12: Mortífera duda. 🌹

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Cuando empezó abrir sus ojos todo se difuminó confuso, pareciese que tenía una resaca de mil botellas de licor, o que una hondeada de flechas lo hubiesen atacado en su nuca, y que de alguna manera continuase con corazón latente. Pudo apreciar el temblor ligero de sus manos, las detalló con cuidado, movió sus dedos uno a uno, el color bronceado pigmenta su piel, con la palma derecha definió sus contraste, no era rasposa, no había una coraza flamante, y tampoco su garganta ardía con fervor.

Después de haber admirado sus extremidades tocó su nariz, una nariz suave fue lo primero que distinguió. Sus mejillas se adornaron con ríos de lágrimas, imágenes como fotografías chocaban en su mente cual pared. La culpa azota su valor, el miedo ahorca su orgullo, así como la incertidumbre apuñala su seguridad. ¿Dónde está?, ¿dónde está el chico quien le ayudó?, ¿qué día es? Mil y un preguntas se colorean.

Su ahora respiración agitada recorrió todo el sitio, una habitación con paredes rocosas, telas al parecer creadas por el sastre más fino del mundo, muebles traídos de otro lugar y el aroma a dulces tropicales lo rodea. Limpió sus lágrimas, no ansía parecer un cobarde, aunque sentía que la calma no retornaría pronto, debía hacer muchas cosas ahora. Primero era averiguar dónde se halla, después analizaría las cosas más a detalle, no es un sujeto de intelectual fuerte. La puerta rechinó alarmando sus cinco sentidos, no había arma con cual defenderse, apenas era capaz de mover piernas y brazos, la ausencia de unas alas como cola lo asusta.

Sus piernas tiemblan cual gelatina aún no terminada de preparar, entonces finalmente la puerta se abrió, cayó en la cama sentado, una mujer de finas facciones, cabellos duraznos, y armadura pesada lo detalló con la vista.

Él no sabía qué decir, o cómo actuar, mil cosas empiezan acumularse en su espalda, así como los pendientes para hacer. La mujer susurró algo tras la entrada, brevemente una joven de vestidos finos y pieles vivas llegó. Angustia, preocupación y dudas era lo escrito en ella.

Ella avanzó.

—¡No te acerques! —exclamó quebrantado, aún no era capaz de asimilar la situación, en síntesis; no entendía nada, no encuentra forma de tranquilizarse. Fue en aquel momento que extrañó los brazos de cierta reina serena. Las lágrimas y la tristeza volvía.

—No deseamos hacerte daño, en ningún aspecto. —habló la mujer, la muchacha de piel dulce observa la situación junto la puerta. —Nosotros... —ella guardó silencio, impacientando al joven de cabellos rojos quemado. —Pero que pocos modales tengo, la emoción me ha distraído. Me llamo Perla, soy capitana de las tropas del reino del Sur. —una reverencia elegante forjó Perla.

El aura que había empezado a desprender fue educación, de tal modo que ahora era él quien se sintió un maleducado de lo peor, los nombres del los reinos empezaban a llegar con avidez. Cuando iba intentar formular palabra, Perla se adelantó.

—Aquella joven es la princesa Connie Maheswaran, del reino del Norte. —Rubí posó su visión en ella, sus labios apretados como unas ganas de llorar era lo que contenía la bella joven. — Está preocupada por su prometido. Tú... ¿Sabes algo de eso? —aquellos ojos claros, semejantes a la persona que ama impregnada en su piel y memoria le miraron. Perla posa su visión en el suelo. —lo lamento. Estoy siendo demasiada maleducada. ¿Cuál es tu nombre?

Él ahora en un círculo más tranquilo, hace relamer sus labios para contestar y tratar de conseguir más información por si mismo.

—Me llamo Rubí, caballero de las tropas del Oeste, pueblerino a merced de la reina Zafiro. —formuló seguro de sus palabras, ansía una respuesta de la ya impresionadas facciones de las damas.

