4.6 -La gata negra

430 72 16
                                    

El sonido del celular de Irma las trae de nuevo al presente. 

El doctor quiere dejar a Amalia toda la noche en observación, así que entre sus acudientes deben elegir quién se quedará con ella como acompañante. 

Verónica se ofrece y los demás están de acuerdo con eso. 

Lucía insiste en que, antes de que se haga de noche y ya no se permitan más visitas, deberían salir a buscar algo de ropa para Verónica ya que la que tiene puesta en ese momento está arrugada y sucia.

Como el apartamento de los Caballero no está muy lejos de la clínica, Irma las lleva en el carro con el fin de aprovechar el tiempo que les queda. 

Parquean en la entrada de los edificios esperando no demorarse mucho. 

Apenas abren la puerta de la vivienda, los dos perros de la familia las saludan llenos de emoción. Verónica se queda jugando con ellos mientras Lucía empaca lo que cree que le servirá a su amiga. 

Al poco tiempo están listas para volver, sin embargo, antes de llegar, hacen una parada para comprarle ropa interior. 

Se detienen en la única tienda que encuentran abierta por el camino y, luego de casi una hora, las tres salen de ahí con una que otra prenda para estrenar.

Llegan de nuevo a la clínica cuando solo queda media hora para que se acabe el tiempo de visita. Irma y Lucía quieren aprovecharlo para acompañar un rato a Amalia a quien no han visto desde la mañana. 

Al permitirse únicamente la entrada a tres personas a la habitación, tanto Verónica como alguno de los padres deberán quedarse afuera. Ella no tiene problema, usará ese tiempo para comer y conseguir algo para picar en la noche.

No acaba de despedirse de sus amigas cuando un alboroto en el tercer piso llama su atención.

Desde las escaleras Lucía le hace un gesto indicándole que suba. Al llegar arriba se encuentra con una multitud de curiosos rodeando a una mujer que llora histérica en el suelo, justo frente a la entrada de los dormitorios. Un par de enfermeros le impiden el paso. Verónica reconoce de inmediato que se trata de la señora Caballero.

Busca a sus amigas con la mirada pero no las encuentra. No entiende qué pasa, a su alrededor todo es confusión.

―Pobre mujer ―siente que alguien murmura a sus espaldas―, escuché que el corazón de su hija dejó de funcionar.

Un escalofrío helado recorre muy despacio el cuerpo de Verónica. 

Quiere creer que lo que acaba de escuchar es mentira, hace un par de horas estaba hablando con Amalia y se le veía bien. Voltea tratando de encontrar a las personas que cuchicheaban para que le den más información, necesita comprender lo que está sucediendo. 

Alguien la toma de la mano y la jala en dirección al lugar en el que se encuentra la señora Caballero. Es Irma, tiene los ojos llorosos. Lucía se acerca para abrazarla pero Verónica las rechaza, sofocada.

Sus amigas guardan silencio, parece que ellas tampoco entienden mucho lo que ha sucedido.

―Están haciendo lo posible para que no muera. ―Anuncia, lívido, el señor Caballero que sale desde el pasillo de los dormitorios escoltado por una enfermera.

Al escucharlo, la señora Caballero grita al cielo implorando que salve a su hija. Su esposo va hacia ella y la abraza con fuerza, tratando de contenerla, tratando en vano de apaciguar su histeria. Sostiene su cabeza con delicadeza desde la parte de atrás, como si fuera un bebé, y con voz dulce le da palabras de aliento. 

Alguien, en algún lugar de la habitación empieza a rezar un avemaría.

Verónica siente como si todo lo que está sucediendo hiciera parte de la secuencia de una película, como si todo lo que escucha o ve flotara en el aire sin pertenecer a alguna realidad y mucho menos a la suya. No quiere aceptarlo, no quiere abrirse siquiera a la posibilidad de que lo que está pasando sea más que un mal sueño.

Le da la impresión de que quienes la rodean son tantos que están empezando a consumir el aire del lugar. Intenta respirar pero se le dificulta. Tiene que alejarse cuanto antes, tiene que salir de ahí antes de que la verdad la alcance y termine asfixiándose por el dolor.

Reúne las pocas fuerzas que le quedan para moverse, muy despacio da un par de pasos hacia atrás. 

Poco a poco más personas se unen al avemaría. Cuando, finalmente, el lugar retumba bajo el coro de voces que oran por un milagro, Verónica sale corriendo de ahí.

Irma se da cuenta e intenta evitarlo, pero Lucía la detiene: las dos saben muy bien que su amiga necesita un tiempo a solas.

Las piernas de Verónica la llevan tan solo hasta el callejón que queda entre la capilla y el hospital. Por más de que quiere seguir alejándose no puede, se siente muy débil para hacerlo. El frío de la noche la golpea tan fuerte que la aterriza de su ensoñación. Se da cuenta que, a unos metros de distancia, Amalia está debatiéndose entre la vida y la muerte.

Llevaba muchos años preparándose para esto, pero ni en lo más profundo de su imaginación pudo prever lo doloroso que podría llegar a ser ese momento ni lo aterradora que realmente era esa palabra.

«Muerte», repite una y otra vez hasta captar por completo su significado.

Se deja caer al suelo, vencida, al lado de la capilla. Abraza sus piernas queriendo sostenerse. Sabe que nadie va a llegar a consolarla por lo que en ese momento de soledad solo se tiene a sí misma para hacerlo. Deja escapar las lágrimas que tanto luchó por retener y con ellas todas las palabras que podrían quedarse sin decir; todas esas palabras que ahora parecen atoradas a medio camino entre su garganta y su corazón.

«Si hubiera sabido que todo sería tan efímero...» se repite varias veces sin saber cómo terminar la frase. Se siente tan frágil, tan pequeña e impotente y al mismo tiempo está tan enojada; tan enfurecida por las circunstancias que les impuso aquel ser supremo que las creó.

¿Era el destino de su amiga ser así de fugaz o había algo que ella pudiera hacer para cambiarlo? ¿Si realmente existía un dios al otro lado no era éste el momento apropiado para que llegara a salvar a Amalia?, ¿Acaso siquiera le importaba su situación?

Una gata negra que había estado todo el tiempo observando se acerca para confortarla. Lame sus manos saladas por las lágrimas y frota la cabeza contra su pierna. Verónica la consiente. Cuando sus ojos se cruzan ve en ellos el reflejo de la luna cornuda que brilla esa noche en el firmamento. 

Por alguna razón esa imagen mística le devuelve poco a poco el ánimo. 

Juguetean hasta que se da cuenta que el animal no tiene una sino dos colas muy peludas que se mezclan con la oscuridad; se funden entre las sombras. Verónica frota sus ojos para cerciorarse que está viendo bien.

«¿Qué eres?» se pregunta, sin darse cuenta que en verdad no le importa saber la respuesta.

Esa noche fría y misteriosa de Viernes Santo lo único que espera es que suceda un milagro.

«Milagro»

Ambas se miran mutuamente, sin pestañear. Verónica comprende qué es lo que realmente quiere hacer. Se levanta decidida en dirección hacia el lugar en el que se encuentra su amiga, apretando contra su pecho la maleta en la que guarda el libro del carnero.

«Hechizo para curar todas las enfermedades».

La danza del carnero [Tomo I: Grimorio]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora