A la exorcista le gusta la idea.
En sus numerosos años al servicio de Dios, nunca había tenido la oportunidad de ver uno de sus milagros y mucho menos hablar con la persona involucrada. Enrique tiene razón: es algo que le vendría bien en este momento en que su corazón sigue dolorido a causa de Benedetto.
Acepta la invitación, no sin antes recordarle a su discípulo lo engreído que es. Él sonríe halagado.
Entran al carro del sacerdote. Para ver a la chica tendrán que viajar al hospital en Bogotá donde sigue internada. Margueretta se sienta en la silla del copiloto y la anciana en la parte de atrás del vehículo.
A pesar de los trancones, a la madre Ferreti se le hace corto el viaje. Se deleita mirando por la ventana: lo poco que ha conocido del país le ha dado una buena impresión.
Parquean en un estacionamiento descubierto al lado de una casa vieja. Un niño desdentado corre hacia Enrique para darle un papel con los datos del automóvil y la hora de ingreso. Él lo guarda en el mismo calcetín que tenía el recorte del periódico y abre un paraguas para proteger a Margueretta y a la exorcista de los rayos del sol mientras llegan a la clínica.
A la madre Ferreti le causa gracia el gesto pero no lo dice, en cambio pregunta alguna que otra cosa sobre las costumbres del lugar y el sacerdote le responde emocionado.
La conversación se detiene en seco cuando doblan la esquina: justo al lado del hospital está la capilla con techo triangular con la que la madre Ferreti había soñado hace algunas horas. En su mente se reproduce nuevamente la imagen de su hermano y la advertencia.
La invade un mal presentimiento. Permanece en silencio el resto del recorrido, pensativa.
Cuando entran al hospital Enrique le explica al vigilante que tienen una cita con Amalia Caballero, él los guía hasta los ascensores y le da las indicaciones necesarias para llegar a la habitación VIP del sexto piso, asignada a la joven hasta que reciba el alta.
Como nunca antes habían visto un caso semejante, los doctores continúan haciéndole exámenes para entender qué pasó y así poder ayudar a otros enfermos.
Mientras tanto Amalia recibe sus múltiples visitas en la habitación especial que el hospital dispuso para ella. Al hombre le parece que en ese momento está acompañada por alguien importante porque hacía poco habían entrado varios guardaespaldas y aún no los había visto salir.
El grupo se despide agradeciéndole la información.
Cuando salen del ascensor en el sexto piso lo primero que perciben es el murmullo de gente rezando un avemaría. En la medida en la que avanzan por el pasillo en dirección a las habitaciones se encuentran con los guardaespaldas de los que habló el vigilante. Son al menos unos diez hombres ubicados frente a la puerta 604 y parece que en el interior hay más.
Los tres exorcistas avanzan hasta la sala de espera común, a unos pocos metros, para aguardar allí a que los llamen.
Al poco tiempo de terminar la oración, escuchan una carcajada nasal. Tanto a Enrique como a la madre se les hace familiar.
Un hombre rechoncho sale de la habitación, el sacerdote lo reconoce inmediatamente al ver las entradas en su frente.
―Ese es Alexander Ortiz ―explica a la exorcista en un susurro, lleno de admiración―. Uno de los pocos políticos piadosos que tenemos en el país, un verdadero hombre de fe. Siempre había querido conocerlo ¿Qué le parece si lo saludamos?
Se levanta sin que la anciana le pueda responder y lo llama por su nombre.
Ortiz detiene su marcha. Mira a la exorcista con curiosidad, parece reconocerla de algún lado. Se acerca a ellos para saludarlos. Enrique se presenta a sí mismo y a sus dos acompañantes.
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La danza del carnero [Tomo I: Grimorio]
Siêu nhiênEn un pueblo que se cree de brujas está escondido un pequeño libro con el rostro de un carnero. Nadie sabe de dónde vino ni cuál es su historia, pero de lo que sí están seguros es que ese es uno de esos libros que no se deberían abrir jamás. ¿Qué su...