¿Y Naruto?

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Cuando era niña, realmente no lo soportaba. Era escandaloso, bullicioso, llamaba la atención de maneras estresantes. Pero lo conoció tanto, que lo amaba. Lo amaba como si fuera su amigo, lo amaba como si fuera su hermano, y él tenía los mismos sentimientos por ella. A pesar de tener un enamoramiento infantil, Sakura era su más preciada amiga. Y ella bien sabía de enamoramientos infantiles y sonsos y como los sentimientos podían cambiar con el tiempo.

Había pasado la mañana completa de compras con su madre. Cosas banales. Ropa interior, artículos de limpieza, zapatos cómodos, entre otras chucherías. Después de todo, en menos tiempo del que esperaba, debía abandonar su hogar y partir al de su sensei. 

¿Quién lo diría? Un día organizaba su colección de shurikens sobre un estante y al otro debía guardarlos para vivir con su profesor. Sí, con Kakashi. Porque no se le ocurrió mejor idea para criar a su hijo que vivir juntos. Ni siquiera eran pareja, ella no lo veía como hombre, ni él como mujer. Dos compañeros de equipo bajo el mismo techo. Era la misión más difícil que había afrontado hasta ahora. 

Y no es que se sintiera incómoda. Muchas veces, en misiones anteriores, debió compartir con su sensei la habitación. Y ni hablar de la noche que los llevó hasta aquí. Eso ya era más que compartir una habitación. Pero estaba tranquila, pues tendría su espacio, sus cosas y su libertad. Conocía a Kakashi y sus manías con los horarios, los tiempos de comida y el ocio. Pero no era lo mismo que convivir una semana, que quizás, el resto de su vida. ¿Se acostumbraría a todo eso? ¿Lo soportaría más de un mes? Era desordenado, desorganizado y desorientado. No al extremo, pero sí era capaz de tirar su chaleco sobre el sofá y no moverlo de allí por días. Sí era capaz de perder sus icha-icha dentro de su propia habitación. Si era capaz de comer comidas instantáneas por meses con tal de "no limpiar luego", pues se excusaba con que no tenía tiempo para los quehaceres del hogar. Tampoco es que fuera un marrano que vivía en la inmundicia. Su casa siempre tenía olor a lavanda y poco rastro de polvo. Pero dedicaba una vez al mes, quizás, a limpiar con profundidad, luego se mantenía y mantenía hasta la siguiente limpieza. Y le beneficiaba, pues con tantas misiones a penas sí pasaba tiempo en su hogar.

Y su hogar, ya no era de él. Sería de ellos. De una familia.

Comió algo rápido con su madre y dirigió su camino hacia su nueva casa. Pero esta vez, prefirió ir sola. Sabía que si Mebuki la acompañaba la dejaría instalada en ese mismo instante sin derecho a pisar su casa otra vez. 

Tocó varias veces la puerta. Y cuando estuvo a punto de irse, un shinobi cargado de cajas salió.

  — ¿Sakura-chan?

Trató de ver su rostro tras el montón de cosas que llevaba

— ¿Estás ocupado? Volveré más tarde

— No —  se adelantó a decir — solo estoy ordenando un poco

Se hizo a un lado para que la pelirrosa pudiera entrar.

Hace años que había dejado su departamento en las habitaciones de jounin. Pensó en volver a la casa donde vivió con su padre, pero eso sería abrir viejas heridas. Por lo que compró una casa pequeña pero espaciosa, después de todo hasta ese entonces, era él solo, un poco alejado del ajetreado centro. Era a penas un piso. De color blanco, con grandes ventanas y un gran jardín zen. Una sala de estar conectada con el comedor y separada de la cocina solo por una encimera a mitad de la habitación. Dos pasillos a cada costado. Uno llevaba a la habitación principal y el otro conectaba un gran baño, y otra habitación, donde guardaba sus cosas viejas. Un lugar perfecto para un soltero, no para una familia, es más, el lugar hasta se hacía pequeño del solo pensar que en unos años, un pequeño andaría correteando por la casa.

Comenzamos al revésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora