8: No puedo imaginarlo.

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Han pasado tantas cosas en los últimos días que he estado al borde de la locura por muy poco. El hecho de que Miranda reapareciera en mi vida me ha traído demasiados problemas, el peor de todos y el que casi me arroja nuevamente a las sombras en las que solía vivir, fue que mi Maya se diera cuenta de todo y cuando digo todo, me refiero a TODO. Ya sabe que aquel hombre que asesinó a Alicia está muerto, no en coma o haciendo su vida como si nada, sabe que las cicatrices en los brazos de Miranda fueron provocadas por mí, o al menos que yo la empujé sin quererlo siquiera.

Verla con esa carita inocente que tiene, trasformada en miedo, decepción y temor me partió el alma, de verdad. Escucharla decir que necesitaba una noche lejos de mí para procesar la información inmediatamente me hizo sentir vacío porque yo ya no podía imaginarme la vida sin ella, ni siquiera podía imaginarme una noche sin ella a mi lado, sin su aroma, sin sus rizos esparcidos por toda su almohada, sin sus ojos grandes, redondos y con ese verde tan especial mirándome, acusándome, deseándome, amándome, simplemente yo no puedo imaginar un futuro en el que ella no esté presente.

Así que esa noche en la que la perdí momentáneamente, luego de que la viera marcharse por la puerta a casa de Becca, con ese pequeño bolso, igual que ella, me sentí destrozado, como si el oxígeno en la maldita casa fuera limitado, como si las paredes se hicieran cada vez más pequeñas, angostas y me encerraran en un pequeño cubo, como antes, cuando creía que nada en mi vida tenía sentido. Me quedé sentado en el primer escalón de la escalera toda la noche, no dormí ni un segundo porque lo único que esperaba con ansias era que saliera el puto sol para poder ir a buscarla.

El miedo de que no volviera a mi lado era tan palpable que se sentía como si la sangre de mis venas dejara de fluir poco a poco hasta no hacerlo más y entonces toda esa sangre por alguna extraña razón desapareciera hasta secarme, porque justo así me sentí aquella noche, seco, totalmente y completamente seco.

En cuanto amaneció, subí al baño, me duché y cambié y salí a buscarla, ella quería espacio, pero ¡joder! Unas horas para mí habían sido como un siglo entero, no saber qué hacía, cómo estaba, si algo le faltaba, si había comido o no, si seguía llorando o sintiendo que se había enamorado de un verdadero monstruo, estaba carcomiéndome entero, de principio a fin, con agresividad.

Intenté calmarme, al menos calmar mis instintos agresivos, lo cual fue imposible, terminé golpeando la pared, dañándome un poco los nudillos, los cuales esperé en aquel momento que ella no mirara. Bajé ya desesperado y miré el desastre que había hecho la noche anterior, ella estaba más que asustada al enterarse de toda la verdad y yo había roto cosas frente a ella, le había gritado y tomado su muñeca con fuerza, asustándola más.

A veces se me olvida que Maya está aprendiendo todo a mi lado, que nadie había tocado sus labios, su cuerpo, su mente, su alma, su interior, pero también a ella se le olvida que yo también estoy aprendiendo, porque es ella la que me está enseñando lo que ni los doctores, ni los tratamientos, ni las terapias en grupos a los que nunca fui, han podido. Ella me enseña a ser un ser humano, a dejar esos pensamientos salvajes, a actuar como el resto ante situaciones que colman mi paciencia y ponen a prueba mi tolerancia, como con su madre, ¡mierda! Esa mujer da ganas de matarla, el mismo día que Maya me encontró con Miranda en el bar, su madre se apareció en nuestra casa para ofender a mi hobbit, lo único que quería era callarla de una vez, dejarla de oír y que dejara de decir todas esas estupideces.

Aquel día, que fui a buscarla a casa de Becca para intentar tenerla nuevamente a mi lado, le dije que la amo, por primera vez, y no he podido dejar de decírselo desde entonces. Ese mismo día Miranda provocó otro problema al llegar a mi oficina y prácticamente desnudarse frente a mí, no voy a negarlo, es una mujer hermosa, cualquier hombre se sentiría atraído por ella, pero a pesar de que Maya es toda una belleza extraña, con su cabello alborotado y grandes ojos, pequeñita como si fuera una muñeca y delgada y con curvas a la misma vez, me tiene totalmente y ciegamente hechizado. Miranda, alta, como una modelo, con atributos bien proporcionados, ya no llamaba mi atención. Yo sólo quería a mi hobbit, a ella, a nadie más.

Las confesiones de Adam. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora