2.1 -Nueva estrategia de campaña

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El enorme Jesucristo de dos millones de pesos observa, impasible, el suelo del despacho desde la pared. A sus pies un hombre rechoncho y de baja estatura golpea continuamente el escritorio con la punta del esfero sin quitar su mirada de las hojas que descansan al lado de la biblia.

─¿Son los resultados oficiales? ─pregunta con su característico tono nasal a la mujer sentada enfrente de él.

─Sí ─responde ella.

El hombre suelta el esfero y se agarra las entradas de la frente con ambas manos. Aún no termina de entender la situación: ¿en qué momento las cosas resultaron de esta forma si todo estaba saliendo tan bien para él? Sus ojos se mueven frenéticos de un lado a otro buscando una respuesta.

─Parece que tiene que ver con la constructora brasilera ─la mujer interrumpe sus pensamientos.

─¿Y la destitución?

─No afecta los números, eso es algo del pasado.

─¿Qué va a suceder con la candidatura? ─teme la respuesta.

─No lo sé.

No puede permanecer más tiempo sentado. Se levanta y camina de un lugar a otro, murmurando para sí mismo. ¿Sería ese el final de su misión? No creía posible que a sus sesenta y dos años pudiera remontarse de un golpe como ese: en pocas palabras, solo le quedaba esta oportunidad para lograr el objetivo por el que había luchado todo este tiempo.

─¿Qué se necesita para subir en las encuestas?

─Si seguimos por el mismo camino, solo podemos esperar un milagro.

─¿Un milagro? ─repite, dudoso.

─Sí, señor. Tenemos que replantear nuestras estrategias...

─¡No le pago para que se siente a hablarme de «milagros», Magda! ─golpea la mesa, exasperado con la situación.

El «INRI» resplandece en la parte superior de la cruz mientras un silencio incómodo se apodera del lugar; solo se escucha el tic tac del reloj.

El hombre se sienta nuevamente y se lleva las manos a la cara.

La mujer abre la boca para decir algo, pero se detiene temiendo enojar aún más a su jefe. Da la impresión de que todas las miradas de los santos que decoran el recinto se posan sobre ellos.

─¿Castaño lo sabe? ─pregunta, por fin, el hombre.

La puerta se abre.

─Es posible... ─responde ella incómoda.

─¿Por qué, Ortiz? ¿Tienes miedo de que me entere de algo que no deba? ─un sacerdote calvo y encorvado entra, ignorando la tensión del ambiente.

Saluda con un beso en la mejilla a la mujer que se ha puesto de pie.

─Magdita, querida ¿cómo se encuentran tus hijos? ─pregunta zalamero.

—Muy bien, padre —responde ella. Hace un ademán con la mano ofreciéndole al sacerdote la silla que había estado ocupado hasta hace un momento. El hombre la acepta, saca un pañuelo de su bolsillo que acomoda sobre el asiento.

Espera un momento a que los humos del trasero de su ocupante anterior se evaporen antes de estirar su sotana con ambas manos y luego sentarse.

—¿No te advertí que esa manía tuya sería tu perdición? —se dirige a Ortiz, cruzando la pierna—. Por suerte para ti, tu escándalo se olvidará pronto ¿No sucedió lo mismo cuando te destituyeron? Apuesto mi biblia a que en menos de un mes nadie recordará este incidente... Magda, tráenos algo de tomar —ordena.

—Sí, señor.

Los dos hombres se quedan en silencio mientras observan como la mujer cruza el umbral de la puerta. El sonido que hace al cerrarla les indica que ya salió, pueden continuar con la conversación.

—Y aun así ella tiene razón: a estas alturas no hay un partido político que apoye mi candidatura—. Ortiz se deja caer, vencido, contra el respaldo de la silla.

—No los necesitas. Hace medio siglo habría sido un problema, pero hoy solo necesitas los votos.

—¿Qué propones entonces, Romeo? —se inclina hacia adelante, el sacerdote tiene toda su atención.

—¿Recuerdas al hombre del que te hablé?

—¿El mega contratista?

—Sí

—Es un evangélico...—bufa.

—Necesitas una fórmula presidencial

—¿Cómo espera que yo...? —responde indignado.

—Tiene poder e influencia, algo que te falta en este momento.

—¡Pero es un evangélico!

—¡Pero tú serás el presidente! —alza la voz. Se da cuenta de que no puede perder los cabales ahora, al menos no delante de Alexander Ortíz. Carraspea y con la mandíbula apretada continúa con su punto:

— Él es solo un medio para llegar al fin.

En ese momento entra Magda con dos cafés, lo que les permite detener por un momento la conversación.

—Los votos cristianos son numerosos, ya viste lo que hicieron con el plebiscito —retoma el sacerdote luego de dar un sorbo a su bebida—.Tenemos que asegurarlos para que tu candidatura sea efectiva. Propongo unificar a la iglesia cristiana: creemos un partido cristiano que también pueda atraer a los católicos ortodoxos. Es el momento de capitalizar el malestar conservador contra la agenda liberal y para eso tenemos que usar como bandera la defensa de la familia como contraposición a la ideología de género. Ya sabes, decir que «una familia solo se puede conformar por mamá y papá, bajo la bendición del matrimonio y nada más». Todos odiamos a los homosexuales y a las abortistas, hacen parte de la nueva herejía, junto con los liberales. Ese es el tipo de cosas de las que debemos hablar. Es necesario mover los sentimientos de odio y miedo de las masas para poder manipularlas. Apelemos a una Colombia creyente y a la necesidad de restaurar los valores del país para que no vean con malos ojos nuestra intensión de echar mano a la constitución.

—Creo que comprendo tu punto... —medita Ortíz.

—Di que vas a desafiar el establecimiento, que cada uno se imagine lo que eso quiere decir. Y si es necesario, puedes hablar de las FARC y de Venezuela o recurrir a los impuestos para que te vean con mejores ojos... —mira a Magda por el rabillo del ojo y con una sonrisa socarrona remata—: Si todo eso falla podemos pensar en ese milagro del que te hablaron antes.

Ella carraspea y baja su mirada para evitar que se note el rubor que cubre su rostro.

—Necesitamos que vuelvas a demostrar el ímpetu que tenías cuando nos conocimos en el 85... —Deja el vaso desocupado sobre la mesa—. Le metiste candela a la biblioteca Turbay y saliste airoso —lo señala—. Eso es lo que necesitamos nuevamente, esa fuerza de espíritu que siempre te ha caracterizado —echa una mirada al reloj—. ¡Madre de Dios! ¿Las cuatro ya? —se levanta de su silla y extiende la mano a su compañero para despedirse

—Puede que otros no piensen igual que yo, pero creo que fue una bendición que te hayas dejado tentar por los placeres de la carne. Te digo que la sotana nunca fue tu destino, nos ayudas más en la política, amigo. —Concluye.

Ortíz acompaña al sacerdote a la puerta.

—¿Irás a las corridas?— pregunta el político como despedida.

—Nos veremos allá —le responde el sacerdote antes de marcharse.

La danza del carnero [Tomo I: Grimorio]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora