10: Príncipe cegado. 🌹

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     Connie se hayaba extasiada, las piedras caídas a causa del derrumbe la ponían nerviosa, sin embargo, los rayos matutinos del sol iluminaban la gélida cueva que hacía mantener su valor con ella. Había tomado la bolsita de cuero del caballo para llevarla consigo, de igual forma; la pequeña Lapis se mareaba de incertidumbre. La chica nacida con corona se adentraba con un batallón siguiéndole.

Todos eran capaces de oír a lo lejos, o tal vez cerca, los alaridos de la bestia de fuego, se escuchan claramente como sus alas se movían desde arriba de ellos, causándole a todos una ansiedad desgraciada.

Connie tragó saliva, como si estuviese alejando su cobardía, fue entonces que llegaron al final de la larga cuerva, grande, la calidez abraza a todos, en el suelo; un joven de hebras color manzana vivo y piel bronceada se halla inconsciente en el rocoso suelo. Alarmados van a su auxilio, Connie reconoce la sucia camisa de Steven, sentía cierta vergüenza al ver que el chico se encontraba desnudo.

—El príncipe no está. —informó uno de los caballeros, quien indagaba el lugar. Para Connie como Lapis les causo un total desconcierto y miedo.

—¿¡Cómo que no está!? ¡Debe estarlo! —exclamó Connie, no había nada en el lugar, ella lo sabía pero no quería creerlo.

—Tal vez el dragón se lo ha llevado. —dijo otro.

—¡¿Pues qué esperan para atraparlo?! —gritó con voz temeraria Connie. —¡Lleven a éste chico al castillo!, cuando despierte debemos hacerle un cuestionario. Determinen si está herido, y en su defecto, atiendalo. —Ordenó Connie, con esa voz de autoridad.

Un par de hombres cargaron al inconsciente chico, salieron de la cueva, entre tanta distracción, Lapis salió de su escondite en busca de algo, lo que sea que le dijese en dónde está Steven. Había escuchado que encontraron a un chico, pero poco le importaba ésa noticia, sin saber lo relevante que era para ella.

De su suave y torneada espalda surgieron dos bellas alas, que ella hizo subir hasta el exterior, voló fuera de donde se hallaba, vio copas de varios árboles y pinos, a no muy lejos de su alcance se encontraba el dragón, volando con torpeza en su andar, rugiendo molesto, furioso, Lapis al mirarlo se le congelaba la sangre, negó con la cabeza, no podía hacer nada. Por ahora lo importante era rescatar a Steven.

     Se acercó con sigilo a la bestia, él rugía y rugía enojado. Lapis no deseaba que le hiciesen daño, porque hace diez años lo había conocido, había conocido a un buen hombre, melodramático, muy impulsivo y caballeresco cuando se requería. Por alguna razón, ahora detonaba estar el triple o cuádruple de molesto. Los hombres lanzan cañones, armas de fuego, con torpeza; la bestia los esquiva. Una bola ondeante en fuego daría directo en el ojo del dragón, cuan causo pánico al hada.

—¡Muévete! —exclamó, pero no le oyó, entonces se acercó más, cerca de la coraza del dragón. —¡Muévete joder!

     No podía controlar su ira, estaba cegado, todo le molestaba, ¡absolutamente todo!, los árboles, el viento, en especial los hombres de metal que querían derribarlo. No tenía autocontrol, la garganta le quemaba demasiado, necesitaba hacer algo para apaciguar ese dolor adherido a su esófago, sin embargo, en la escasa conciencia que aún sobrevivía en su mente le decía que haría daño si trataba de liberar ése ardor.

Lo único que podía hacer era rugir en un bobo intento de apaciguar la sensación. Un agudo y desesperado "muévete" acaparó sus oídos. Reconocía aquella voz, la voz más vulgar y dulce que había escuchado en toda su vida. Pudo divisar unas piernas candentes y bellos cabellos azulejos.

—¡Muévete! —exclamó Lapis.

Él hizo lo dictado, y en su huida, movió sus alas con torpeza para escapar a no sé dónde, no sin antes tomar a la dulce criatura en sus ásperas patas, un inaudible "suéltame" logró oír. Pero lo ignoró.

Aún sentía la garganta arder. Steven detestaba lo que sentía, toda su garganta quemaba, le dolía saber que sus hombres trataron de asesinarlo, pero no era para menos, poco podía razonar, cuando intentaba hablar pareciese que un hierro caliente se fundiese en su piel. A una lenta velocidad era capaz de reconocer las cosas.

Ansiaba ir a un sitio frío, las alas eran pesadas, y el tiempo ya había pasado. Ésa ira que al parecer no era totalmente suya cada vez podía controlarla más, al grado de saber por fin quién era un poco, no en su totalidad, cómo había llegado a esto y qué era esa sensación de comezón en su pata derecha.

Sin saber en dónde se encontraba, se hundió a un espeso bosque, abrió su puño donde un hada molesta tocaba el piso.

—¡Diablos!, ¿¡qué no oíste que te hablaba!? ¿Estás sordo? —Steven internamente sonreía, ¿cuál era el nombre de ésta chica quien le alegraba el corazón? No lo recordaba. Se mantuvo quieto para no causar temor a la magnífica criaturita, parecía importarle poco al hada. No podía negar la felicidad que le causaba verla. —¡Tú no aprendes!, ¡ya estás grande, Rubí! —exclamó.

Steven no sabía quién era la tal Rubí, se acercó para sentir el tacto de la joven.

—¿Qué haces? Tu... —Lapis vio a la bestia, sumisa refleja ser, nada comparado a él. Aquella bestia no tenía ese intenso color carmín en los ojos. No, eran un color avellana, los cuales ya conocía, y volvía loca de muchas maneras. —No eres Rubí.

Fin del capítulo 10.

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Dedicado a arisaacpelozo, UwU, gracias por seguir la historia, se me había olvidado agradecerte por lo de la última vez.

¡Gracias por leer!

Al rato.

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