Capítulo 32. La esposa perfecta

1.1K 97 24
                                    

Paul Lexignton era el único hijo varón entre cuatro hermanos de una pareja de duques que desde hacía muchísimos años, mantenía una estrecha relación de amistad con mis padres.

Lo conocía desde muy pequeña y sabía lo suficiente sobre él para saber cómo era en realidad, un mujeriego totalmente descontrolado que acostumbraba a ocultar su faceta de libertino bajo el título de Marqués que había heredado de su familia, y el deseo por encontrar a la esposa perfecta, que tanto sus padres como los míos creían firmemente que esa era yo. Sin embargo, no podía afirmar que este fuera una mala persona, pues habíamos entablado diversas conversaciones a lo largo de nuestra adolescencia y jamás había mostrado una actitud despectiva u ofensiva hacia mi persona.

Pero ahora que mi padre había aceptado que me cortejara, este visitaba más a menudo mi casa, solía traer regalos para todos y trataba de mostrar siempre una gran sonrisa en su rostro. No obstante, aquello me desagradaba, ya que después se dedicaba a reunirse con otras damas para coquetear con ellas, aun sabiendo que lo más probable es que termináramos contrayendo matrimonio y personalmente, no deseaba adoptar el típico papel de esposa que le sonreía a su marido por simple cortesía debido a que estaba siendo engañada frente a sus propios ojos sin tener el valor necesario para pronunciarse al respecto.

Aquella mañana él regresaría, por lo que mi madre se dedicó a ordenar a las doncellas que me despertaran y posteriormente me pusieran uno de mis mejores vestidos para así, estar preparada antes de que Paul llegara.

Cuando lo hizo, traía sujeto entre sus manos un hermoso ramo de flores que cayó directo en mis brazos para deleitarme con su dulce aroma y mi madre, la cual estaba ejerciendo de carabina, sonrió ante aquel gesto tan romántico por su parte y nos invitó a pasar a un pequeño salón de visitas que había en la casa para poder charlar con más comodidad y privacidad en los sillones que formaban parte del mobiliario de la habitación.

Tras varios minutos en silencio, Paul rompió el hielo y comenzó a hablar.

—Hoy está muy bonita —confesó deteniendo su mirada en mi atuendo.

—Gracias, lo mismo podría decir yo de usted —respondí un poco incómoda sin saber de qué hablar. Mas él siguió elogiando mi aspecto.

—De hecho siempre lo está —añadió y luego se dirigió a mi madre—. ¿No es así señora Clayton?

—Por supuesto que sí, y tal y como ella misma ha afirmado, usted también lo es. Estoy segura de que si termináis casados, tendréis unos niños preciosos —manifestó y no pude evitar enarcar una ceja ante su declaración—. Cassandra, no sabes bien lo felices que seríamos tu padre y yo si nos dieras la oportunidad de conocer a nuestros nietos.

—Madre... no se ilusione tan rápido, el señor Lexignton y yo todavía estamos en época de noviazgo —argumenté haciendo el amago de convencerla, o mejor dicho, intentando convencerme a mí misma de que Paul aún no se sentía preparado para dar ese paso y hacerme la gran pregunta que todos excepto yo, andaban esperando.

Sin embargo, y para mi sorpresa, este no confirmó mi teoría sino que continuó la conversación que en su momento había tratado de evadir lo mejor que pude.

—Yo también creo que nuestros hijos serían preciosos y usted señorita Clayton, una buena madre —expresó Paul ignorando por completo mi comentario anterior.

—Bueno todo a su tiempo, todavía no estamos comprometidos, ¿verdad? —murmuré recibiendo una mirada fulminante de mi madre, a la cual ansiaba explicarle que yo no me imaginaba teniendo una familia junto a ese hombre, ni tampoco pasando el resto de mi vida con él.

—Señorita Clayton, debo admitir que no falta mucho para que llegue ese momento —comentó el señor Lexignton con el rostro cargado de emoción mientras sacaba una pequeña cajita del bolsillo de su chaqueta y la depositaba con sumo cuidado en mis manos—. Siempre y cuando usted acepte comprometerse conmigo, claro está.

En el interior de la caja, había un hermoso anillo plateado acomodado sobre una almohadilla de seda blanca, que además estaba decorado con un pequeño diamante de color azul, que provocó que mi madre abriera los ojos desmesuradamente sin poder creer lo que estaba presenciando.

No obstante, cuando Paul se levantó del sillón y se posicionó delante de mí para después arrodillarse, comprendió que no estaba soñando, aquel momento era tan real como el miedo que empecé a experimentar a medida que todo iba sucediendo.

—Cassandra Clayton, ¿me concedería el gran honor de aceptar casarse conmigo? —cuestionó y entonces, me quedé en trance por unos minutos al no saber cómo reaccionar.

Primero, miré a mi madre, la cual nerviosa, me gesticulaba disimuladamente desde su asiento suplicando que aceptara aquella propuesta. A continuación, traté de idearnos al señor Lexignton y a mí compartiendo un futuro juntos, pero simplemente no lo lograba y finalmente, me centré en él.

Fue en ese mismo instante que me digné a observarle a los ojos directamente, cuando recordé que toda mi vida había sido educada para afrontar esa situación y a pesar de que en mi interior mi corazón desesperado estuviera gritando en silencio con todas sus fuerzas que no, me descubrí a mí misma susurrando un pequeño sí.

Un pequeño sí con más significado del que aparentaba, una afirmación que cambiaría mi vida para siempre sin obtener la más mínima posibilidad de huir de mi propio destino.

Atrapada en el siglo XXI *[EDITANDO]*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora