Por el camino Verónica no deja de tener un mal presentimiento que le oprime el pecho, como cada vez que han hospitalizado a Amalia desde que su enfermedad empezó a evolucionar.
Es nefasto, catastrófico.
Sin embargo, hasta el momento no le ha sucedido nada que haya puesto en riesgo la vida de su amiga y eso le da un poco de tranquilidad, algo a lo que aferrarse.
Como es viernes santo el tráfico está más ligero de lo normal, lo que le permite llegar mucho antes de lo esperado al hospital a pesar de la escasez de transporte público típica de esas fechas.
Verónica se percata, tarde, que el dinero que tiene en el bolsillo le alcanza únicamente para el recorrido de ida.
Tendrá que pedirle prestado a sus amigas para poder devolverse.
Cuando llega al hospital, Lucía la está esperando en la entrada. Le da las indicaciones necesarias para llegar a la habitación de Amalia y se une a Irma que descansa en uno de los sofás de la sala de espera común.
No han podido dormir en toda la noche, por lo que aprovechan que adentro están sus padres cuidando de su hermana para hacerlo.
Aún no saben qué fue exactamente lo que causó el colapso, pero todo indica que el viaje fue mucho más pesado para ella de lo que suponían.
Tendrán que tener más cuidado la próxima vez.
Verónica se registra como visitante en la entrada de los dormitorios del tercer piso. La enfermera le da un 'sticker' que le permitirá ingresar y salir del lugar sin problema durante las horas de visita. Ella se lo pone en el pecho para que esté todo el tiempo visible y atraviesa el largo corredor blanco hasta llegar al cuarto que la mujer le acaba de señalar.
Le han dicho que Amalia duerme, por lo que llama suave a la puerta tratando de no hacer mucho ruido para no despertarla.
Por un momento teme que adentro no la escuchen y por eso tenga que quedarse esperando ahí de pie.
Siente un gran alivio cuando la voz de la madre de Amalia responde invitándola a pasar.
La luz blanca da a la habitación un aura de pulcritud, adentro solo se escuchan los ruidos que producen las máquinas que monitorean a su amiga.
La señora Caballero se corre un poco para hacerle un espacio en el elegante sofá negro. Da algunos golpecitos en el cojín exhortándola a que se siente a su lado. Cuando Verónica lo hace, le pica el ojo, cariñosa, y continúa con el rosario que estaba ofreciendo por la salud de su hija.
El señor Caballero lanza un ronquido descarado.
Verónica respira incómoda temiendo hacer algún sonido.
―El doctor dice que entre esta noche y mañana le darán de alta ― cuenta la señora Caballero una vez termina su oración―. Estoy tan agradecida de que no ha pasado a mayores, aunque quieren tenerla un rato más en observación. Pobre, mírala como se ve de frágil ahí tirada en esa cama. Esto es algo que ningún padre debería vivir nunca. Solo deseo que el señor me escuche y le devuelva su salud. Oro por su recuperación milagrosa ―toma las manos de Verónica entre las suyas―. Gracias por venir, Vero. Gracias por ser siempre una amiga tan leal. Eres una bendición para mis hijas.
La joven sonríe tímida sin saber cómo responder a eso, los hombros se le tensan al tiempo que su cabeza trabaja a toda máquina buscando una réplica apropiada. La señora Caballero lo nota y cambia la conversación.
―¿Ya almorzaste? ―pregunta.
―A duras penas desayuné ―admite.
Entra una enfermera de baja estatura a revisar cómo se encuentra la paciente.
Inyecta algo en el suero de Amalia, comprueba que las máquinas estén funcionando bien y toma algunas notas en la carpeta que cuelga de la cabecera de la camilla. Finalmente se despide anunciado que pronto traerán el almuerzo.
―Debes tener mucha hambre ―continúa la señora Caballero como si nunca hubieran interrumpido su conversación―, quédate acá mientras te traemos algo de comer. ―Sacude a su marido para despertarlo―: Eduardo, vamos a almorzar. Vero se va a quedar un rato con la niña.
El hombre carraspea algo que no se entiende y sale empujado por su mujer.
A Verónica le da la impresión de que el señor Caballero aún no se ha despertado del todo, pero no hay quien detenga a su esposa cuando se le mete algo en la cabeza.
No deja de sentir pena por él mientras ve como desaparecen por el pasillo. Luego de eso entra de nuevo a la habitación.
Ahora que está sola se deja caer en el sofá: es cómodo y acolchonado, perfecto para echarse una siesta corta.
Verónica cierra los ojos tratando en vano de dormir.
ESTÁS LEYENDO
La danza del carnero [Tomo I: Grimorio]
FantastiqueEn un pueblo que se cree de brujas está escondido un pequeño libro con el rostro de un carnero. Nadie sabe de dónde vino ni cuál es su historia, pero de lo que sí están seguros es que ese es uno de esos libros que no se deberían abrir jamás. ¿Qué su...