Investigar sobre la madre de Alec era más difícil de lo que parecía en un principio, pues por mucho que había intentado encontrarla, no lo lograba.
En el hospital al que fui, una joven con bata de doctor me informó de que en aquel edificio no se encontraba ninguna mujer con dichas características, lo que me provocó una gran decepción ya que para poder ir allí había tenido que que fingir un gran malestar durante una semana entera, puesto que si no hacía eso, nadie me llevaría y yo no sabía cómo llegar a ese lugar.
Además, tuve que chantajear a un médico para que le dijera a la madrastra de Alec que tenía un resfriado bastante grave, para que ésta no sospechara de mí.
¡Había sido tan difícil!
Tres días después, me encontraba en la litera de arriba envuelta entre varias sábanas y con un paño húmedo sobre mi pequeña frente.
Tal era mi mentira que incluso había tenido que preguntar a Alec como funcionaba el "termómetro" para medirme la temperatura y engañar a Brenda.
Aunque al fin y al cabo eso resultó ser lo de menos, debido a que la chimenea del salón me había ayudado un poco y ahora todos los que vivían en aquella casa creían que tenía la fiebre por los aires.
¿Cuarenta y dos grados era tan malo?
Alec me había cuidado bastante. Me preguntaba a menudo si me dolía algo, si me había subido la temperatura o si mi falsa tos había empeorado. También había tenido el detalle de traerme la comida en una pequeña bandeja todos los días para que no tuviera que hacer ningún esfuerzo a pesar de que le repetí mil veces que aún sabía caminar y aquel tipo de actitud hacía que me costara fingir todo aquello. No obstante, por mucho que mis habilidades de actuación fueran pésimas, había conseguido mentir a todos con grandes honores.
Lo único que necesitaba era volver a quedarme sola para ojear una vez más el baúl que había en el desván. Dentro de poco Brenda iría al trabajo y si no ocurría nada, los chicos llegarían un poco tarde como siempre.
—Cariño, ya me voy —anunció Brenda entrando en la habitación con prisa—. Si te encuentras mal, llámame por el teléfono que hay en la cocina, he dejado mi número apuntado en una nota de la nevera.
—Gracias —musité con la voz débil.
Aún conservaba un poco de cordura como para hablar con una tabla.
—Vuelvo a la noche —me informó—, los chicos vendrán luego.
—Está bien, no te preocupes —respondí sonriendo—. Sé cuidarme sola.
Ella se acercó a la litera y subió por las escaleras para darme un beso en la mejilla. Cinco minutos después, me levantaba de aquella cama tras oír como cerraba la puerta principal.
Al fin podía estirar las piernas.
Salí rápido del dormitorio y subí por las escaleras para abrir aquella caja tan misteriosa.
Debía darme prisa si no quería ser descubierta por Alec, o aún peor, Dereck. Pues él ya me había visto subir una vez y estaba segura de que si lo volvía a hacer no sería tan fácil persuadirle.
Contemplé los dibujos del baúl. Unos tenían firmados los nombres de Alec y otros los de Alex. También me percaté de que algunas fotografías que habían guardadas allí estaban recortadas o arrugadas y luego, observé de nuevo el informe de Samantha; allí figuraba el nombre del hospital y su dirección. El cual era el mismo que había visitado tres días antes, sin embargo, parecía ser que ella ya no estaba ingresada allí y eso era extraño, pues la enfermedad que poseía era terminal y su ausencia no tenía ningún sentido.
¿Realmente hacía bien en buscar a la madre de Alec?
Sabía que su pasado no era asunto mío, pero sentía el deber de ayudarle, porque sabía que bajo esa capa de frialdad se escondía alguien que sufrió mucho durante su infancia.
Conocer a Alec me había ayudado bastante, pues antes de venir aquí era una persona un tanto caprichosa e ingenua, pues mis padres siempre me habían dado todo lo que quería.
Con él comprendí que no siempre tenía que parecer perfecta ante todos, que podía bailar como quisiera, comer incluso con las manos, gritar como una loca si me apetecía, correr con libertad y expresar lo que sentía. Él me había hecho entender tantas cosas y yo no le había dado nada a cambio más que algún que otro dolor de cabeza, y aún así todavía no me había echado de su casa.
Encontrar a su madre era necesario para hacerle ver que su hijo nunca tuvo la culpa de nada y que aquel suceso solo fue un accidente en el que nadie tuvo la culpa, excepto el hombre que atrapó a aquel niño.
Mi madre siempre había dicho que era más duro perder a un hijo que a un padre, pues yo había tenido un hermano mayor que jamás conocí porque enfermó al cumplir los tres años de edad. Pero aquello en mi época era algo normal.
Quizás Samantha quedó cegada por la tristeza y olvidó que Alec también había sido una víctima aquel día. Él había perdido un hermano a una edad temprana y nadie le había ofrecido el consuelo que requería.
Por un momento, deseé haber llegado aquí unos años antes para cuidar de aquel niño indefenso y evitar que construyera aquella barrera de hielo en su corazón. Sin embargo, era demasiado tarde y lo único que podía intentar hacer era sanar aquellas heridas que no habían sido cerradas.
Con la mirada perdida, agarré los papeles del baúl y bajé al dormitorio para esconderlos en la funda de mi almohada.
Media hora después, Alec y Dereck llegaron, pero yo ya me había metido otra vez bajo las sábanas como si nada hubiera pasado.
¿Dónde estaba Samantha?
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Atrapada en el siglo XXI *[EDITANDO]*
Narrativa StoricaCassandra nunca creyó llegar a parar a otra época como por arte de magia. Sus planes solamente se basaban en buscar un marido antes de que la temporada se acabara, para así tener un futuro asegurado con un esposo al que acompañar y unos hijos que cu...