Steven se quedó estupefacto, parecía ser que no era el único quien se encontraba confundido y triste. Pero eso era lo de menos, ¿cómo haría para alcanzar a la pequeña hada?, ¿por qué le importaba su seguridad?, y, ¿por qué ahora se sentía tan solo?
Esta habitación donde lo vio desarrollarse le pareció extrañamente tan grande. La cabeza le había empezado a doler, tal vez por la misma frustración, se quedó viendo un buen rato el cielo, hubiese sido patético que fuese a buscar a Lapis, porque, aunque así quisiese, no sabía donde se encontraba. Aveces, la soledad es la mejor manera de razonar y aclarar las cosas.
Sólo sabía una cosa: le importaba demasiado aquella criaturita, esa noche no pudo dormir.
***
—¿Qué te ocurre?, normalmente estarías quejandote de algo. ¿Pasa algo con Connie? —Le preguntó con tono preocupante la pequeña hada de tonalidades verdes coloridas.
—No, todo va como ella quería —simplificó Lapis, las estrellas no tocaban su alma como quisiese, no lo disfrutaba.
Se podía apreciar desde su casona hecha de maderas arriba de un árbol, construidas por elfos; casi tres o cuatro hectáreas del pequeño pueblo con flores de distintos colores. Casitas pequeñas como la de ella, de una extensa variedad de formas. En ellas; unas personitas de diez centímetros con alas de todas tallas y figuras. Y, a lo lejos se encontraba la academia donde asiste, hecha de ladrillos, custodiada por un par de centinelas de piedras, vitrales de cristal a cada costar donde el amanecer y el atardecer lo hacían parecer una experiencia única si lo observabas desde ahí.
Volvió a casa con el corazón estrujándole en dudas. Se sentía una tonta, no existía razón por la cual culpar al pobre del príncipe Steven, fue su culpa. Si no fuese tan impulsiva. El lugar donde se recinta es poco conocido, inexplorado para un humano, un pueblo olvidado, habitado sólo por seres como ella.
—¿Te duele algo? —volvió a preguntar Peridot.
—Tampoco. Sólo que hace mucho frío...
—¡Ah! Espera —. Peridot bajó en un parpadeo a un pequeño hongo, lleno de vegetación abajo de un árbol, al regresar, traía una manta roja —. Sé que detestas el frío.
—Ni me lo recuerdes... —Cerró los ojos de frustración, buscando cobijo en la tela.
—Sé que no debería, pero debes superarlo.
—¿Superarlo? ¿Es enserio? —. Lapis le miró con fastidio, entró a su casa haciendo pisar su alfombra de tela de telaraña, despertó al bichito que le daba de comer casi todos los días aunque no fuese necesario, ya que él mismo podía conseguirse comida, he hizo que encendiera su fosforito del lado trasero. Peridot le siguió por detrás.
—Sí, hablo enserio.
—Claro, como tu no sabes cómo se siente estar atrapada en un gigante cubo de hielo diez años, te parece sencillo decir "debes superarlo" —Lapis se sentó con frustración en la cama hecha por tres o cuatro botones de algodón sacados desde su pradera natural.
—Tienes razón, no lo sé, sin embargo, estar deprimida por algo como eso no tiene sentido alguno.
—No estoy deprimida por eso grandísima tonta.
—¡Ah no! —exclamó sorprendida —. Entonces, ¿por qué? — preguntó su amiga desde hace cincuenta años, descartando los diez años donde estuvo prisionera en hielo, sin poder decir o escapar de manera alguna.
¿Cómo decirle a tú amiga que ha roto más de diez reglas de las hadas madrinas? No quería volverlo arruinar, aún sabiendo, que ya lo había hecho.
—Pues... —talló el puente de la nariz y suspiró —Tú qué harías si... Un gran tonto no te hace caso, ¡aún sabiendo que eres muy bonita! Y... No importa lo que hagas, no te culpará ni nada.
—¡Oh! —volvió exclamar con emoción el hada, terminando de analizar—¡Lapis!, no me lo puedo creer...
—¿Qué?
—¡Estás enamorada! —Lapis abrió los ojos de par en par.
—¿Qué? ¡No! —sin que ella misma lo supiese, sus mejillas se tornaron rojas haciendo que en su mente, golpeara la imagen del príncipe.
—¡Sí!, nunca te había importado lo que un chico dijese, y ahora, ¡lo haces!, ¿quién es el desafortunado?
—¡Qué desafortunado ni que ocho duendes! No has entendido nada —le contestó, su amiga no pareció entender la referencia de Steven con la de Connie, creyó en ella y la del príncipe. Sintió su cuello calentarse haciendo desaparecer la oleada del frío de la noche.
—Claro... No estás enamorada —dijo con sarcasmo.
—¡Agh! ¡Claro que no!, ¡yo no puedo amarle! —apretó su cabeza, tratando de borrar la sonrisa de Steven. —Yo necesito odiarle —le dijo a Steven en sus adentros. Probablemente rompió otra regla...
Por ahora, haría su trabajo desde las sombras, como debió hacerlo desde el principio.
***
El tiempo se convirtió en treinta amaneceres consecutivos donde Steven no tuvo noticia sobre el hada, ocupado aprendiendo sobre su reino, ocupado con charlas y convivios entre los reyes Maheswaran y su prometida, de igual manera, con sus padres. Platicaban sobre la festividad que harían como honra a la tragedia del El Dragón Carmín. Ambas familias radiantes de alegría por la unión que harían sus hijos. Él detestaba lo amorosa y buena que era Connie, porque, por dentro, sabía que sus sentimientos no concordaban con lo que ella sentía. Se sentía un pecador de lo peor. Saber que ella lo amaba como un dios y él, solo le miraba como un trato.
La princesa Connie no era como otras damas de alcurnia, era bastante peculiar, se dio a la tarea de conocerla ampliamente.
Sabía que tarde o temprano llegaría esta situación, donde debía encontrar esposa, saber obligatoriamente de caballería y no por pasatiempo. Tener descendientes, ser prácticamente un rey. Sin embargo, no creía que el tiempo lo abofetearía diciéndole que su libertad se a terminado. Éste era su destino y debía afrontarlo a costa de sus sentimientos. Consiguió una bella prometida, su corazón era tan puro como lo soñó en sus noches de adolescente, era educada. Pero quién diría que ahora lo que ansiaba es una mujer carente de alcurnia con mal vocabulario.
Rió por lo bajo, Lázuli le llegó a su memoria.
—Demonios... Quiero verla... —susurró Steven.
—¿A quién querido? —preguntó Connie, estaban los dos en el jardín de los reyes Maheswaran, donde ambos compartían su tiempo para conocerse, lo cual, funciona a la perfección.
—Ah... Nadie —sonrió para tranquilizar a la princesa.
Al tratar de tomar su taza de porcelana, esta empezó a temblar. No sólo eso, el suelo, la mesa, las sillas, él, todo empezó a moverse sin razón aparente.
—¡¿Steven?! —exclamó Connie, un rugido hizo alarmar al príncipe, lo primero que vino a su mente, fue refugiar a la princesa por debajo de la mesa.
—Un dragón...
Fin del capítulo 5.
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Follow Me | Steven Universe
Fanfiction"Un cuento de hadas con príncipes y princesas, pero el príncipe se enamoró del hada madrina" Steven debe casarse, eso conllevará a conocer a su ya planeada prometida. Él no desea este compromiso, está hechizado por los ojos agua de una bella dios...