad y caían lágrimas por tus ojos —aseguré sin terminar de creerme aquello.

—Soñé que me encerraban en un cuarto sin alimentos ni bebidas y no podía escapar de ahí.

Asentí, sabiendo que me estaba mintiendo. Cuando me desperté, él estaba llamando a gritos a alguien llamado Alex y diciendo que no repetidas veces.

— ¿Alguna vez te ha pasado algo muy malo? —inquirió.

En mi época, tenía muchísimos lujos y mis padres me daban todo lo que quería. Luego recibí educación y más tarde me presentaron a la sociedad en busca de un esposo.

Quizás lo más malo que me pasó, fue saber que en cualquier momento me casaría con alguien que me eligiera y yo no podría hacer nada al respecto.

Sabía que me había librado de aquello al aparecer en la habitación de Alec, pero anhelaba todas las cosas que me habían rodeado desde que era un bebé.

Mis padres, mi nana, los criados, mis amistades e incluso mis enemigos.

Evitaba pensar en eso, no sabía cómo les pudo afectar a ellos.

¿Habrían muerto, o estarían viviendo su vida normal en otro siglo diferente?

Seguía sin comprender cómo había terminado en el siglo veintiuno, en la habitación de un joven que se preparaba para la escuela y que poseía unas costumbres diferentes a las mías.

De repente una tristeza me invadió al plantearme aquello y decidí responder.

—Alejarme del entorno en el que crecí —afirmé—. ¿Alguna vez te has pasado por algo parecido?

Él asintió sin justificar su respuesta.

—Al menos no has cambiado de siglo —bromeé esperando sacarle alguna sonrisa. Sin embargo, nunca apareció.

—Creo que deberíamos dormir —propuso—. Mañana hay clases.

— ¿Hiciste la tarea?

Varias maldiciones asomaron de sus labios y se acercó al escritorio para hacer los deberes.

Al día siguiente, sus ojeras casi le llegaban al mentón.

—Pareces un oso panda —opinó su hermanastro, dando un sorbo a la taza de leche mezclada con chocolate.

—Cállate.

—Vale, señor cascarrabias —se quejó.

No obstante, mi risa los interrumpió ya que le había quedado toda la boca marrón de tal manera que parecía un bigote. El cuál había que admitir que le quedaba horrible.

— ¿Ahora qué pasa? —cuestionaron los dos, con sus cejas arqueadas.

—Tu... tu... —parecía una estúpida riéndome por eso, pero verlo tan serio con aquella mancha en su boca, había sido divertido—. Ay... ¡tu boca!

Y volví a soltar una carcajada.

Dereck se limpió la boca y Alec se contagió de mi risa.

Brenda entró en la cocina al oír aquello y regañó a su hijo por no usar una servilleta antes de hablar.

Finalmente, llegué feliz al Instituto y entré al aula con Alec.

—Buenos días alumnos, tomen asiento —ordenó el profesor Douglas, que impartía clases de historia.

—Buenos días —respondieron todos.

—Saquen los libros por la página sesenta y cuatro, lean el texto con sus compañeros y comenten sobre ello. No debería resultarles difícil, esto es repaso de cursos anteriores.

Tal y como dijo, abrí el libro. El día anterior, habíamos hablado sobre cosas que nunca había vivido.

Por ejemplo... agradecía no haber llegado a parar al siglo veinte, aquello habría sido una locura.

Según el profesor, hubo dos guerras mundiales y en una de ellas se usaban cosas llamadas bombas, tanques y aviones que podían llegar a hacer mucho daño.

Sería horrible que eso volviera a pasar en el siglo veintiuno, pero los humanos podían llegar a ser idiotas como para repetir una y otra vez ese tipo de conflictos.

—Ya yo he acabado de leer, ¿Y tú? —preguntó la compañera de al lado con timidez.

—Lo siento... yo eh...

—He notado que esta asignatura te gusta bastante, pero hay algunas cosas que no entiendes y ya se han dado antes... deberías estudiar más —me aconsejó con amabilidad.

Era cierto, adoraba aprender sobre lo que pasó después de yo irme, pero también me confundía un poco.

Inconscientemente me volví hacia atrás y me fijé en Alec que leía el texto con tal punto de concentración que su lengua sobresalía hacia arriba, causándome gracia.

—Ese chico es un imbécil —comentó la chica—, me ha molestado desde que empecé la secundaria sin yo haberle hecho nada.

—Alec no es mala persona —ni siquiera sabía por qué lo defendía, pero aquel argumento me había molestado.

—Yo sólo digo lo que pienso —refutó.

Yo rodé los ojos sin que me notara y volví a observar a Alec, el cual me pilló en el proceso y enarcó una ceja con cierta picardía.

Desde lo de anoche, notaba que algo había cambiado entre nosotros dos y me daba miedo, pero también curiosidad.

¿Qué había significado aquello?    

Atrapada en el siglo XXI *[EDITANDO]*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora