17: Venta. ❄

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     —¡No!, ¡no, no, no!, ¡y absolutamente no! —exclamó dramática Lapis inmediatamente.

     Abrazó a Steven por su lomo, dejándolo preocupado. Steven pensó por primera vez, después de mucho tiempo; que está siendo una carga realmente insoportable. Quizá no lo había recapacitado por su egoísmo, por estar lo más posible cerca de ella.

—¡Ni siquiera me has dejado explicarte! —excusó Jasped.

—¡No me importa!, ¡¿q-quieres que dé a Steven a un desconocido?!, ¡sabrá Dios qué hará con él!

—¡Lapis! Yo jamás dejaría que un dragón esté en las manos de un ser mágico, sabes lo desastroso que es, ¿cierto? Los dragones están llenos de una ira incontrolable.

—Entonces...

—Mira, primero deberíamos conseguir una cadena, así encadenaremos a Steven, des...

—¡No, no!, no quiero oír, no quiero oír —Lapis arrebató la sabanas del padrino y se las puso alrededor de sus orejas.

—¡Lapis!, por favor... —La joven de pieles azulejos le siguió ignorando, colocó la sabana purpúrea sobre ella y desapareció —. ¡Lapis!

     Entró en pánico Jasped, quien poco entendía la situación. Sobre el suelo quedó un triste trapo, el viento había empezado aullar ligeramente más fuerte. No era sólo él, el gran dragón de coraza impenetrable empezó a olfatear alrededor de la sabana, buscando aquella esencia primaveral que tanto le representa.

—No está... —aseguró Jasped, y aunque sabía lo que veía, no se atrevió a indagarlo por si mismo.

     «¡¿Dónde está?!, ¡dónde!», Steven apreció su garganta arder, cada segundo que pasaba, aumenta de temperatura. «¿¡Dónde se la han llevado!?, ¿¡Quién se la va llevado de mi lado».

—Hey, tranquilo amigo —susurró Jasped hacia la bestia, no entendía cómo tratarlo, el único quien había estado tan cerca con él era Lapis, Jasped sólo fue un guía en la travesía del hada —. Solucionaremos esto, ¿si? Yo también quiero verla, necesito verla a salvo.

    Steven miró a su compañero, lo detesta, le fastidia lo cercano que es con su hada. Su visión empezó a ser borrosa, igual al momento cuando el batallón de personas querían dispararle con armas. Cuando se dio cuenta, Jasped ya se encontraba cerca de él a una altura de dos metros arriba, con sus plumosas alas desplegadas y la sabana extendida a todo lo que da.

—¡Vamos por Lapis!

***

     La temperatura es fría, suficiente para dejar a un hombre humano muerto, al abrir los ojos, el hada de alas semejantes al de un halcón observó el suelo, ligeramente grisáceo y desprendía un humo espeso. Parecido a la niebla, sintió que un gato pasaba por sus píes, mas un gato no fue.

—¡Príncipe! —exclamó sorprendido. Lo tomó con sus manos.

Steven es del tamaño de un gato, un gato de los que no son ni una cría, ni un adulto. Su estructura era la misma, de coraza viva, garras, pero que apenas cortarían una carta. Sus orbes se volvieron más grandes, por alguna razón, Steven se sintió agotado, con mucho sueño.

—Tienes sueño, eres un dragón bebé ahora, y los dragones bebés la mayoría del tiempo tienen sueño —le dijo, acomodó su brazos, igual como si estuviese cargando a un bebé humano y vio dormir a la criatura —. No eres tan feo después de todo.

     Estrechos caminos le rodean, acaparados por puestos de todo tipo, a su lado alguien vendía una especie de pescado hundido en vapor, a su otro costar una bruja rodeada por pequeñas botellitas, ni fea, ni guapa. Las paredes son rocosas, otorgando un aura prohibida. «Irónico», pensó Jasped. Avanzó con el príncipe en brazos, los caminos cruzados y entre cruzados son molestos, deseó un segundo no tener alas, así hubiera sido sencillo pasar entre la multitud. Todos gritan, unos groserías, un par discuten y otros propagan sus mercancías.

     Cada paso que Jasped da es una controversia, no sabe si encontrará a Lapis o se perderá. Angustiado deleita el cielo, levanta el mentón, cuánta fue su sorpresa que al observar arriba; una especie de lona los cubriera, eso explica por qué hay antorchas a cada esquina. Una señora, de pelos albinos enroscados y vestimenta azul no cesa de quejarse sobre su lugar, aquella sección está repleta de agua y los artefactos de dudosa procedencia regados por doquiera. Inclusive algunos los tomaron sin consentimiento de la dueña.

«Bonita obra, Lapis...» Se acercó con cautela en el sitio y la señora le regaló una mirada irritada.

—¿Qué quiere? —preguntó.

—Disculpe —, contestó, la señora le vio extrañada, seguramente nadie de ahí era tan modesto o educado.

—No eres de aquí —la vieja miró a Steven, Jasped lo cubrió con sus ropas.

—Si no le incumbe, quisiera saber lo que le ha pasado a su puesto.

—¿¡Qué no ves!?, ¡está hecho mierda! Y te diré lo mismo que le dije a ésa mocosa. Compra algo o vete. No tengo tiempo para otra cosa.

—Entonces entiendo por qué su lugar de trabajo está hecho un desastre —observó el contexto, quizá sea una bruja con quien esté tratando y se está quemando las manos.

—¡Lárgate! No quiero saber nada con seres de alas...

—No le quitaré mucho su tiempo —Jasped empieza a impacientarse —. Sólo quiero saber si una joven de cabellos azulejos y vestido marino pasó por aquí...

—¡Ésa tonta!, ¡ésa! La hubiera convertido en sapo si ése estúpido mago no se la hubiese llevado.  

—¿Y sabe dónde se la ha llevado?

—¿¡Cuánto daría por la información!? —preguntó grotesca. 

     Jasped observó el suelo, cada líquido tiene características de magia negra, al estar aquí impide que haga lo que debería hacer. El albino mostró su muñeca, un sello de diamante aparece en él. 

—Nada, no le daría nada mas que mi silencio —Jasped sonrió —. Mi diamante no tiene necesidad de saber de éste lugar, ni de todo lo que ilegalmente usted vende —la bruja se tensó.

—Detrás de aquel puesto—señaló una tienda de artesanías alrededor de veinte pasos.

—Gracias madame.

     Se encaminó al puesto, al abrir la puerta escuchó:

—¡Las marchas de hombres golpeaban el suelo crudo y seco!, ¡más de mil hombres intentando derrotar a un simple diamante, su creador!, ¡el inicio del fin! Pero..., esa es otra historia. 


Fin del capítulo 17.  

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