Capítulo II: Azor Ahai

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Los días se convirtieron en semanas, y las semanas en meses. El tiempo pasaba, y la corte seguía allí. Rhaegar se preguntaba cuándo volverían, y estaba deseando volver a la biblioteca de Desembarco, pues desde que tuvo aquel sueño tan extraño con la mujer de los dragones no se le quitaba una palabra de la cabeza. Azor Ahai, ¿qué quería decir? Buscó entre los libros que él había traído por días pero no encontró nada ahí. Ni siquiera recordaba del todo el sueño, solo aquellas palabras.

La estancia allí estaba siendo agradable, los Lannister los trataban bien y Tywin siempre tenía un banquete preparado para todos. La primera semana habían ido a visitar el lugar donde se habían enterrado los restos de Tyttos Lannister, y Rhaegar contempló un enorme mausoleo de piedra que le dejó fascinado en el centro de un jardin hermoso y muy amplio, estaba bien cuidado y transmitía mucha paz. Iba muchos días a contemplarlo y a pensar en soledad. Y así fue que uno de esos días, se encontró observando a Lady Joanna llegar al lugar. La hermosa mujer llevaba a sus dos pequeños hijos en un carro de madera, adornado con mantas color carmesí, que ya tenían dos años de edad. Joanna se sorprendió al ver al príncipe allí y se acercó a él para dedicarle una delicada reverencia.

-Mi señor, nos honrais con vuestra presencia.

Rhaegar no sabía qué decir, le daba algo de vergüenza dirigirse a ella, sus formalidades eran buenas, pero no se le ocurría una buena excusa para explicar qué hacía allí cuando la mujer creía que era para presentar sus respetos a Tyttos.

-¿Esos son vuestros hijos?- preguntó torpemente y conociendo la respuesta.

-Así es, su alteza.

-Son muy bellos.- dijo tras acercarse.

-Lo son, gracias, pero no más que vos pequeño príncipe.- dijo Joanna sonriendo al niño.

Rhaegar se puso rojo. No acostumbraba a hablar con gente más mayor que él, y menos con una mujer como aquella. Lady Joanna rió y le acarició el pelo. La mujer poseía una belleza natural que le confería un aura muy cálido, cercano y dulce.

-Nuestras casas son buenas amigas. ¿Quien sabe si alguna vez mis pequeños os servirán a vos en vuestro reinado en Desembarco formando parte de vuestra familia?

Rhaegar asintió, si su hija era tan bella como ella, por él como si tenía que mudarse a Roca Casterly. La mujer se sentó sobre una roca y dejó a un lado el carro con sus dormidos bebés. Se mantuvo un rato observando el gran mausoleo, pasados unos minutos parecía haber olvidado la presencia del joven. El mausoleo era el lugar donde los nombres y cuerpos de toda la familia Lannister descansaban en paz. Todas las grandes casas tenían un cementerio privado. Finalmente Rhaegar se llenó de valentía y rompió el silencio.

-¿En qué pensáis?

Joanna Lannister fijó entonces su atención en él, y en ese momento y por primera vez pudo notar tristeza en su mirada.

-Pienso en la vida.

El príncipe asintió, sin entender a qué se refería. La mujer esbozó una media sonrisa entendiendo el desconocimiento del chico.

-Me refiero a lo impredecible que es todo- añadió-. Un día todo parece sencillo, y de pronto todo el mundo puede caer sobre tus hombros en segundos. Echaremos muy en falta a mi tío Tyttos.

-Yo también perdí a mi familia.

-Lo sé, joven señor. Y siento mucho aquella perdida.

Rhaegar agachó la cabeza. Sabía que el día de su nacimiento ocurrió una gran desgracia en la casa de verano de la familia, el Refugio Estival. Nadie le dijo cómo, pero eso no importaba. Le producía tristeza, siempre la gente que no lo conocía había dicho de él que la sombra de la tragedia le pesaba en sus hombros, que por eso era tan reservado y por eso muchas veces parecía melancólico incluso a su corta edad. Él no sabía decir si solo eran habladurías, pero sí era cierto que pensar en ello le producía mucha lástima. Quería visitar las ruinas de aquel refugio, y más de una vez se prometió así mismo hacerlo cuando fuese más mayor. Todos sus pensamientos se interrumpieron al sentir a Joanna sentarse a su lado y de golpe un torrente de emociones le recorrió cuando sintió el brazo de la mujer sobre su hombro. Nunca había expresado todo aquello a nadie abiertamente. Tuvo que ser muy fuerte para no llorar, sin embargo supo mantenerse sereno y apreció enormemente el infinito cariño que le transmitía ese gesto.

Rhaegar, el último dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora