7.4 -Medidas desesperadas

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Después de vomitar por lo que parece una eternidad, Verónica por fin siente alivio. Lucía está a su lado ayudándole a sostener el cabello. Le da algunas palmaditas en la espalda.

Una vez termina, Verónica se recuesta contra la pared del baño; quizá el más lujoso al que alguna vez ha entrado.

―¿Por qué bajamos un piso, Vero? ―pregunta su amiga ayudándole a acomodar el cabello― Teníamos un baño cerca de la habitación de Amalia.

¿Cómo explicarle que eso es lo que le hace daño?

―Tenía vergüenza por el visitante ―responde.

No se le ocurre nada mejor que decir, sin embargo parece que es suficiente para su amiga.

―¿Ya estás mejor? ¿Quieres que subamos?

No, Verónica quiere irse a su casa; quiere estar tranquila y lo más lejos posible de Amalia. Le explica sus deseos a su amiga, omitiendo el detalle relacionado con la hermana.

―Al menos revisa que no te falte nada ―dice un poco más tranquila al ver que Verónica ya se encuentra mejor ―. Mantenme informada sobre tu salud, yo me encargo de explicarles por qué te fuiste.

De una u otra forma, Lucía siempre sabe cómo entenderla.

Verónica revisa que no le falta nada para poder irse. Nada más abrir la cartera se da cuenta que el libro del carnero no está ahí.

Se levanta asustada.

―¿Ahora qué sucede? ―pregunta lucía

Pero Verónica no le responde, sale corriendo de nuevo para la habitación.

Llega a tiempo para ver como salen dos sacerdotes con una anciana en silla de ruedas. Cuando se asoma ve como la señora Caballero tira a la caneca los restos de una taza de porcelana rota. Amalia terminaba de secar el suelo con algunas servilletas.

¿Qué habrá pasado?

No tiene tiempo para preguntar, debe encontrar pronto el libro.

«Ellos se lo han llevado, seguidlos»

¿Qué?

«Los hombres de la iglesia tienen el libro, eso nos pone en peligro a las dos»

Verónica corre detrás de ellos pero la puerta del ascensor se cierra antes de que llegue hasta ellos. Al poco tiempo llega otro aparato. Baja hasta el primer piso con la esperanza de encontrarlos, pero ya es tarde.

Les ha perdido el rastro.

¿Ahora que va a hacer?

No puede siquiera contarle a sus amigas sobre el problema en el que está metida. ¿Habría alguien en el mundo con el que pudiese hablar?

Ve la capilla con techo triangular que está al lado del hospital ¿Y si tal vez allí está la respuesta a sus problemas?

Sin pensarlo dos veces se dirige allí.

Por dentro la capilla es tranquila, cálida y silenciosa. Ofrece un ambiente de solemnidad a sus fieles.

Las pocas personas que se encuentran a esa hora del día están inmersas en sus plegarias al Señor. En silencio se dan golpes de pecho o simplemente juntan sus manos para orar.

Verónica se pregunta cuándo fue la última vez que entró a una iglesia.

Sus recuerdos se sitúan en aquellos domingos de infancia en los que acompañaba a su madre a la misa de las cinco. Se sentaba junto a ella a divagar, entre el incienso y el arrebato de la ceremonia, sobre los misterios de la vida y la muerte.

La danza del carnero [Tomo I: Grimorio]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora