No tarda mucho en llegar la comida. Verónica la recibe y la deja sobre una de las mesas de la habitación temiendo que se enfríe.
No sabe si debería despertar a su amiga para que coma o dejarla descansar un poco más.
Luego de meditarlo por un rato se decide por lo último.
Echa una mirada fugaz a Amalia antes de volver al sofá. La señora Caballero tiene razón: se ve indefensa.
Le oprime el corazón saber que es el propio cuerpo de su amiga quién está acabando con ella. Desearía poder hacer algo más, pero es imposible metérsele dentro para defenderla. Si tan solo existiera alguna forma de ayudarla...
«Hechizo para curar todas las enfermedades», recuerda.
Busca con la mirada su maleta sabiendo que ahí guarda el libro del carnero. Un escalofrío le recorre el cuerpo y la hace temblar. En su cabeza suenan las lejanas palabras del sacerdote que impartía la misa de las cinco de la tarde, a la que asistía cuando era niña y acompañaba a su madre a la iglesia.
Eran palabras que evocaban el fuego del infierno para advertir a los creyentes sobre las consecuencias del pecado, incitándolos a vivir una vida de virtud.
Las mismas palabras que la persiguieron durante tantas noches hasta hacerla padecer de insomnio; temía a las pesadillas que le causaba la mera mención de la condena eterna.
Sí, a Verónica de Narváez siempre le ha dado miedo el más allá, aún mucho después de cuestionar su propia fe.
Aún mucho después de haberse convencido a sí misma que esos eran cuentos creados para manipular a las personas y que ni Dios ni el demonio existían, seguía teniendo el mismo pavor al infierno.
Por eso sabe a la perfección que en este mundo hay cosas con las que no se debería meter y todo indica que ese libro es una de ellas.
Resopla enojada.
No le parece justo con su amiga: es la primera vez que tiene en sus manos una solución mucho más tangible que rezar a un Dios que no escucha o que pretende no hacerlo. Si ni los mismos doctores saben cómo ayudar a Amalia ¿qué le queda ahora que todos la han abandonado a su suerte? Verónica no puede renunciar a su amiga tan fácil por culpa de un temor infundado. ¿Debería usarlo?, se pregunta sin querer responderse. Lo más probable es que no suceda nada. Lo más probable es que sea igual a rezar un padrenuestro y solo obtenga un silencio sordo como respuesta.
Eso sería lo peor que le podría pasar.
Pero de nuevo recuerda esas palabras de antaño y se da cuenta que, en verdad, lo peor que le podría pasar sería condenar su alma o la de su amiga en el proceso.
Sacude su cabeza con fuerza tratando de alejar de ella todos esos pensamientos que la inquietan. Es solo un libro ¿qué puede hacer por su amiga además de entretenerla? ¿Por qué le asusta tanto ahora que le ha encontrado un uso que ignoraba?
―Si no te conociera diría que estás loca ―ríe una voz queda desde la cama.
―¿Te desperté? ―pregunta Verónica sobresaltada.
―No, ya era hora de que abriera los ojos. Creo que he dormido mucho. ―Intenta incorporarse, Verónica le ayuda.
Amalia se lleva la mano a la garganta pidiendo un poco de agua.
Verónica le pasa el jugo de fruta que habían llevado con la comida.
―Si tienes hambre acá está tu almuerzo ―le avisa a su amiga una vez le devuelve el vaso desocupado. Ella hace un gesto de asco, por culpa de todo lo que le han inyectado en la sangre no tiene ganas de comer. Es más, la sola mención de la comida le da nauseas. Se recuesta de nuevo, mucho más cómoda ahora que no tiene sed.
―¿En qué pensabas hace un rato? ―interroga Amalia.
Verónica duda un momento.
―En el libro que me regalaste ―acepta.
―¿El de antenoche? ¿Está interesante?
No sabe si es buena idea contarle a su amiga de qué se trata, no quiere que se entere de lo que estaba pensando hacer un momento atrás.
Es más, no desea que se entere de nada respecto al hechizo por lo que decide que omitirá esa parte.
No está segura si desea conocer la opinión de Amalia al respecto.
¿Qué estaba pensando al considerar hacerle algo como eso en primer lugar? Lo mejor será guardar ese libro en su biblioteca y olvidarse de que existe.
―Gabriel dice que es un libro de magia ―responde finalmente.
―¿Gabriel? ¿El del local de videojuegos?
Verónica afirma con la cabeza. Se da cuenta que Amalia la inspecciona y eso la perturba. Deja caer la mirada, incómoda. Teme que su amiga ate cabos y se enoje.
Amalia frunce el ceño.
―¿Volviste a dormir afuera? ―pregunta, por fin―. Tienes la misma ropa que nos dieron mis hermanas en la Jagua.
Verónica está aliviada al darse cuenta que su amiga no sospecha de ella.
―Está bien, no voy a decirte nada. No te preocupes ―continúa Amalia―, ahora cuéntame por qué Gabriel piensa eso.
―Dice que lo aprendió en un videojuego.
―No sé por qué no me extraña ―acota sarcástica―, él sale con cosas tan rebuscadas que ya no me sorprende. ¿Te acuerdas cuando nos quería enseñar sobre los agujeros de gusano?
Verónica sonríe.
El día que los presentó, Gabriel duró hablando toda la tarde con Amalia sobre cómo conocer sobre los agujeros de gusano le permitiría viajar en el tiempo y superar su enfermedad. Cuando se despidieron le había dejado una pila de cosas que debía leer para aprender más sobre el tema.
Después de que Amalia se fue y Verónica le preguntó por qué había dicho todo eso, él simplemente se encogió de hombros y argumentó que lo había aprendido en un videojuego; sacó una consola de su bolsillo y se alejó jugando.
―A veces es tan raro que no se si creer en lo que dice ―confiesa Verónica más para sí misma que para su amiga.
―Sin embargo, a mí me gusta pensar que tiene razón ―comenta Amalia―. Este mundo es tan monótono que sería muy triste morir creyendo que lo que vemos es lo único que existe. Soñar con cosas como la magia te permite aferrarte a algo en los momentos más oscuros ―reflexiona.
A lo lejos se escuchan las carcajadas sonoras de la señora Caballero. El estómago de Verónica gruñe recordándole que aún no ha comido nada que la alimente.
Se levanta rápido para abrir la puerta, saboreando por el camino los manjares que le podría haber traído la mujer. Cuando le cuenta que su hija está despierta puede observar como la enorme sonrisa de la mamá de Amalia crece aún más de lo que Verónica pensó alguna vez que una sonrisa podría llegar a crecer.
Le da el paso temiendo que la señora Caballero la atropelle en su afán por llegar a la cama de su hija.
El señor Caballero le entrega una bolsa con comida antes de unirse a su mujer.
Verónica toma su maleta y les da las gracias, tiene mucha hambre. Sale de la habitación hacia el comedor, donde la esperan Irma y Lucía para almorzar juntas.
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La danza del carnero [Tomo I: Grimorio]
ParanormalEn un pueblo que se cree de brujas está escondido un pequeño libro con el rostro de un carnero. Nadie sabe de dónde vino ni cuál es su historia, pero de lo que sí están seguros es que ese es uno de esos libros que no se deberían abrir jamás. ¿Qué su...