34: Un príncipe "encantado". 🍎

93 10 1
                                    

     Se sentía mal, igual a una basura, un ser vil y despiadado que tomaba del cuello sin que quisiese a la felicidad y la golpeaba sin permiso hasta transformarla en desgracia. Fue consciente de su cuerpo, sus parpados los tenía caídos, las muñecas eran estrujadas por él mismo, su sangre no recorría libremente sus palmas a culpa de él. El flequillo blanco le caía sobre la frente, Jasped quería gritarle al Diamante que tenía justo adelante, pero no lo manifestó porque él era sólo un simple peón en el tablero trastornado de Diamante Amarillo. Algún día, una persona, animal o hada, ser místico o lo que sea se levantará ante ti y te destruirá, pensó Jasped, lo que no sabía es que eso ya había pasado, mas eso es otra historia. Amarillo dijo: "puedes retirarte" para lanzarlo hacia el exterior a realizar su muy laboriosa tarea, faena que le rompía el corazón.

     Al salir se tropezó con la existencia inferior de una chica, no era un hada ni humano. Si creía que antes estaba tenso y destrozado, estaba equivocado, su piel se erizó de temor, tragó en seco un secreto que reflejó no ser más un secreto.

—Amatista... —musitó sin aliento ante la mujer tras la puerta abierta, los ojos purpuras de Amatista terminaron en el suelo, apretando sus largas mangas obscuras por inercia —¿cuándo te...

—Joven Jasped —llamó Amarillo como si le estuviese reprimiéndole—. Si el príncipe Steven o cualquier otra persona se vuelve a transformar en un enorme dragón lanza llamas, hágame el favor de no poner a dormir a esa persona como lo ha hecho los últimos diez años, ¿si? Porque ahora no estaría ayudando a su amiga Lázuli, estaría postergando una historia —cuando Jasped le vio, notó un amarillento papel corrugado en las manos de la Diamante, el mismo pergamino que había perdido meses atrás y fue el causante de que el Dragón Carmín despertase del sueño profundo que lo mantenía contenido, que él había mantenido contenido los últimos diez años.

Asintió y se fue, viendo como Amatista entraba en la habitación mientras él se iba.

***

      Olía a frutas, de hecho, era sandía, aquel olor que invadía mayormente la zona era de aquella fruta colorida que Steven conocía tan bien como la palma de su mano. La sandía la cosechaban en el país del Sur desde hace centenas, eran tan conocidos por ellos como por sus hermosas enredaderas de rosas que florecían en toda la región. El aroma era cautivador, esplendoroso que un aire de hambre le invadió. Entonces, Steven decidió despertar; un cielo despejado le dio los buenos días. La imagen de sus padres horrorizados en el altar le alertó, así como la aterrada mirada de Connie, se enderezó con abrupto ante aquellos recuerdos desalentadores y horripilantes. No había nadie a su alrededor, sólo una espesa vegetación de sandía sin nacer y otras a punto de cosecharse. Él iba a decir: ¿hay alguien ahí?, pero no tuvo una voz por la cual preguntar, en realidad, no tenía una boca. Se levantó presuroso y en el acto notó sus manos: eran verdes, con unas franjas de un verde más claro, también estaba desnudo, si se podría llamar así, ya que, todo su cuerpo era prácticamente una fruta, podía mover sus manos de sandía y flexionar las extremidades superiores e inferiores. Podía mover con libertad el tronco y el abdomen, era una sandía antropomórfica.

     Dio un grito ahogado ante tal aberración, ante tal anomalía desconocida. Cayó al suelo por el impacto de la noticia y emociones. Lo último que era capaz de recordar fue estar parado en un bello jardín, viendo a una mujer preciosa a la que le llamaría Reina muy pronto, después un beso con un profundo sabor a manzana roja, tan dulce que podía aún olerlo, y finalmente, la sensación pasada de estar mareado y caer con estrépito al suelo.

     ¿Cómo había ocasionado esto? ¿Qué ocurrió con exactitud? No lo sabía, pero lo que sí sabía era que necesitaba ayuda con urgencia, a la vez, no debía llamar la atención de la gente o saldrían asustadas por su aspecto, ambas peticiones eran contradictorias. Reconoció el jardín privado del castillo que su madre había pedido construir, divagó por el lugar; en una silla a dos metros de la gran salida estaba el ukelele de su padre, el cual tocaba en ocasiones especiales e íntimas. Una gran cúpula protegía la vegetación, cerca de la arena oscura se encontró dos costales repletos de sandías de un tamaño normal, los costales son de un color café mugriento por culpa de la fruta. Steven no creía que lo que iba a hacer era humillante, porque lo era. Con mucha dificultad, tomó unas tijeras enormes con la que cortaban la raíz de la fruta e hizo un agujero enorme en un costal, este se lo colocó encima como si de un vestido se tratase hasta que quedó igual a una monja. Su "rostro" quedaba oculto por la sombra del mismo costal, finalmente salió a pedir ayuda a alguien que supiese que era Steven DeMayo.

Fin del capítulo 34.

Follow Me | Steven UniverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora