12: Esperanza.

9.1K 866 109
                                    

           

Miro la pared blanca que tengo frente a mí, no sé por cuántas horas, incluso la empiezo a imaginar de otros colores y es cuando me doy cuenta de que estar tanto tiempo en el mismo sitio, mirando la misma pared, ya me está afectando. Suspiro agotado. Aunque todos dicen que esto no es mi culpa, que fueron las circunstancias, sé que, si lo es, que no cuidé bien a Maya y que es por mí que está postrada en una cama desde hace un año y medio.

Me pregunto cuándo me sentiré bien, cuándo dejará de doler, cuándo lograré respirar sin sentir que el que debería estar en esa cama en coma soy yo y no ella. Supongo que nunca dejaré de sentirme así, supongo que mientras no abra sus hermosos ojos esmeraldas no voy a poder sentirme tranquilo. He caído en un estado en el que no sé bien qué hacer, todos intentan darme ánimos, pero a nadie se le escapa la cantidad de días, horas y segundos que mi novia ha estado en coma.

Sé que sus palabras de ánimos en realidad están muy lejos de significar que creen que Maya despertará, sé que en realidad lo que desean decirme es que siempre estarán para mí, aunque ella ya no vuelva a estar. El problema es que no quiero el apoyo de todas estas personas que hablan, que caminan, que ríen, que piensan, que respiran por si solas, quiero el apoyo de la única persona que ha logrado salvarme sin parar, una y otra vez, quiero que Maya vuelva porque sólo en ese momento me volveré a sentir vivo también, sólo cuando mi hobbit despierte tendré mi motivo para seguir, para reír, para hablar, para caminar, para hacer cada maldita cosa que hago.

Todo se había descontrolado en mí desde que llegué al que era nuestro apartamento. Evan ahora está en prisión pagando unos cuantos años, por supuesto que no los suficientes y Jennifer se ha dedicado a viajar, no sé si por huir de la justicia o porque necesita reflexionar lo que ha hecho. Sus padres no han querido dar su paradero y honestamente con sus influencias lo más seguro es que ni siquiera la obligarían a pasar un día en prisión por ser cómplice de ese desgraciado, así que mis padres y yo hemos dejado ese asunto a un lado y nos hemos concentrado en proporcionarle a Maya la mejor de las atenciones.

—Ey, Adam. ¿Cómo ha amanecido hoy? —me pregunta Franco, siempre que quiere verme sabe que estaré justo en el hospital.

—No he entrado a verla aún... —digo con pesar y me paso las manos por el cabello.

—¿Por qué?

—Porque es difícil entrar ahí y verla de esa manera, tocarla y no recibir respuesta, tomar su mano y que no envuelva la mía. Hablarle con la esperanza de que escuche y que no pase nada... cada vez se vuelve más difícil —contesto sin emoción alguna.

—Lo sé hermano, lo sé. Sé que no quieres escuchar lo que muchos pensamos...

—No te atrevas a decirlo, por favor...

—Adam...

—No, Franco. Esa opción no es viable para mí. ¿Tanto cuesta entender que si la dejo ir voy a enterrar mi alma junto con ella? Sé que no lo entiendes, sé que nadie lo entiende. Que piensan que con el tiempo voy a dejarla de querer y me fijaré en otra, pero eso no va a suceder porque yo necesito a Maya más que al mismo oxígeno para vivir. La necesito a ella, sólo a ella.

Es lo último que digo y me decido al fin a entrar a verla. Como siempre me dan las mismas indicaciones que ya me sé de memoria. Respiro profundo antes de abrir la puerta y lo hago con lentitud, siempre con los ojos cerrados con la esperanza de encontrarla despierta, y vuelvo a decepcionarme al entrar por completo y encontrarla igual que el día anterior.

Me gusta estar presente cuando llevan a cabo las fisioterapias para que su cuerpo no se deteriore más de lo que ya está, hoy no he podido venir temprano y eso me tiene muy molesto. Sé que la tocan por todos lados cuando lo hacen y me gusta observar que no se pasen de la raya, así que me siento furioso porque no he podido percatarme de eso el día de hoy. No me importa que esté en esa cama, sigue siendo mía, no me gusta que la toquen... ya sé cómo sueno, aunque a estas instancias todos están acostumbrados a mis ridículos celos.

Las confesiones de Adam. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora