Capítulo I: El joven príncipe

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Los pasos de Barristan Selmy, el Comandante de la Guardia Real, retumbaban por la biblioteca de Desembarco del Rey. Las enormes estanterías de piedra y el inmenso silencio eran los únicos que gobernaban el lugar. Avanzaba por los pasillos mirando en todas direcciones. Y finalmente tras unos instantes de indecisión al no ver a nadie se dirigió a la mesa del maestre Pycelle donde el hombre se encontraba sentado escribiendo en uno de sus interminables manuscritos. Cuando le tuvo delante le preguntó.

-¿Donde está?

Pycelle levantó la cabeza para encontrarse con el rostro de Barristan Selmy. El maestre era un hombre de mediana edad casi rozando la vejez, su pelo hacía ya un par de años que se había tornado blanco como la nieve. Era un maestre y como tal su deber era agotador, era normal ver en hombres de su edad rasgos de viejos. "Demasiados libros" pensó. Algo parecido le pasaba al mismo caballero, ya casi llegando a la cuarentena de edad y el castaño oscuro de su pelo aclarándose.

-Al fondo, ser Barristan.- respondió Pycelle.

Éste le dedicó una sonrisa y se dirigió al fondo de la gran biblioteca. Allí, sentado en una de las sillas acopladas a la mesa que usaban los maestres para escribir, se encontraba el pequeño Rhaegar Targaryen. Tenía entre sus manos un gran libro que Barristan no comprendía como lo había podido si quiera coger del gran tamaño que tenía. El joven príncipe había cumplido ya su octavo día del nombre, su pelo era largo, una cascada de pelo color platino que le caía hasta la altura de su barbilla. Poseía un rostro delicado que daba por sentado sin lugar a duda que sería de gran devoción para las mujeres en un futuro. El banco donde se sentaba era alto, y no llegaba a tocar el suelo con sus pies que se balanceaban mientras el chico leía. Rhaegar amaba leer, desde muy pequeño aprendió a hacerlo, tan pequeño que incluso los maestres de la Ciudadela quedaban atónitos cuando oían hablar de él. El caballero sentía un amor paternal por Rhaegar, ya que prácticamente le había criado. Largos días de historias fantásticas, relatos de sus batallas pasadas y leyendas de siglos atrás. El pequeño amaba pasar tiempo a su lado. Sonrío levemente mirando al joven Targaryen y carraspeó para hacerse notar.

-Señor.- dijo anunciando su llegada.

Rhaegar se dio la vuelta y sus ojos violeta claros, rasgo característico de los Targaryen, le observaron acompañados de una sonrisa.

-Hola Barristan.

-Vuestro padre quiere veros.

-¿Es muy urgente?- preguntó señalando a su libro.

-Si no lo fuese no estaría yo aquí su majestad.

-Deja de hablarme así.- dijo el pequeño entre risas.

-Es mi deber pequeño señor. Sabes que no debo...

Rhaegar lo interrumpió riendo.

-Vuestro padre quiere veros su alteza.- repitió entre carcajadas en un tono burlón y haciendo gestos con la mano- Parece mentira que seas mi amigo.

Barristan cogió al niño y le alborotó el pelo sin compasión. Entre risas, el joven príncipe, trataba de liberarse sin resultado alguno.

-¿Qué tal si después de hablar con él me acompañáis a hacer guardia y me narráis ese libro?- preguntó el caballero parando un segundo.

Rhaegar le miró radiante y le dedicó una sonrisa de oreja a oreja con el pelo despeinado.

-De acuerdo. Pero suéltame.

Barristan lo liberó de su abrazo y el niño bajó de su asiento de un salto, le pidió que cogiera aquel libro para llevarlo a sus estancias y comenzó a peinarse con la mano. El hombre lo tomó entre sus manos y leyó el título mientras salían de la biblioteca.

Rhaegar, el último dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora