II

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Capítulo dos:
La caída del asesino.

Eran las once de la noche de un jueves lluvioso y, como cada semana, Min Yoongi se preparaba para su cacería nocturna. Se puso una gran campera de color negro y un pantalon rasgado del mismo color, tomó sus armas predilectas y las escondió en su abrigo.

Se miró en el espejo, sus ojos vacíos chocando contra los de su pálido y hosco reflejo. Se mantuvo allí, analizando la imagen que el espejo le devolvía, por al menos veinte minutos, con la mente en blanco, simplemente contemplando los cambios que su personalidad había tenido después de todos los golpes que la vida le había dado.

Finalmente le regaló a su reflejo un macabra sonrisa y tomó la máscara de payaso que mantenía en una repisa a un costado de la cómoda. Cerró con llave detrás de si al salir de su hogar, y a paso calmado y, a los ojos de los pocos transeúntes que había, totalmente normal, comenzó su camino a casa de una de las últimas víctimas.

Estaba a dos cadáveres de cumplir su cometido, era una ocasión especial que requería de sus mas ingeniosas y dolorosas torturas, y de sus mas grandes y oxidadas armas, sus favoritas ya que solían causar mas dolor que los regulares cuchillos.

Una vez que estuvo frente a la casa, pudo sentir toda la adrenalina y anticipación llenar su cuerpo. En silencio rodeó el lugar, buscando el acceso oculto que había encontrado en una de sus noches de investigación. Eludir la seguridad fue fácil, puesto que ya se había encargado de los sistemas de alarmas y los guardias mas temprano, y cuando finalmente estuvo en el patio trasero, Yoongi se colocó la máscara y sonrió.

—Que comience el juego— susurró para si mismo, su tono oscuro y frío, carente de otra emoción que no fuese odio puro hacia el hombre dentro de la gran mansión, y entusiasmo por asesinar al cerdo que había causado tanto dolor en su vida.

Había guardado lo mejor para el final, sin lugar a dudas dejar a los mayores monstruos para lo último había sido la mejor idea. Sería su broche de oro, asesinar a los últimos de la lista y luego sería libre continuar con su vida cotidiana con normalidad, sin mas canallas por eliminar.

O al menos esperaba poder hacerlo, porque a pesar de todos los asesinatos que había cometido, Yoongi esperaba que el monstruo sediento de sangre y venganza no lo hubiese consumido, y que luego de acabar con la misión que él mismo se había encargado, pudiese tener la vida normal de un chico de veinticinco años. Quizás conocer a alguien con quien establecerse, entrar en la universidad, tener amigos, enterrar al Payado asesino junto con el último de la lista.

『🔪』

Sin hacer ruido alguno, el asesino se adentró en la mansión. Como había esperado, la alarma no sonó, permitiéndole irrumpir en el lugar sin alertar al propietario. Meticuloso como siempre, Yoongi se movió entre los, ya de por si oscuros, rincones de la casa, que lucían mas sombríos a la luz de la luna.

Recorrió todo el piso inferior antes de descubrir que el hombre no se encontraba allí, así que con pasos cautelosos se dirigió a la escalera. Arma en mano subió uno a uno los escalones, siempre a paso lento y confiado. Al llegar al piso superior, lo primero que su oído captó fue el ahogado sonido de un televisor al final del pasillo.

Se encaminó hacía la habitación de la cual provenía el ruido, preparándose para atacar con una amplia sonrisa, la cual estaba oculta detrás de la horrible máscara. Empujó la puerta en silencio y se adentró en el cuarto, donde un hombre se encontraba de espaldas a él, sentado en un sillón y mirando la televisión.

O eso fue lo que él creyó.

Como un león acechando a su presa, Yoongi se movió alrededor del sillón empuñando el bate en su mano. Pero cuando llegó al frente del asiento, listo para dejar inconsciente al hombre, se encontró con un rostro de un pálido enfermizo, cadavérico.

Killer clown. [Yoonseok]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora