¿Qué tanto duele?

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Y dolía. Dolía más de lo que él se imaginaba. Por que tomar decisiones que cambian tu vida no se toman a la ligera, traen un sinfín de sentimientos, ya sean buenos o malos. No podía decir que se arrepentía de haber salido de allí, tampoco estaba convencida de haberlo hecho. Solo se aburrió de ser paciente y esperar cosas que no se cumplirían. 

Cuando entró a la mitad del tercer trimestre de gestación, las molestias se hacían más evidentes. Pero no solo eran las contracciones las que dolían, más que nada era su corazón. Punzante, agudo y constante. ¿Así se siente la decepción? Por que eso sentía, estaba decepcionada de haber creído que podían ser una feliz familia. Estaba decepcionada por no haber entregado más cuando pudo. Estaba decepcionada de sí misma, de no intentarlo mucho más, de no sentir mucho más, de esperar demasiado. Estaba decepcionada de él, por dejarse provocar, por no intentarlo lo suficiente, por no haber dado señales desde que ella lo dejó. Por que había pasado poco más de un mes, y él ni siquiera los buscó. 

No podía excusarse con alguna misión, porque estaba enterada que no había tenido una desde hace tiempo atrás. Estaba en la aldea, seguía ahí, pero no se movía. Se había refugiado en su inexistente hogar. Poco se veía, poco se sabía de él este último tiempo. El Uchiha se había marchado algunos días después del cumpleaños del Nanadaime, no había insistido con la idea. Se esfumó como la sombra que era, cuando sale el sol. Y él lo sabía, Kakashi estaba enterado y aún así dejó que todo lo que le importaba se alejara aún más de él. Por que Kakashi no sabía como querer, y lo estaba demostrando. 

¿Que tanto te importamos, sensei? 

Preguntas que no recibían respuesta.

¿Ni siquiera por tu hijo has venido?

Por que él se sentía ausente. 

¿Y por mí? ¿Que fui para ti?

Desaparecía.

¿Tan débil era el sentimiento que teníamos?

Se apagaba.

¿No lo vamos a intentar otra vez?

Se esfumaba.

¿Ya nos rendimos?

Por que él ya no existía.

Kakashi... Ya no aguanto más.

Y comenzaba el remordimiento. Recordaba desde el primer momento, sus inquietudes, sus inseguridades, el miedo que sintió cuando supo que un ser se formaba en su vientre. Que milagrosa es la naturaleza para que una vida dé vida. Que increíble es el cuerpo para llevar dentro el fruto de una unión. Que difícil ser mujer y que hermoso a la vez consumar dos genes y hacerlos uno. Formar una familia. Rota, inestable, distante. Pero una familia en sí. Por que ella lo hizo padre, y él la hizo madre. Por que juntos quizás no compatibilizaban, pero el rosa y el gris se mezclaban, y la gama de colores se hace intensa. Un color vivo, alegre, lleno de fuerza. Uno opaco, soberbio, apagado. Separados son únicos. ¿Pero juntos? Imponentes. Pero ellos no lo entendieron y se rindieron frente al primer fallo. Por que ni siquiera lo intentaron. Unos días no son suficientes para creer que las cosas funcionan. No entregaron lo suficiente, no amaron lo suficiente. Pero no querían arriesgarse más. Ese es el primer miedo cuando te empiezas a enamorar. Y fallas, te rindes, te envuelves en una coraza para no sufrir y no lastimar, pero no se puede tener una historia sin esforzarse, sin llorar, sin arriesgarse a intentarlo. La historia que ellos escribían era débil, casi inexistente, porque les asustaba el hecho de aprender a querer. Y las oportunidades se van, no aparecen dos veces de la misma manera. Pero sí vuelven, más fuertes, diferentes, como una última instancia para hacer las cosas bien.

Comenzamos al revésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora