35: Un príncipe sandía escurridizo. 🍎

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     La angustia carcomía a Steven, se escondía tras las plantas decorativas, en los enormes jarrones del palacio, detrás de las macetas, tras los caballos, así, como un niño escurridizo fue capaz de llegar a una puerta trasera del castillo, lugar donde la servidumbre cocinaba y comía. Detrás de una gran bolsa de patatas, justo a lado de la puerta, escuchó los chismes de algunas sirvientas que le dieron a entender que su cuerpo, el verdadero, estaba en su habitación inconsciente, que parecía un muerto pues no reaccionaba ni cuando le echaban agua helada. Los reyes del Norte aún no partían a su reino, también estaban angustiados por la salud del príncipe, se le llamó al mejor sanador del reino, pero este desconocía lo que le estaba pasando al heredero, según él, aunque el cuerpo estuviese respirando y su corazón estuviera latiendo, Steven ya no estaba en aquel cascarón durmiente. Después se le llamó a una especie de bruja o hechicera, aún se esperaba su llegada. Todo esto había pasado en menos de dos días. Se rumoreaba que fue envenenado por algún amor celoso, sin embargo, Steven sabía perfectamente que ello era mentira porque nunca ha salido con una mujer además de Connie, y que, Lapis sería incapaz de intentar matarle,  lo más probable es que ni siquiera esté aquí, y si lo está, no la vería aunque quisiese.

     Debía admitir que recordar a la bellísima hada le alegró su desgracia, ni en la peor situación la olvidaba, ella era como una hermosa melodía o canción que se te pega, incapaz de hartar, porque cada segundo de cada nota se es capaz de averiguar algo nuevo. De pronto, la cocina quedó en silencio, Steven se adentró.

     En una mesa amplia de mármol se vio descasando unos pliegues de papel, una pluma blanca y tinta negra, como si estuviese planeado desde un principio el estar ahí o que alguien lo dejase en aquel sitio con toda la intensión. No interesaba, tenerlo ahora era de buena suerte, en él, Steven podría escribir sus necesidades y suplicas si alguien le llegase a creer que es un monarca y no un fenómeno andante, los tomó. Salió de la cocina, no divisó a nadie, a la izquierda estaba el camino que llevaba directo a la sala real y en la izquierda las bodegas. Steven sabía que no solo habían un camino, pues como nos narran en las historias fantásticas, al igual que en esta, el castillo tenía pasadizos secretos, cuyos el príncipe los indagó con tanta emoción en lo largo de su vida. El pasillo que conllevaba a la sala real era amplio, de unos cinco metros de anchura, y de largo sin contar las escaleras, eran veinte metros, a cada dos metros de largo descansaban unos floreros, en el tercer florero, atrás de un mueble se entalla en la pared una especie de picaporte que te lleva a un laberinto secreto del castillo, con la información que Steven sabía se escabulló y entró al pasadizo que está en penumbras.

     De inmediato cerró la puerta pues los chillidos y aspiraciones de asombro de la servidumbre lo asustaron, no eran causadas por él, sino más bien por otra noticia-chisme veloz que asombró a los sirvientes, al parecer se encontró la causa del por qué el príncipe Steven se hallaba inconsciente, algo relacionado con un anillo costoso, lamentablemente, Steven no lo descubriría hasta después, sus andadas lo hicieron retroceder para llegar a su habitación.

    Los caminos se mezclaban, si no fuese él lo más probable es que se volviera loco de la desesperación. Subió unos escalones de piedra que lo llevaría a la segunda planta, tropezó, algo o mas bien alguien estaba debajo de él. Quiso gritar, pero como no tenía boca sólo pudo imaginar sus aullidos, en el suelo, atado y amordazado se hallaba el rey Kevin, él gritaba, forcejeaba y movía con recelo, los trapos evitaban que el sonido de su voz llegase a otros, a un lado estaba otra puerta secreta, un agujero pequeño iluminaba la visión de Steven. La escena es abrumadora para Steven, ¿por qué el rey Kevin estaba en su castillo, amordazado y atado? Lo aún más interesante es que estaba usando harapos, su cabello está desalineado, tenía en una oreja un aro de arete y también un tatuaje de un arco flechando un corazón en el cuello. Steven igual a un buen samaritano le quitó el trapo que tenía de mordaz, las cuerdas de su brazos y piernas de igual forma. Sin previo aviso, Kevin ya liberado se abalanzó hacia la sandía antropomórfica, ahorcándole con sus manos. Este acto hizo que el intento de capucha, traída por Steven se recorriera hacia atrás, dejándose apreciar el actual estado del príncipe.

—¡Aléjate monstruo!, ¿por qué me has traído aquí? ¡¿Dónde está el intento de hada, trabajas para él?! ¡¡Esto no se quedará así, mis amigos vendrán!! ¡¡¡Ustedes me han culpado de un vil acto que no he cometido!!! ¡Respóndeme! —Exigió el rey, pese a ello, Steven no podía decirle nada, tampoco sabía la respuesta a las preguntas del monarca.

     Desesperado, Steven movió las manos en forma de negación, rápidamente se recargó en una pared cercana para comenzar a escribir, después se lo entregó a Kevin. 

Yo soy Steven —leyó en alto —, lo lamento, no sé de qué me estás hablando, ¿sabes quién eres tú? —Kevin miró a la sandía —Sí, sé quién soy, bueno, partes, lo que no sé es por qué estoy aquí y por qué se me acusa de un montón de artimañas. 

    De nuevo, el príncipe escribió, le entregó el papel al rey.

—¿Que si sé quién eres?... Creo que eres una sandía muy fea, ni por todas las joyas del mundo te comería de merienda, no me vaya a dar algo.

     Steven negó con la cabeza, se señaló con ambas palmas, golpeando repetidas veces su pecho, a continuación, señaló el primer escrito donde decía que era Steven.

—Oye..., cosa, no te entiendo, no tengo idea del porqué llamarían a una sandía Steven, sólo existe un Steven en este intento de reino y es... —Kevin cayó en cuenta con quién estaba tratando, o tal vez se estaba volviendo loco por creerlo.

     Todo lo que le pasó aún lo tenía consternado, con esto era suficiente para que su antiguo yo quedara desmayado, pero el actual Kevin no.

—Tú eres..., el príncipe DeMayo —Steven asintió emocionado mientras que una sonrisa ladina se dibujaba en los labios del rey, su salvación está justo enfrente de él.

Fin del capítulo 35.

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