13.3 -Auto de fe

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El enojo de los espectadores no se hace esperar. Ahora que conocen la verdadera causa de los infortunios del invierno reclaman justicia.

¿Cómo es posible que en el mundo exista alguien tan cruel y vil como Amalia?

—¡Maldita, por tu culpa perdí mi casa! —grita una mujer entre la multitud.

Alguien le lanza una botella plástica de gaseosa y otros tantos se le unen, atinándole a la joven en varias ocasiones.

—¡Bruja! ¡Devuélvame a mis primos, se murieron por su culpa!

Ortiz pide silencio nuevamente.

—Amalia Caballero: se le acusa de abandonarse a demonios en rituales satánicos y con sus encantamientos y maleficios desatar la ola invernal fuera de lo común que ha azotado al país en los últimos meses, dejando miles de damnificados, casas destruidas y la pérdida de cosechas y vidas. Como castigo a estas atrocidades, aceptadas por medio de confesión, se le sentencia a la purificación por fuego.

Un grito de júbilo se escucha en la multitud.

Amalia permanece en silencio, aceptando su destino. Para ella el castigo sería un descanso: una vez ya no estuviera en el mundo se salvaría de recibir cualquier otro tormento. Se irían en paz, con la tranquilidad de que ya nadie la podría dañar más. Después de todo, debió fallecer hace un tiempo, antes de que sucediera el milagro. Cada día desde entonces ha sido un suspiro robado a la muerte.

—Que el fuego purifique sus pecados y el señor tenga piedad de su alma —finaliza Ortiz.

Con eso los verdugos prenden la paja que se encuentra a los pies de Amalia, iniciando el fuego que pronto empieza a expandirse entre los chamizos.

La joven levanta su mirada, bañada en lágrimas, hacia el cielo. La habían situado frente a la fachada de la catedral para que fuera la última imagen que se llevaran del mundo, como un recordatorio del poder de Dios.

Sería lo último que vería en vida.

El fuego se propaga por los troncos. En cuestión de minutos —o tal vez segundos— se expandiría hasta el cuerpo de la joven. Amalia se mueve incómoda tratando de evitar el calor, se retuerce en un vano intento por liberarse.

—Creo que tienes a la persona equivocada

Una mujer acaba de colarse en la tarima. Nada más verla la multitud deja escapar una exclamación de espanto: tiene los ojos de un carnero. Ortiz la reconoce inmediatamente, es la joven que desapareció en la iglesia.

—¡Demonio! ¿Quién eres? —pregunta el político conociendo la respuesta.

—Me llamo Verónica y soy la dueña de ese libro —responde posando sus ojos espantosos sobre él. Un escalofrío recorre el cuerpo del hombre que hace lo posible por disimular el miedo que le produce.

Ella hace un gesto con la mano y el bullicio que sale de la multitud hace que el político retire su mirada de la abominación que tiene en frente.

Cuando voltea, se da cuenta que algo está haciendo estragos obligando a las personas a gritar y salir corriendo. Sin embargo se trata de algo invisible, algo que aunque no se puede ver ni tocar, se puede escuchar.

Ortiz no alcanza a reaccionar cuando los seres invisibles hacen que la tela de uno de los techos de las carpas del evento vuele hasta dónde él se encuentra y le caiga encima, atrapándolo.

Varios Lefebvristas que están cerca corren a auxiliarlo.

Mientras tanto la joven de ojos de carnero aprovecha la oportunidad para acercarse a Amalia.

En su estaca, Amalia grita por el dolor de las quemaduras en los pies. Las llamas crepitan con más fuerza, el fuego empieza a extenderse por su ropa emitiendo un color amarillo.

Los gritos de Amalia aumentan.

Verónica usa sus sombras para romper las cadenas. Ellas trabajan frenéticamente en la tarea que les fue asignada hasta que el metal cae golpeando el suelo.

Amalia está libre. Sin embargo, una vez liberada, pierde el conocimiento por lo que cae a los pies de su salvadora, quien, nada más acercarse, puede ver los estragos del fuego en el cuerpo de su amiga.

Verónica mueve la cabeza en varias direcciones en busca de algo que parece no encontrar, hasta que decide arrodillarse al lado de Amalia y recostar suavemente su cabeza entre sus piernas.

Tararea una canción mientras acaricia con ternura la cabeza de su amiga.

Poco a poco los seres invisibles dejan de enfocarse en el público del evento y empiezan a agruparse cerca de las dos jóvenes, a envolverlas como si las arroparan en un manto de noche.

Cuando Ortiz finalmente se libera de la tela que le había caído encima, gracias a la ayuda del grupo de Lefebvristas que se acercó en su auxilio, las dos jóvenes están por desaparecer.

Él no lo va a permitir.

No va dejar que ninguna de las dos mujeres se escape tan fácilmente por lo que, desesperado, acude al único recurso que sabe que le funcionará:

—¿Te vas sin esto? —grita levantando el libro del carnero sobre su cabeza para que Verónica lo vea.

Eso la hace dudar.

Ortiz se da cuenta como, por un momento, Verónica pierde la concentración y las sombras se dispersan un poco. Parece que una batalla se libra en la cabeza de la joven. Es obvio que en ese momento se debate si ir por el libro o no.

—¡Vero! —las hermanas de Amalia están debajo de la tarima. Al escuchar el llamado, Verónica se distrae y las sombras escapan de nuevo hacia la multitud.

Parece que ya no se va a ir.

—Vero, vinimos en el carro. Danos a Amalia, tenemos que llevarla al hospital.

Ella duda un momento, no quiere separarse de su amiga. Pero luego vuelve a posar sus horrorosos ojos sobre Ortiz, buscando el libro con la mirada. Finalmente se decide y entrega a Amalia a sus hermanas.

Mientras Verónica está distraída con eso, Ortiz aprovecha para escapar en dirección a la catedral.

Cuando ella lo quiere alcanzar, su paso se ve interrumpido por los hombres de Lefebvre que salen a su encuentro. Lo último que se ve del político es como entra a la catedral y cierra la puerta detrás de él.

La danza del carnero [Tomo I: Grimorio]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora