Capítulo 8. Gemelos

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Alec

Cuando era pequeño, adoraba jugar con mi hermano Alex en el parque de la esquina. Allí iban cientos de niños todos los días y a mi madre le gustaba llevarnos, mientras hablaba con otras señoras por la tarde.

No obstante, un día ella cambió, al igual que mi vida, también lo hizo.

Alex y yo jugábamos en los toboganes y los columpios ilusionados, en una edad en la que sólo nos centrábamos en disfrutar cada momento de nuestro día, sin necesidad de ponernos a pensar en nuestro futuro.

Mi padre trabajaba en una gran empresa como director ejecutivo y mi progenitora era dueña de una pastelería bastante famosa en la ciudad. Teníamos todo lo que necesitábamos y prácticamente nos podíamos considerar una familia feliz.

A Alex y a mí, nos encantaba confundir a la gente con nuestro parentesco y además, nuestros nombres eran bastante semejantes.

En realidad él se llamaba Alexander y yo sólo Alec, pero siempre lo habíamos apodado así.

Un día, él estaba jugando con su consola de videojuegos al Mario Bross, mientras yo dibujaba en la parte alta de la litera, un barco, surcando el mar. Me encantaba dormir arriba y siempre peleaba con mi hermano por eso, pero al final, él perdía.

— ¿Qué te parece si vamos a jugar al parque? —le pregunté cerrando mi cuaderno y guardando las ceras de colores.

Él negó y siguió con la vista clavada en la pantalla de aquel juego.

—Venga, no seas aburrido —insistí—. Si no sueltas eso, se lo diré a mamá.

Alex rodó los ojos y lo apagó, dejándolo en el escritorio.

—Está bien, tú ganas —bufó.

Yo chasqueé la lengua sintiéndome orgulloso de mis dotes del chantaje y cogí una sudadera del armario para abrigarme cuando saliéramos.

—Mami, mami. —bajé las escaleras corriendo y la abracé con cara de cachorro abandonado.

— ¿Qué quieres cielo? —inquirió con una sonrisa.

—Por favor, llévanos al parque, porfa, porfa —le rogué con un puchero y juntando mis manitas.

—De acuerdo, así Alex deja de jugar tanto a esos videojuegos —le recriminó sin levantar la voz.

— ¡Estaba llegando al mundo ocho! —se quejó de brazos cruzados.

—Ya jugarás más tarde cariño —le dijo mamá sacudiendo su cabello.

En aquel entonces, Alex y yo sólo teníamos seis años y medio.

— ¡Alec ten cuidado, no te columpies tan arriba! —exclamó mi madre preocupada.

— ¡Pero yo quiero dar una vuelta completa!

Ella me fulminó con la mirada y colocó los brazos en jarra enarcando una ceja.

—Alec, baja de ahí ahora mismo —masculló—, te puedes hacer daño.

La velocidad del columpio comenzó a descender y en unos minutos, mis pies volvían a estar en tierra firme.

—No vuelvas a hacer eso "Alito", cualquier día me dará un ataque de nervios por culpa de tus travesuras.

Me disculpé al momento y ella me dio un beso en la mejilla para después volver al banco.

Alex estaba deslizándose por el tobogán más alto.

— ¡Vamos a bajar juntos! —propuse ilusionado.

—Pero... me da miedo —musitó.

—Oh vamos, no seas miedica —dije imitando a una gallina—. Además, irás conmigo y no te pasará nada.

Tras suplicarle varias veces, aceptó y subimos rápido por la escalera de madera.

—Colócate detrás de mí —le señalé.

Él acató mi orden y unos segundos después habíamos bajado emocionados.

— ¡Qué divertido! —gritó—. ¡Otra vez, otra vez!

Esta vez yo hice lo que Alex dijo, y volvimos a jugar en aquel sitio durante media hora aproximadamente.

—Mamá tengo mucha sed —se quejó mi hermano—. ¿Puedo comprar agua en la tienda?

— ¿Sabes pagar? —cuestionó mi madre.

—Alec me ayudará, a él se le dan bien las matemáticas —aseguró convencido.

—Toma mi cartera —le dijo—. Me quedaré aquí vigilándolos, no pierdan el dinero.

Nosotros asentimos y salimos corriendo al kiosco más cercano, en busca de la preciada botella de agua. Mi boca también estaba seca.

— ¡Hola! —saludamos a la vez, a la vendedora, la cual era una señora ya anciana.

—No veo a nadie —dijo observando hacia los lados.

—Aquí abajo. —sonreímos—. Por favor, ¿podría darnos una botella de agua?

—Siento no haberles visto, son tan pequeñitos... —murmuró—. Está bien, ¿la quieren fría?

—Sería genial —contestamos, mientras mi hermano colocaba las monedas sobre el mostrador.

Ella nos la dio y cogió el dinero, para después dejarnos lo que sobró.

Primero bebió Alex y vació más de la mitad de la botella, por lo cual me enfadé y luego bebí yo.

—Perdón, estaba sediento.

—No pasa nada.

Después de hacer las paces, fuimos caminando hacia el banco en el que estaba sentada nuestra madre para devolverle la cartera. Sin embargo, un grito de mi hermano nos alarmó a ella y a mí.

Un hombre vestido de negro, cogió a mi hermano en brazos y salió corriendo, a la vez que mi madre se levantaba de inmediato y lo seguía furiosa, dejándome sólo en medio del parque.

— ¡Suelte a mi hijo! —chilló.

A pesar de sus esfuerzos, el hombre metió a mi hermano en el asiento copiloto de una furgoneta negra y arrancó el auto, sin darle oportunidad a mi madre de pararlo.

Los llantos de mi hermano se repetían una y otra vez en mi cabeza.

—Alec, tenemos que ir a la policía —ordenó mamá con los ojos cristalizados.

Yo tomé su mano y fuimos a nuestro coche hasta llegar a comisaría. En dónde iniciaron una investigación.

Lamentablemente, días después, el cadáver de mi hermano fue encontrado en un contenedor de basura y en cuánto mis progenitores se enteraron, mi madre cayó de rodillas a los pies de mi padre y comenzó a gritar, mientras miles de lágrimas escapaban de sus orbes azules.

—Si no hubiéramos ido al parque... —se lamentó—. Mi niño seguiría vivo.

Mi padre se puso de cuclillas frente a ella para abrazarla y lloraron juntos.

Sin embargo, yo no había derramado ninguna gota de agua. Estaba atrapado en un trance, asimilando lo que acababa de escuchar, con tan sólo seis años.

Alguien había matado a mi hermano gemelo...

— ¡Es tu culpa! —exclamó de repente mi madre acercándose con rabia hacia mí y sacudiéndome por los hombros.

Pero yo no emití palabra alguna.

— ¡Si no hubieras querido ir al parque, nunca habría sucedido tal cosa! —bramó.

Desde aquel día, mi madre no volvió a ofrecerme ningún gesto de cariño.

Atrapada en el siglo XXI *[EDITANDO]*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora