Una vez madre e hijo han desaparecido por la puerta de atrás, Stephanie Ferreti se deja caer en el viejo sillón. Observa el reloj y se da cuenta, con placer, que cuenta con algunos minutos antes de su próxima cita.
Una diminuta sonrisa de alivio escapa de su rostro arrugado.
Aunque su mente es lúcida, los noventa y un años de vida le pesan en el cuerpo. Su oficio le ha dejado secuelas: perdió el ojo izquierdo, tiene paralizada la mitad de la boca, aún se está recuperando del golpe que sufrió en la columna hace un par de años y su cuerpo se la pasa cubierto de moretones y rasguños. Aun así está orgullosa de cada una de sus cicatrices.
Aunque ahora está limitada y probablemente nunca se cure del todo, no se arrepiente de su vocación. Sabe que su papel es importante para la iglesia a la que sirve y para el mundo.
Sin embargo, es consciente de que su trabajo no es completamente apreciado: desde hace tres siglos la iglesia latina, al contrario de la ortodoxa y de varias denominaciones protestantes, ha abandonado casi completamente el ministerio del exorcismo por lo que el esfuerzo para formar nuevos practicantes de esta rama es poco y casi nulo.
Ha sido principalmente debido a su propia insistencia que el oficio se ha mantenido vigente hasta la actualidad. De no haber sido por su intervención, que en algún momento llegó a ser pensada como «obsesiva» e «histérica», esta rama eclesiástica habría continuado su lento proceso de extinción.
Incluso podría llegar a afirmar que, con la creación de la Asociación Internacional de Exorcistas en los años noventa y los diferentes seminarios que ha dictado desde entonces en diferentes diócesis a lo largo del mundo, su quehacer está experimentando uno de sus mejores momentos.
Aunque nunca fue su intención, todos sus esfuerzos terminaron por valerle el título de «Exorcista del Vaticano» que ostenta en la actualidad y con él, muy a pesar de sus detractores, un poco de poder y respeto.
Lastimosamente en un clero abiertamente machista, como lo es el católico, el hecho de que una mujer lograra llegar hasta donde ella lo había hecho suponía un enorme escándalo, lo que le había valido una serie de enemigos entre las ramas más conservadoras de la institución, que hacían lo posible por sabotear su trabajo tachándolo de superstición y esoterismo. Los enfrentamientos constantes con sus colegas en este aspecto le causaban un agotamiento mayor que una de sus sesiones más difíciles.
Sabía a la perfección que más de uno estaba a la espera de su fallecimiento para acabar con todo lo que ella había logrado obtener hasta el momento. Por eso, pensar en su muerte era algo que la entristecía: varias veces al día se descubría sintiendo nostalgia de sí misma y de las pocas posibilidades que existían de que su legado la sobreviviera después de haber sido llamada por su señor.
A su edad, la conciencia de su mortalidad es algo que se lleva como un tatuaje y le hace preguntar, una y otra vez, cuándo y cómo será su fin. Imagina constantemente las posibilidades hasta el punto de sentir enemigos fantasmales acechándola desde lugares invisibles, cada vez más cerca; a un zarpazo de arrancarle la vida.
Alguien le toca el hombro y la hace estremecer.
Es Bianca, la monja regordeta. Trae la correspondencia. Además de las tradicionales facturas, cupones de descuento y cartas de bancos ofreciendo tarjetas de crédito hay un pequeño sobre blanco escrito a mano.
No hay forma de que confunda esa letra: el sobre fue enviado por Enrique Santos, uno de sus discípulos más preciados. Había vuelto a su país de origen hacía un año como enviado de la asociación para promover y analizar las experiencias en el campo y así poder ayudar a su gente de una forma más eficaz.
En el tiempo que trabajaron juntos ―tal vez un poco más de tres años― lograron forjar una buena amistad basada en sus intereses mutuos que terminaría por convertirse en una relación casi familiar. No era de extrañarse, entonces, encontrarse de vez en cuando echando de menos al muchacho y anhelando alguna noticia suya que llegaba, por lo general, una vez al mes a través del correo electrónico.