—Imposible... —logró escuchar en susurro de la joven Connie.

—Dios... Piedad... —dijo en un suspiro, con un gran grado de sorpresa Perla.

Rubí no entendía nada, definió sus ropas, un pantalón holgado como una playera del mismo material color hueso lo a cobijan.

—Un momento por favor... Espera aquí—Vocalizó Perla, ambas jóvenes salieron del lugar haciendo intrigar a Rubí, ¡demonios! Se le olvidó preguntar en dónde está.

Ignorando lo dicho por la joven, con la piel estremeciéndolo, pasó la entrada de la habitación, se escucha el eco de pasos apresurados, seguramente de las mujeres que habían venido.

Sigiloso, como una serpiente antes de atacar su presa recorrió un largo camino, dio un cruce a la izquierda para dar otra vuelta a misma dirección, el suelo forrado con tapicería color vino resalta los tonos de sus pies bronceados, la garganta la siente exageradamente seca, hasta ese momento es capaz de escuchar los aullidos de su estómago. Velas de varios tamaños hay en cada esquina.

Antes de dar vuelta hacia una amplia habitación se detiene, pues voces discutiendo lo interrumpen.

Trata de esquivar el recuerdo que ahora llega a su memoria, una joven de piel de uva y cabellos albinos choca en su interior, la imagen es borrosa, no logra descifrar por completo aquello, por ahora prestaría su atención en dónde está.

Intenta no ser visto, se aferra a la pared de piedra, y pone atención en escuchar.

—¿Un sobreviviente? —una voz áspera dice, la cual recuerda con pesadez.

—No lo sé su majestad, lo dijo como... —Diferencia a Perla.

—¿Como qué? —Otra voz, femenina y segura cuestiona.

—Como si no supiese lo que ocurrió ahí... —Rubí supone que esa voz le pertenece a la princesa. Se escuchan aspiraciones sorpresivas.

—Así es majestades. Es como... No sé explicarlo majestades. Lo mejor por ahora es aguardar un poco, no creo que sea bueno para él si le decimos lo susodicho.

—¿Por qué? —empujado por la duda, Rubí hace presente su existencia en la gran sala, llena de estantes de libros, muebles detallados con minúsculo cuidado, cuadros de paisajes a por doquier.

Ve a una mujer de vestidos rosas, con un voluptuoso vestido, labios rosas y cabellos claros. A un hombre, cabellos marrones y barba sin afeitar, elegantemente vestido y porte varonil, sorprendidos ante su presencia.

—R-Rubí —. Pronuncia Perla.

—Yo... —¿Y si no lo quería aceptar? Entonces, como un bombardeo sin cesar, todo se acumuló con dolor.

Mucho, mucho dolor.

Su propio ser no lo aceptaba, pero era necesario, Rose fue al auxilio del joven quien había caído de rodillas del suelo, llorando sin consuelo, para ser un hombre era algo pequeño, no más de un metro y sesenta centímetros. Él la destruyó, destruyó todo lo que alguna vez amó.

—Está bien, todo está bien, estamos aquí para ayudarte. —Rubí se refugió en los suaves brazos de Rose.

—Por favor... —sollozó. —diganme... ¿Cuánto tiempo ha pasado? —cuestionó con el corazón abatido.

—Diez años. —susurró Perla. Él cerró los ojos, ardía, su pecho ardía aunque ahora no necesita escupir fuego para tranquilizar el dolor, sólo vasta con llorar. —No sé si puedas hablar ahora, pero como te había dicho antes, necesitamos encontrar al príncipe, el prometido de Connie. Tú, ¿viste a un joven de esta estatura? —ella coloca su mano cerca de su cabeza. —con cabellos carbón y... —Rubí se separó de la reina, la debilidad lo agobia.

Con la mente más amplia, respiración controlada y dolor ferviente dijo;—Sé de quién hablas.

Fin del capítulo 12.



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