La exorcista recorre su sueño con una nostalgia similar a la del viajero que regresa a casa después de muchos años de ausencia.
Si bien el lugar es familiar, hay algo que lo hace ver diferente: parece ser que se ha fusionado con alguna otra locación que desconoce, por lo que al caminar sobre el pavimento agujereado siente como si explorara una ciudad nueva olvidada en lo profundo de sus recuerdos.
Las campanas de una iglesia que repican a lo lejos la llaman para que se acerque. Sin oponer ningún tipo de resistencia ella se deja guiar por su sonido melancólico.
Camina despacio pero con la jovialidad de antaño. Su cuerpo no está impedido ni limitado por los estragos del tiempo. Parpadea varias veces al darse cuenta que aún tiene el ojo que perdió.
En la calle descansan una serie de autos antiguos abandonados. Al pasar al lado de uno de ellos se ve reflejada en una de sus ventanas polvorientas. La persona que le devuelve la mirada es una jovencita pálida vestida con un traje militar; el fantasma de alguien que alguna vez fue pero que hace mucho tiempo dejó de ser.
Las campanas vociferan un himno que desconoce, reclamando nuevamente su atención.
Avanza en busca del lugar de donde procede el sonido. Cuando lo halla se da cuenta que se trata de una pequeña capilla con tejado triangular. Nunca antes la había visto, así que decide entrar en ella.
La naturaleza ha invadido el recinto.
Un haz de luz, que se cuela por uno de los cristales rotos del techo, apunta a un montículo en una de las sillas de madera. Luego de observarlo con detenimiento, Ferreti descubre con asombro que se trata de su hermano cubierto de maleza. Ha pasado tanto tiempo desde la última vez que lo vio que ya había olvidado cómo lucía su rostro. Algo le dice que la estuvo esperando durante todos esos años en ese estado catatónico.
La mujer se mueve con sigilo queriendo acercársele pero el ruido que hacen sus botas al pisar la hojarasca alertan al hombre de su presencia. Abre los ojos con la brusquedad de un animal cautivo. Ferreti alcanza a distinguir las cicatrices oscuras que le dejó la posesión.
Su expresión agresiva cambia cuando reconoce a su hermana.
Ahora un profundo agradecimiento recorre su rostro demacrado haciendo que una oleada de tristeza la asalte. Es el mismo tipo de tristeza que la persiguió durante tantos años después de haberlo enterrado y que aún sentía de vez en cuando en sus momentos de soledad.
Los muertos amados se cargan en el alma por siempre.
Quiere abrazarlo pero él la detiene con la mano, arrancando con el movimiento parte de la enredadera que lo aprisiona. Las campanas repican de nuevo con un sonido atronador haciendo que su hermano mire en todas las direcciones con angustia.
―Cuidado con el carnero ―advierte aterrorizado antes de que una ráfaga de viento expulse a la exorcista de la capilla.
La despierta el ruido de los aplausos que retumban en la estancia, al parecer la charla ya terminó.
A pesar de que tan solo fueron unos cuantos minutos de sueño, la anciana se siente tan renovada como si hubiera dormido toda la noche.
En la tarima, Enrique sonríe satisfecho.
―Madre ―susurra Margueretta con cariño― ¿Quiere que le consiga otro café? Se quedó dormida hace un momento.
Ferreti niega con la cabeza, ya no es necesario. En vez de eso, le pide a la mujer que la saque del salón.
Margueretta la obedece y la acerca a una de las ventanas del corredor por la que está entrando el sol en ese momento. La exorcista se regocija con el calor que entibia sus piernas. Por la ventana puede ver la montaña de la Valvanera y su linda capilla colonial que a la distancia se le antoja como parte de un pesebre navideño.
«¿Qué ha sido ese sueño?», frunce el entrecejo.
Un grupo de sacerdotes se acerca para hablar con ella. Aunque Margueretta intenta detenerlos, Ferreti les da permiso para que se acerquen con un gesto de la mano.
Charlan un rato sobre diferentes temas hasta que ellos se dan cuenta que se les está haciendo tarde para el siguiente evento, antes de irse la felicitan por su trabajo. El más flacucho del grupo le pide que autografíe su copia de «Diálogos con Satanás: la vida como exorcista del vaticano», uno de los textos escritos por la mujer.
Enrique sale del salón con el pecho inflamado de orgullo.
―Señoritas ―se acerca a las dos mujeres con una reverencia adornada ―. ¿Estos hombres las están molestando? ―bromea haciendo lo posible por sonar como un galán.
La madre Ferreti voltea los ojos. Devuelve al sacerdote flacucho el ejemplar que acaba de firmar. Él le da un fuerte apretón de manos a Enrique y se une a sus compañeros que ya están a medio pasillo de distancia.
Enrique sonríe con ternura.
―Y pensar que en ellos está el futuro de nuestro oficio ―comenta dejando una pequeña bolsa de panelitas en el regazo de la exorcista―. Lamento mucho lo de Benedetto.
El semblante de Ferreti se ensombrece; aún se culpa por la muerte del chico.
Aunque no es su primer caso con un final trágico, ella había estado muy cerca de salvarlo. Al no querer dañar el cuerpo de Benedetto con el ritual, la entidad que lo poseía encontró una forma de ganarle a la exorcista usándolo a él en su contra.
―No fue su culpa ―Enrique la consuela tocándole el hombro ―, téngalo siempre presente: sin usted ese muchacho no habría tenido ninguna oportunidad. Madre, gracias a su trabajo él y su familia tuvieron esperanza.
Ferreti le da un par de palmaditas cariñosas en la mano.
―Grazie ―sonríe con tristeza.
Enrique se da cuenta de su estado de ánimo, levanta un poco su sotana y saca un recorte de periódico de entre sus calcetines.
―Por suerte, madre, hoy está con el mejor de sus discípulos; el más guapo, inteligente y carismático que haya conocido ¡Y por si fuera poco, su favorito!―entrega el papel a la mujer. Sus ojos brillan con picardía―. Por favor, ábralo.
La exorcista lo mira con desconfianza antes de hacerle caso.
Esa mirada brillante nunca ha sido un buen presagio para ella. Por lo general viene acompañada de algún tipo de broma de mal gusto. La última vez que la había visto fue el día que Enrique regresó a Colombia. Cuando quiso lavarse los dientes esa noche encontró su cepillo impregnado con una sustancia pegajosa que nunca logró quitar.
La fecha del recorte es de hace una semana, en él se ve la imagen de una joven en sus veintes. Su sonrisa es radiante y alegre, aunque en sus ojos se refleja la confusión de alguien que ha regresado de la muerte.
«Amalia Caballero: milagro en el hospital», se lee en el titular.
―Le vendrá muy bien conocer a esa chica y apreciar en ella los misterios del Señor. Es la otra cara de la moneda, un recuerdo de que gracias a nuestro trabajo él puede realizar sus obras ―se agacha a la altura de la silla de ruedas para observar de frente a la anciana―. Es verdad que perdimos a Benedetto, pero la ganamos a ella ―sonríe de medio lado―. ¡Apuesto a que ahora me veo más genial para usted!
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La danza del carnero [Tomo I: Grimorio]
ParanormalEn un pueblo que se cree de brujas está escondido un pequeño libro con el rostro de un carnero. Nadie sabe de dónde vino ni cuál es su historia, pero de lo que sí están seguros es que ese es uno de esos libros que no se deberían abrir jamás. ¿Qué su...