Lo primero que encuentra al abrir la carta es la foto de un colibrí verde en pleno vuelo. Al reverso de la imagen la frase: «Para usted, que ama las aves» escrita con su característica caligrafía impecable. Luego de observarla con detenimiento, Ferreti la deja a un costado para retirar una hoja de papel, también manuscrita.
Acomoda sus gafas y lee:
Mi muy apreciada madre Ferreti,
Es un placer para mí anunciarle que, después de muchas gestiones, por fin he logrado convencer a la comunidad eclesiástica de mi país sobre la importancia de nuestra labor y los beneficios que traería para todos organizar un simposio de exorcistas en la capital, como usted lo recomendó. Con esto quiero decirle que hemos sumado una victoria más a nuestra causa ya que la reunión se realizará en las instalaciones de una de las universidades más prestigiosas, ubicada a las afueras de Bogotá y nos dará acceso tanto a jóvenes estudiantes de teología, que podrán interesarse en nuestro oficio como proyecto de vida, como a personajes ilustres del clero colombiano.
Sin embargo, tengo que admitir que para hacer esto posible me he tomado serias libertades ofreciendo su asistencia como invitada de honor, aun conociendo cuán apretada es su agenda y el peso de sus compromisos.
El lugar es un pueblo pequeño y tranquilo que estoy seguro le gustará y en el que podrá pasar unos días serenos.
Para compensarla por los problemas que mi impertinencia pueda causarle, me ofrezco como su guía personal y me comprometo a cumplir cada uno de sus caprichos entre los que, claramente conozco, se encuentra el avistamiento de aves.
¿Recuerda las excursiones que hacíamos en primavera solo para ver esos frágiles pajarillos que tanto le gustan?
Teníamos que escabullirnos para evitar que los demás se preocuparan por su seguridad y nos impidieran tomarnos ese descanso placentero y bien merecido antes de continuar con las sesiones de exorcismo programadas para el día. Le aseguro que fueron los amaneceres más bellos que presencié durante mi estadía en Italia.
¿Ha vuelto a ver aves desde entonces?
Como la conozco sé que lo más probable es que aún no haya conseguido un nuevo compañero de aventuras tan agradable como su servidor.
Por suerte para usted, mi país se caracteriza por la diversidad de la flora y de la fauna, así que en nuestros tiempos libres podrá apreciar animales que nunca se le habría pasado por la cabeza que existían. La foto que envío con esta carta es una muestra del tipo se especímenes que va a poder admirar. Yo la tomé para que disfrute mis habilidades en el campo de la fotografía y conozca otra de mis loables facetas como ser humano.
Le ruego que vea este favor como una oportunidad de darse nuevamente un tiempo de descanso y de ayudar a un viejo amigo en la causa que usted misma inició.
La espero acá a fin de mes.
Envió el resto de la información a Margueretta por correo electrónico para que iniciemos las gestiones del viaje.
Muy emocionado con su visita,
Enrique Santos,
El discípulo que usted más quiere.
Al finalizar la lectura la mujer se queda mirando la pared, divertida. Una sonrisa se desborda por sus labios sin que ella la pueda detener, haciéndola ver macabra a causa de su lado paralizado. ¿Cuándo fue la última vez que sonrió así?
Dobla el papel y lo mete de nuevo en el sobre junto con la fotografía. Está claro que ese muchacho es alguien que sabe cómo salirse con la suya, siempre ha sido así. Ojalá tuviera el mismo carisma para los exorcismos.
Observa como sus asistentes limpian diligentes la habitación, eliminando cualquier residuo del rito que acaban de realizar. Se da cuenta de lo exhausta que está y sabe que ellos están igual. Aunque a veces se siente como una tutora carente,reconoce que darse un descanso o tomarse unas vacaciones es un lujo difícil de permitirse cuando se carga con el tipo de responsabilidades que ella tiene yeso es algo que todos ellos aceptaron al ponerse a su servicio. El solo hecho de plantearse un respiro es de por sí un disparate. Aunque para ser honestos,era algo que llevaba mucho tiempo anhelando.
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La danza del carnero [Tomo I: Grimorio]
ParanormalEn un pueblo que se cree de brujas está escondido un pequeño libro con el rostro de un carnero. Nadie sabe de dónde vino ni cuál es su historia, pero de lo que sí están seguros es que ese es uno de esos libros que no se deberían abrir jamás. ¿Qué su...